PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
29 de Octubre de 2017
Domingo de la Trigésima Semana Durante el Año
Lecturas:
Éxodo 22, 20-26 / Salmo 17, 2-4. 47. 51 Yo te amo, Señor, mi fortaleza / Tesalonicenses 1, 5-10
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 22, 34-40
Cuando los fariseos se
enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron con Él,
y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?»
Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas».
Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas».
Palabra
del Señor.
MEDITACION
Para «servir al Dios vivo y verdadero» (2L), debemos tener
presente que Él se identifica con los que sufren las injusticias, recordando
que nos ha advertido que cuando aquellos le invoquen, «Yo escucharé su
clamor […] porque soy compasivo» (1L). Es la misma
sensación que ha tenido el salmista: «Invoqué al Señor […] y quedé a
salvo de mis enemigos» (Sal). Entonces, debiese quedar claro por qué «el
mandamiento más grande de la Ley» (Ev) no excluye, sino
que incluye a Dios y al prójimo, de manera semejante.
Lo más grande.
Jesús es el profeta del amor de Dios. De ahí
que su mensaje y su accionar permanente sea de consuelo, misericordia, perdón…
Es que esa fue la mejor forma que halló de
proclamar aquello para lo que fue enviado. Recordemos que él nos contó: «yo no
hablé por mí mismo: el Padre que me ha enviado me ordenó lo que debía decir y
anunciar» (Jn 12,49), agregando a continuación, algo muy trascendente sobre su mensaje: «y
yo sé que su mandato es Vida eterna» (v. 50)
Pues bien, gracias a él y a las Escrituras
sabemos que todo lo que provenga de su Padre, nuestro Dios, es Vida eterna: belleza
y alegría; todo lo que es bueno (Gn
1,31).
Por eso, siguiendo Su mandato de Vida en
abundancia (Jn 10,10), Jesús nos enseñó que lo que Él, su Padre, nuestro Dios, necesitaba
que supiésemos, era que ya no debíamos temerle, que tal vez hubo malentendidos
antes, pero que era necesario un nuevo comienzo, en el cual Él pondría todo de
su parte; hasta lo más valioso: su propio Hijo, para que entendamos que nos ama
(1 Juan 3,16).
Más aún, y como si lo anterior fuera poco, que
Él quiere que seamos sus hijos (Jn
1, 12; Gal 3,26; Rm 8,16).
Teniendo en cuenta todo lo anterior, miremos
el caso de este doctor de la ley, quien, por sus estudios sabía que los
originales Diez mandamientos se habían ido multiplicando con el paso del tiempo
y las sucesivas adaptaciones a las distintas circunstancias históricas y
culturales de su sociedad, creando una maraña de mandamientos, casi imposible
de clasificar y jerarquizar. Entonces, decide poner a prueba al Maestro acerca
de cuál era, según su criterio, «el mandamiento más grande
de la Ley» (que son esas cosas de las que gustan
teorizar los teólogos), respondiendo lo cual él no puede si no rescatar
aquellos dos que contenían el concepto del amor: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con
todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es
semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» Pero va más allá y hace una audaz afirmación: «De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas», que es,
somo recordamos, una forma de llamar a las Escrituras.
Es decir, que, en su entender iluminado por
el Espíritu de Dios, toda la Palabra Sagrada, toda la Revelación, toda nuestra
Biblia está basada en el amor a Dios y su expresión concreta, que es el amor a
los hermanos de humanidad, ya que, como cuestiona certeramente el Apóstol: «¿Cómo
puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?» (1 Jn 4,20)
No sabemos si el estudioso fariseo quedó
satisfecho con aquella respuesta, pero y nosotros, creyentes de nuestro
presente, entendiendo la profunda relación entre creer y amar a Dios y su
expresión efectiva (que produce efectos), ¿estamos dispuestos a llevar a la
práctica, cada vez más y cada vez mejor, el amor a Dios y al prójimo a la
manera de nuestro Maestro?
Eso nos haría realmente discípulos misioneros
del Señor de la Vida.
Que nos atrevamos a vivir tu desafío-invitación
de amar en el servicio concreto a los hermanos, Señor, como expresión del amor
al Padre Dios, en respuesta a su amor primero por nosotros. Así sea.
Buscando, con
mucha Paz, Amor y Alegría, amar y servir cada vez que nos sea posible, cada vez
que se nos requiera, cada vez que notemos que alguien lo necesite,
Miguel
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