miércoles, 18 de octubre de 2017

Elegir lo que es de Dios



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
22 de Octubre de 2017
Domingo de la Vigésima Novena Semana Durante el Año

Lecturas:
Isaías 45, 1. 4-6 / Salmo 95, 1. 3-5. 7-10 Aclamen la gloria y el poder del Señor / Tesalonicenses 1, 1-5

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo  22, 15-21
    Los fariseos se reunieron entonces para sorprender a Jesús en alguna de sus afirmaciones. Y le enviaron a varios discípulos con unos herodianos, para decirle: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta la condición de las personas, porque Tú no te fijas en la categoría de nadie. Dinos qué te parece: ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?»
    Pero Jesús, conociendo su malicia, les dijo: «Hipócritas, ¿por qué me tienden una trampa? Muéstrenme la moneda con que pagan el impuesto».
    Ellos le presentaron un denario. Y Él les preguntó: «¿De quién es esta figura y esta inscripción?»
    Le respondieron: «Del César».
    Jesús les dijo: «Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios».
Palabra del Señor.

MEDITACION
Por la fe creemos que «el Señor es grande y muy digno de alabanza» (Sal), ya que Él mismo nos ha enseñado: «Yo soy el Señor […] no hay ningún Dios fuera de mí» (1L). Además, nuestro Maestro, a quien correctamente le han dicho: «enseñas con toda fidelidad el camino de Dios» (Ev) nos dejó como legado comprender que esa alabanza y ese caminar lo han realizado sólo quienes «han manifestado su fe con obras, su amor con fatigas y su esperanza en nuestro Señor Jesucristo con una firme constancia» (2L). Es decir, con obras más que con palabras.
¿Qué le corresponde a cada uno?
Nos cuentan los estudiosos que este texto fue escrito en tiempos en que el César, el emperador romano, era considerado un dios, idea que repugnaba a los cristianos.
Era adecuado para ellos, entonces, que Mateo les recordase una situación provocada por aquellos que deseaban «sorprender a Jesús en alguna de sus afirmaciones», buscando poder acusarlo de algo para sacarlo del camino.
Ellos habían planeado una trampa perfecta: preguntarle públicamente «¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?»
¿En qué residía lo complejo de su respuesta?
En que, como sabemos, Israel era una colonia romana, la cual, como todo país dominado, era obligada a pagar tributos. Odiados impuestos.
Es así que un nacionalista, un populista o, incluso, un fanático religioso debía manifestar resistencia a esa imposición por parte de una potencia extranjera y, además, pagana.
Pero si el Maestro decía que no se debía pagar, los entreguistas herodianos irían con la novedad ante las autoridades políticas, con el resultado evidentemente represivo consiguiente.
Si, en cambio, indicaba que el impuesto era una obligación que había que cumplir, los discípulos de los fariseos le habrían conseguido material a sus rabinos para desprestigiarlo como falso profeta y traidor al Dios de su pueblo.
Parecía un callejón sin salida.
Sin embargo, Jesús, con la sabiduría del Espíritu, contesta certeramente que, debido a que la imagen de la moneda para el tributo es del César, sólo se le estaba devolviendo lo que le pertenece.
Pero agrega inmediatamente después algo muy importante: «y [hay que darle] a Dios, lo que es de Dios»
Este mensaje será siempre pertinente para los creyentes de todas las épocas; permanentemente habrá un tira y afloja entre el poder y las convicciones. La fe será probada en todas las sociedades.
Hoy, por ejemplo, que nuevamente viene un periodo eleccionario, habrá quienes quieran cuestionarnos desde lo que suponen son nuestras creencias para que optemos en un sentido o en otro.
Ante esas situaciones, preguntémonos: si la enseñanza de nuestro Maestro es que dar “al César” lo que le corresponda ¿tenemos claro, por otro lado, qué, o mejor, quiénes le “pertenecen” a Dios? ¿Quiénes tienen impresa su imagen? Y sabremos que, como nos dicen nuestras Escrituras, estos son todos y cada ser humano, ya que fuimos creados a su imagen (cf. Gn 1,27)

Debido a eso, quienes han hecho suyo el camino del Nazareno durante la Historia, comprendieron (¿comprendimos?) que los emperadores (o cualquier representante de cualquier poder terrenal) no son dioses, y no se parecen tampoco a nuestro Dios, porque sólo Él es el autor y el promotor de la Vida y todo lo que hace que ésta sea buena: el amor, la justicia, la solidaridad…
Todo lo contrario de lo que lamentablemente, y salvo contadas excepciones, suelen hacer las autoridades: su “imagen” está en las instituciones del Estado y, entre otros, en los formularios fiscales de impuestos: es necesario cumplir con las normas, como aquella, que regulan nuestra convivencia en sociedad.
Pero, como «hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29), en todo tiempo y lugar, y gobierne quien sea, para nosotros, cuando debamos elegir, la prioridad la debiese tener la vida, la dignidad y la felicidad de todos los hijos del Padre Dios, que fueron creados a imagen suya y según su semejanza.

Que no equivoquemos nunca nuestras opciones cuando se trate de los legítimos proyectos humanos, para decidir siempre por aquello que promueve más Vida: de calidad y con plenitud para todos. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, servir la Vida, toda la vida y la mejor vida,
Miguel

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