miércoles, 10 de mayo de 2017

Siguiendo el Camino de la Verdad hacia la Vida



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
14 de Mayo de 2017
Domingo de la Quinta Semana de Pascua de Resurrección

Lecturas:
Hechos 6, 1-7 / Salmo 32, 1-2. 4-5. 18-19 Señor, que descienda tu amor sobre nosotros / I Pedro 2, 4-10

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan    14, 1-12
Durante la última cena, Jesús dijo a sus discípulos:
«No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes. Ya conocen el camino del lugar adonde voy.»
Tomás le dijo: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?»
Jesús le respondió: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto.»
Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta.»
Jesús le respondió: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?
Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras.
Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque Yo me voy al Padre.»
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Se acerca la partida y en ese ambiente de despedida, debido a que «los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia» (Sal), Jesús conoce la desazón que los embarga y alienta a los suyos (y a nosotros) con estas palabras: «cuando haya ido [a la casa del Padre] y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes» (Ev), porque «ustedes […] son una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido para anunciar las maravillas de aquel que los llamó» (2L). Esa esperanza alimentada durante siglos, y mientras se haga realidad su promesa, ha permitido que suceda desde entonces que «la Palabra de Dios se extendía cada vez más [y] el número de discípulos aumentaba» (1L).
El Evangelio es un ideal, una meta a la que somos invitados a avanzar diariamente, para la cual no hay un camino físico, sino un modo de caminar, el del propio Hijo de Dios, lo que significa seguir sus huellas, intentar asemejarse a él, cada vez más y cada vez mejor.
Pero es bueno que recordemos que Dios, como buen Padre, es absolutamente respetuoso de nuestra libertad y nos invita a elegir: «Así habla el Señor: Miren que yo pongo delante de ustedes el camino de la vida y el camino de la muerte» (Jer 21,8).
Este último lo conocemos bien: se hace presente ante nuestros ojos cada vez que sintonizamos el noticiario, por ejemplo; la alternativa luminosa, el camino de la vida, es Jesús, quien es el Camino hacia una humanidad más plena: compasiva, servidora, llena de ternura.
Como diría él: «Créanlo, al menos, por las obras»
Pero, ¿cómo saber si él es la única opción posible?
Primero, debido a que esto ha sido históricamente entendido de otra forma, con resultados trágicos, hay que aclarar que el camino del Galileo nunca fue, ni pretendió ser, excluyente o discriminador, por eso afirmó: «el que no está contra nosotros, está con nosotros» (Mc 9,38). Y lo demostró haciéndose especialmente cercano a los que eran marginados por quienes se decían representantes de Dios: los enfermos, los pecadores, los pobres, las mujeres y los niños…
Luego, aceptemos el sabio consejo bíblico: «La Sabiduría es luminosa y nunca pierde su brillo: se deja contemplar fácilmente por los que la aman y encontrar por los que la buscan» (Sab 6,12), para lo que sería necesario que abriésemos nuestra mente de tal manera de poder reconocer en esas tantas obras que Jesús hizo la forma de cumplir su misión, la cual manifestó así: «Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz» (Jn 18,37); y después: «Yo les comuniqué tu palabra (…) tu palabra es verdad» (Jn 17,14.17).
Eso, para que sepamos que Jesús es la Verdad, su testigo y su promotor, por eso se atreve a invitar: «No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí»
Y, como no cualquier existencia merece llamarse Vida para el Padre bueno, hay que apuntar más alto.
Recordemos que si hay un concepto que reitera permanentemente Jesús a lo largo de los evangelios, este es “el Reino”, el cual no es un lugar, sino una situación: un mundo en el que todos, al descubrirnos como hijos amados del Padre Dios, nos tratamos fraternalmente unos a otros, lo que permitiría que nadie más sufriese la soledad o estuviese imposibilitado de acceder a lo necesario para una existencia digna.
A eso llamaba también la vida en abundancia que ha venido a traer el Buen Pastor (cf Jn 10,10), como veíamos el domingo anterior.

A eso dedicó sus mejores esfuerzos, de tal forma que todo lo que hizo o dijo fue «para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre» (Jn 20,31), lo que implica que cada quien y todos juntos, quienes creemos en él, vayamos haciendo el aporte necesario para lograr este sueño de Dios.
Para eso contamos con su promesa: «Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores»
Jesús dice «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida». De lo que hagamos con nuestra existencia quienes nos decimos seguidores suyos, dependerá que esas palabras se vayan cumpliendo y lleguen a ser Buena Noticia para todos nuestros hermanos de humanidad.

Que podamos y queramos seguir el Camino de Verdad que conduce a la Vida, que eres tú y tu ejemplo, Señor, sumando al Espíritu de amor que has puesto en nosotros, las habilidades y capacidades que hemos desarrollado. Así sea.

Buscando con mucha Paz, Amor y Alegría, creer en el Padre y también en el Hijo, por sus obras en nuestra vida, siendo dadores de vida a la vez,
Miguel

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