miércoles, 11 de octubre de 2017

La fiesta de la fe



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
15 de Octubre de 2017
Domingo de la Vigésima Octava Semana Durante el Año

Lecturas:
Isaías 25, 6-10 / Salmo 22, 1-6 El Señor nos prepara una mesa / Filipenses 4, 12-14. 19-20

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo  22, 1-14
    Jesús habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo:
   «El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir.
    De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: “Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas”. Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron.
    Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: “El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren”.
    Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados.
    Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. "Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?." El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: “Átenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes”.
    Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos.»
Palabra del Señor.

MEDITACION
Jesús encarna la esperanza que ha descubierto y ha movido a su pueblo desde siempre: «El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros, y borrará sobre toda la tierra el oprobio de su pueblo» (1L); «Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida» (Sal); y grafica esto con un gran «banquete nupcial» en el que todos, buenos y malos, son acogidos (Ev). Sus seguidores, hasta hoy, continuamos creyendo que «Dios colmará con magnificencia todas las necesidades de ustedes, conforme a su riqueza, en Cristo Jesús» (2L). Esto es una buena y muy alegre noticia para la humanidad.
No a los “aguafiestas”
La vida cristiana es -o debiese ser- una fiesta a la que Dios nos ha invitado desde que nos llamó en el seno materno (cf. Jer 1,5): la boda del hijo del Rey del cielo con la humanidad.
Él quiso que “el novio” nos ayudase a descubrir toda la poderosa belleza de vivir exprimiendo hasta la última gota las capacidades de humanización que iban impresas en nuestro ADN.
Para eso, como buen pedagogo que era, Jesús hizo que su palabra se transformara en acción, mostrando con su propio ejemplo que vivir plenamente es servir a los demás para que todos alcancen su propia plenitud.
Debido a eso es que, cuando se topaba con quienes les era imposible vivir plenamente porque los acosaba el hambre, él les servía ayudándolos a saciarla (cf. Mc 6,34-44); cuando estaba ante quienes les era imposible vivir plenamente debido a que sufrían en su cuerpo una enfermedad, él les servía sanándolos (cf. Lc 5,12-13); cuando sabía de quienes les era imposible vivir plenamente por la discriminación o el menosprecio, él les servía consolándolos y acogiéndolos (cf. Jn 8.3-11).
Podemos decir, entonces, que él era feliz siguiendo la misión que sentía que Dios le encomendó, afirmándolo de esta manera: «yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.». Pero no se guarda para sí esa alegría: «Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto» (Jn 15,10-11)
Claro que debemos reconocer que existen algunos que, por distintos y respetables motivos, no han querido participar de esta fiesta: a ellos les parece, con toda razón, que no es necesario estar dentro de esta fe para hacer el bien. Sin embargo, ellos también, debido a que son parte de la corriente humanizadora de nuestro mundo, son hijos de Dios, ya que «el que ama ha nacido de Dios» (1 Jn 4,7), lo sepa o no.
Pero el Maestro advierte, además, que también hay quienes entraron a la celebración, aunque sin ánimo de celebrar. Son quienes aparecen en este relato «sin el traje de fiesta». Los podemos reconocer en todos aquellos que, vistiendo hábito religioso o no, dicen ser portadores del Evangelio, es decir, de la Buena Noticia del amor de Dios, pero lo hacen como si estuviesen dictando decretos de condena, con un rostro y una actitud amargos, acorde a las malas noticias que salen de sus labios y expresa su forma de actuar.

Esos últimos, por el bien de tantos pequeños que sencilla y tímidamente quieren acercarse y acogerse a la misericordia del Padre -y suelen ser ahuyentados por estos- sería adecuado “atarlos de pies y manos, y luego arrojarlos a las tinieblas” de la falta de solidaridad y de fraternidad, que es de donde proceden sus dichos y actos.
Y nosotros, ¿estamos entre los que viven la fiesta o entre los que parecen condenados a ser creyentes pesarosos, al punto de amargársela a los demás?
Al menos debiésemos tener muy claro que Jesús nos exhorta: «salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren».
“Todos”, significa también los que no saben y los que no creen que el Padre tiene preparada una gran fiesta y los quiere en ella.
Este evangelio nos recuerda que estamos invitados a la fiesta de la felicidad, a la que el Maestro llama Reino de los Cielos, la que no ocurrirá en un futuro indefinido, sino que ya comenzó (cf Lucas 17,21). Claro que en estas bodas hay que usar el “traje” apropiado: la alegría de servir poniendo en acción todos los talentos que Él mismo nos ha dado.

Que podamos encontrar la alegría en permanecer en el amor del Padre, viviendo sus mandamientos de amor, tal como nos enseña tu ejemplo, Señor y que busquemos que los demás sean felices también. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, ser portadores de la Buena Noticia del Reino, con la palabra, pero sobre todo con el estilo de vivir,
Miguel

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