PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
30 de Abril de 2017
Domingo de la Tercera Semana de Pascua de Resurrección
Lecturas:
Hechos 2, 14. 22-33 / Salmo 15, 1-2. 5. 7-11 Señor, me harás conocer el
camino de la vida / I Pedro 1, 17-21
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 24, 13-35
El primer
día de la semana, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús,
situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que
había ocurrido.
Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. Él les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?»
Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!»
«¿Qué cosa?», les preguntó.
Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron.»
Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?» Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él.
Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba.»
Él entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.
Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»
En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!»
Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. Él les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?»
Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!»
«¿Qué cosa?», les preguntó.
Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron.»
Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?» Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él.
Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba.»
Él entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.
Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»
En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!»
Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Estos días
celebramos que en Jesús se cumplió la Palabra: «Me harás conocer el camino
de la vida, saciándome de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu
derecha» (Sal), de lo que, por la fe, «todos nosotros
somos testigos» (1L), porque
comprendimos que «era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos
para entrar en su gloria» (Ev). Y ahora, como
dice el Apóstol: «Por él, ustedes creen en Dios, que lo ha resucitado y lo
ha glorificado, de manera que la fe y la esperanza de ustedes estén puestas en
Dios» (2L).
Los dos discípulos no iban de paseo, sino que
estaban devolviéndose, «Porque dice la Escritura: Heriré al pastor, y se
dispersarán las ovejas del rebaño» (Mt 26,31). Y volvían tristes y
frustrados, debido a que, después de la muerte de Jesús, ya no podían esperar
más «que fuera él
quien librara a Israel», entre tantos
otros sueños y esperanzas que habían tejido en torno a él y lo que vivirían
juntos.
Tan desesperanzados estaban, tan ofuscados,
que fueron incapaces de verlo caminando junto a ellos… ¿No es lo mismo que nos
ocurre a nosotros cuando pasamos por momentos difíciles?
Tal vez nos serviría, entonces, comprender
este relato como si hubiese sido elaborado por Lucas para ayudar a reconocer a
Jesús en situaciones de duda o desesperación. O cuando nos sea necesario.
Cuando dice: «“¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que
anunciaron los profetas!” […] Y
comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en
todas las Escrituras lo que se refería a él»
Entendamos que el primer paso es, y será
siempre, relacionarse, con cariño y confianza (y ojalá en comunidad) con la
Biblia, para descubrir en ella el proyecto de Dios para el momento y para la
existencia completa.
Perfecto sería si lográsemos hacer de este
encuentro con la Palabra, posteriormente, un momento de oración.
Después se nos dice que «Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de
seguir adelante. Pero ellos le insistieron: “Quédate con nosotros, porque ya es
tarde y el día se acaba”»
El segundo paso, importantísimo, porque lo
dijo explícitamente, es ser acogedores con el necesitado. Recordemos sus
palabras: «estaba de paso, y me alojaron […] cada vez que lo hicieron con el
más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,34ss)
Continuando, se nos cuenta: que «estando a la mesa, tomó el pan y pronunció
la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos
se abrieron y lo reconocieron»

Por último, vemos que «En ese mismo momento, se
pusieron en camino y regresaron a Jerusalén […] contaron
lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el
pan»
Porque para quienes han logrado tener esas
experiencias de encuentro con el Señor, y han sentido arder el corazón con su
Palabra de misericordia y alegría, no les es posible no correr a compartirla
con sus hermanos.
O no sería auténtica fe y cercanía con el
Resucitado, el Señor de la Vida.
Que cuando nos toque ir “camino a Emaús”,
podamos tener la disposición de descubrirte, descubriendo que se puede confiar
en quien tiene tanto amor que puede vencerlo todo, hasta a la muerte. Así sea.
Buscando con mucha Paz, Amor
y Alegría, encontrarte, junto a los hermanos, por los caminos de las
dificultades y gozos, las angustias y esperanzas, es decir, en toda la vida,
Miguel
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