miércoles, 20 de diciembre de 2017

Alegres de confiar en que Dios Todo lo Puede



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
24 de Diciembre de 2017
Domingo de la Cuarta Semana de Adviento

Lecturas:
II Samuel 7, 1-5. 8-12. 14. 16 / Salmo 88, 2-5. 27. 29 Cantaré eternamente el amor del Señor / Romanos 16, 25-27

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     1, 26-38
En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo.»
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.
Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.»
María dijo al Ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?»
El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios.»
María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu Palabra.» Y el Ángel se alejó.
Palabra del Señor.

MEDITACION
Hay «un misterio que fue guardado en secreto desde la eternidad y que ahora se ha manifestado» (2L): que Dios actúa en el mundo por medio de nosotros, aprovechando nuestras capacidades. Por eso envía al profeta a decir: «Ve a hacer todo lo que tienes pensado, porque el Señor está contigo» (1L). Y también estaba junto a María para que viviese la alegría de ponerse a disposición de su Plan de Amor, con lo que cambiaría el destino de su pueblo (Ev). Es como para unirnos al salmista cuando expresa: «Cantaré eternamente el amor del Señor» (Sal).
Nada es más importante que las personas
Los medios de comunicación recientemente nos informaron que, en nuestro país, un niño de 2 años murió asfixiado en el auto de su padre, debido a que este, a causa del estrés laboral bajo el que se encuentra, lo habría olvidado ahí por más de 8 horas.
Por cierto, la condena pública fue rápida y lapidaria contra el hombre: “irresponsable”, fue lo menos que se le dijo…
Pero, ¿no vemos acá un signo de algo peor? ¿No será esta sino una nueva manifestación (otra más) de lo enferma que está nuestra sociedad individualista-consumista, dominada por la economía de la exclusión, como la llamó el Papa Francisco?
¿O alguien puede creer que está dentro de lo normal (de lo humano) un nivel de exigencia laboral que demande tanta atención que obligue a olvidar a una persona tan importante como, no hay motivo para dudarlo, debió ser su propio retoño?
¿O acaso no hemos tenido nosotros también la experiencia –sin llegar a rozar la tragedia, como en este caso- de que las múltiples obligaciones que nos imponen nuestros trabajos remunerados logran sacar de nuestras mentes totalmente, aunque sea por períodos intermitentes, a las personas y las situaciones que debiesen ser primordiales en nuestra vida?
El lema de las últimas semanas previas al Adviento y también de este periodo que se acerca a la Navidad ha sido constantemente, recordémoslo: “estén preparados”.
¿Cómo estar preparados a recibir el Reino del Amor en un ambiente así?
El evangelio de este día nos cuenta de una mujer que estaba, precisamente, en actitud contraria a la que nos agobia.
Ella aguardaba para conocer lo que fuese la voluntad de Dios. Pero no es que estuviese sentada de brazos cruzados, creemos nosotros.
Probablemente, meditaba en su corazón (cf. Lc 2,19) los signos de los tiempos: Dios derriba a los poderosos y eleva a los humildes; colma a los hambrientos y despide a los ricos con las manos vacías (cf. Lc 1,48-49. 51-53). Ella sabía que Él jamás había dejado de socorrer a su pueblo (cf Lc 1,54), es decir, que para Él lo humano y los seres humanos están en primerísimo lugar, y por lo mismo, obviamente, estaba en contra de los frutos de la codicia.
Por eso, ella estaba preparada, llena de la gracia y el gozo que nos debiese producir a nosotros también el saber que, aunque parezca que el sistema económico es invencible, «no hay nada imposible para Dios».

Y ese es el contenido de la alegría del Adviento: que, por oscura que sea la noche, por agobiados que nos tengan los tiempos, por injusta e inhumana que sea la sociedad en que nos toca vivir, el Espíritu de Dios hará fértil hasta lo que no podía serlo, venciendo incluso su inquietud: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?»
En este caso, ¿cómo podemos cambiar nuestras relaciones económicas esclavizantes? ¿cómo podemos cambiar la economía que mata?, como la llamó el actual Papa profeta (esa que sólo se mide en resultados, éxitos, competencia), hasta llegar a quitar la vida, como en el caso que comentábamos al comienzo.
La forma parece ser ponerse en actitud semejante a la de María, de «servidora del Señor», para volver a mirar a los demás a los ojos, volver a creer en los demás, volver a cuidar a los demás, para que nunca más sea posible olvidar por nada material a absolutamente nadie.
Y, por cierto, entonces, nunca más a un hijo por la carga laboral, por ejemplo. Ni a nadie de los que amamos, por intentar destacarnos en cualquier actividad social o laboral…

Que podamos vivir, de manera semejante a la tuya, Señor, como si estuviésemos convencidos de que nada es imposible para el amor de Dios, y así se produzcan los milagros de ternura y solidaridad que el mundo tanto necesita. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, creer en el Poder de la ternura, la solidaridad y la fraternidad que viene de Dios y nos ayuda a cambiar el mundo,
Miguel

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