miércoles, 13 de diciembre de 2017

Todos testigos de la Luz



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
17 de Diciembre de 2017
Domingo de la Tercera Semana de Adviento

Lecturas:
Isaías 61, 1-2. 10-11 / Salmo Lc 1, 46-50. 53-54 Mi alma se regocija en mi Dios / I Tesalonicenses 5, 16-24

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     1, 6-8. 19-28
Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz.
Este es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: «¿Quién eres tú?» Él confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: «Yo no soy el Mesías.»
«¿Quién eres, entonces?», le preguntaron: «¿Eres Elías?» Juan dijo: «No.»
«¿Eres el Profeta?» «Tampoco», respondió.
Ellos insistieron: «¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?»
Y él les dijo: «Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías.»
Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: «¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?»
Juan respondió: «Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia.»
Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba.
Palabra del Señor.

MEDITACION
Como si fuese un mandato, uno que da gusto cumplir, Pablo señala: «Estén siempre alegres» (2L). Es que la alegría es un signo de que creemos en el Dios de las buenas noticias, por eso canta el profeta: «Yo desbordo de alegría en el Señor» (1L) y también María: «mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador» (Sal). El regocijo es la expresión externa más clarificadora de que se estamos dando «testimonio de la luz», ayudando a los demás a creer por intermedio nuestro (Ev).
La luz que mejora al mundo.
Siempre habrá cuestionamientos, y si no los encuentran, los inventarán.
Como ocurrió con el Bautista, a quien, pese a lo bueno que estaba haciendo, le inquieren, casi como amenazándolo: «¿Por qué bautizas, entonces?»
O a nosotros nos preguntarán, por ejemplo: ¿por qué oran de esta manera o de esta otra?, ¿o adoran en domingo y no en sábado? ¿o veneran o adoran imágenes?… O lo que sea con lo que no estén de acuerdo o, incluso, pueda molestarles de la forma como vivimos nuestra fe…
No podemos esperar otra cosa; nadie se salva de esto. Si ni a Jesús lo quisieron todos. O no le habrían asesinado de la forma escandalosa que lo hicieron…
Ser profeta del “Reino de los cielos”, una forma que utilizaba Jesús para decir profeta de la Justicia y el Amor misericordioso de Dios, tampoco ha sido nunca fácil.
Ya hemos constatado que su propuesta provoca rechazo y violencia. Esto, debido a que, como lo han expresado grandes luchadores por la humanidad: “La injusticia no tiene ninguna razón de existir en el Universo, y su nacimiento fue de la envidia y antagonismo de los hombres, antes de haber comprendido su espíritu” (Augusto César Sandino); “La injusticia, allí donde se halle, es una amenaza para la Justicia en su conjunto” (Martin Luther King). Y otras dos del Arzobispo Mártir: “Este es el pensamiento fundamental de mi predicación: nada me importa tanto como la vida humana... "; y "La persecución es algo necesario en la Iglesia. ¿Saben por qué? Porque la verdad siempre es perseguida" (Monseñor Oscar Romero).
Teniendo presente que la Iglesia, es decir, todos los cristianos, estamos, como sabemos, llamados a dar testimonio de la Luz de la Verdad siempre y en todo lugar, pese a quien le pesare.
Constatamos, pues, que en nuestro mundo los contrastes violencia-paz, muerte-vida, oscuridad-luz, están siempre presentes, -incluso (¡ojo!) entre nosotros mismos-, para que recordemos que cada persona tiene la posibilidad de optar y decidir ante cada circunstancia que se le presente.
Entonces, no hay que desesperar, porque, primero, la esperanza es una gran virtud cristiana, la que se fundamenta en que -gracias a Dios, por cierto-, al mismo tiempo que existen injustos que reaccionan con violencia a la propuesta de un mundo de relaciones más sanas, humanas y equitativas, aparecerá gente que, conscientes de ello o no, permitirán al Espíritu de Dios guiarlos, como ocurrió, entre otros, con Gandhi, Luther King, Mandela… y con Juan el Bautista, a quien recordamos hoy, porque se puso al servicio del sueño del Reino de los cielos.

Por cierto, no todos pueden ser Juan Bautista, ni Elías, ni el Profeta, ni, menos, el Mesías. Sin embargo, todos podríamos ser (y si nos aprietan un poco, debiésemos serlo) testigos de la luz misericordiosa del Señor, de tal manera que, a través nuestro, se pueda dar a conocer que «en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen» y que es Quien, con nuestra modesta colaboración, da Vida en abundancia (cf Jn 10,10) a nuestro mundo.
Ocurrirá muchas veces, por cierto, que, si queremos ser fieles a la misión que nos ha sido encomendada, nos sentiremos como voces que gritan en el desierto materialista, consumista e individualista, donde nadie parece querer escuchar el mensaje del Reino del Amor. Pero, como dice el Maestro en otra ocasión: «El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga» (Mc 4,26-28)
Nuestra parte está en echar la semilla (con nuestra palabra, pero, sobre todo, con la forma como nos comportamos con los demás), el resto sólo depende el dueño de la cosecha (cf. Mt 9,38), pero con la plena conciencia que, sin que antes hagamos nuestra siembra, no hay cosecha posible, porque Dios no hace nada contra nuestra voluntad, ya que “a la fuerza no vale”…

Que nos atrevamos a buscar el valor propio y utilizar la fuerza que tú pones en nosotros, Señor, para hacer nuestro aporte a la realización del Reino de la Paz, el Amor, la Alegría y la Justicia entre nosotros. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, ser testigos luminosos de Quien es la Luz del Mundo,
Miguel

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