miércoles, 10 de enero de 2018

Lecciones de un envío misionero



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
14 de Enero de 2018
Domingo de la Segunda Semana Durante el Año

Lecturas:
I Samuel 3, 3-10. 19/ Salmo 39, 2. 4. 7-10 Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad / I Corintios 6, 13-15. 17-20

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     1, 35-42
    Estaba Juan Bautista con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: «Este es el Cordero de Dios».
    Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. Él se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: «¿Qué quieren?»
    Ellos le respondieron: «Rabbí -que traducido significa Maestro- ¿dónde vives?»
    «Vengan y lo verán», les dijo.
    Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde.
    Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: «Hemos encontrado al Mesías», que traducido significa Cristo.
    Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas», que traducido significa Pedro.
Palabra del Señor.

MEDITACION
Hoy se nos invita a mirar qué hemos hecho de nuestra vida de fe, después de haber recibido, en distintos momentos de nuestra existencia, la invitación del Maestro: «Vengan y lo verán» (Ev) y, además, teniendo presente que «El que se une al Señor se hace un solo espíritu con Él» (2L), por lo que, en esas circunstancias, la actitud que debiese esperarse permanentemente de nosotros, sería hacer nuestras las palabras: «Habla, porque tu servidor escucha» (1L), ya que «yo amo, Dios mío, tu voluntad» (Sal). ¿Nos acercamos siquiera a algo así?.
Una historia con muchas historias.
El profeta Juan, como se acostumbraba, tenía muchos seguidores que estaban permanentemente cerca de él. En esta ocasión vemos cómo, a algunos de ellos, les señala de manera destacada a Jesús. Pero, si bien ese dato es importante para ellos; es la convivencia con él la que termina convirtiendo al Señor en su nuevo Rabbí, ya que «fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él».
No hay palabra que convenza más que la forma de vivir.
Por otro lado, el auténtico servidor de Dios, o quien aspira a hacer que su vida tenga ese sentido, sólo espera ser un instrumento para ayudar a descubrir al Señor, como lo hace el Bautista. Él tenía un grupo de incondicionales, era “importante”, un líder… y sin embargo, los envía donde uno que es más que él (cf. Jn 1,27).
Quien sirve a Dios, sirve a los demás sin buscar reconocimientos, ni menos recompensas, para sí mismo.
Vemos también que los auténticos buscadores de la verdad, como Andrés, en primer lugar, no se aferran al jefe de la comunidad en la que participen, por sabio, santo o ejemplar que sea, sino que, debido a ese mismo cariño y respeto que siente por él, es capaz de permitirle que lo guíe hacia otro que tiene mayor sabiduría, santidad y ejemplaridad.
Tanta, que Juan le da el muy inusual título de «Cordero de Dios».
En segundo lugar, el buscador de la verdad, una vez que la encuentra, querrá que otros también la conozcan y se transformará en lo que hoy llamaríamos un evangelizador, que fue lo que hizo Andrés con su propio hermano, a quien amaría tanto, que deseaba que pudiese disfrutar de la misma alegría que le embargó a él al descubrir que, por fin «Hemos encontrado al Mesías»
Un paréntesis para destacar que, tal como se dice: “nadie sabe para quién trabaja”, en este caso, más bien, debiésemos afirmar: “nadie sabe cuánto bien puede hacer”, ya que este compartir misionero de Andrés atrajo a la comunidad de Jesús, nada menos, que a quien llegaría a ser la piedra -que es una traducción de Cefas y Pedro-, sobre la que se fundaría la Iglesia (cf. Mt 16,18)
Por último, sabemos que en tiempos como los que relata este evangelio, el nombre no tenía la característica inamovible que tiene hoy: era sólo la forma de nombrar a alguien; con el agregado que, en tiempos más abiertos a lo sobrenatural, le daban un sentido de misión a esa denominación.
Tomemos un ejemplo clásico: Abram significa “padre eminente”, pero luego que Dios le dice que sus hijos llegarían a ser un gran pueblo, le cambia el nombre por Abraham, que significa “padre de una multitud” (Gn 17,5).

Algo semejante hacen los Papas católicos: cambian el nombre civil que tenían hasta el momento de ser electos obispos de Roma, como una forma de decir que, al asumir esa nueva responsabilidad, todo ha cambiado para ellos. El actual, por ejemplo, al escoger por primera vez en la historia el nombre de Francisco, por el pobrecito de Asís, reafirmó su decisión con una frase posterior muy potente acerca de que quería “una Iglesia pobre y para los pobres”.
Pues bien, al cambiar el nombre de Simón, hijo de Juan, Jesús le estaba anunciando que esperaba hacer algo nuevo de él.
Nosotros no cambiamos el nombre que aparece en nuestra cédula de identidad, pero al utilizar, además, el nombre de “cristianos”, algo debiese cambiar en nuestra vida y lo debiesen notar quienes nos rodean.

Que nos brote la sana curiosidad que impulsó a Andrés y su compañero de descubrir dónde vives, Señor, (en el pobre, y el necesitado de muchas otras cosas) y luego queramos quedarnos contigo, sirviéndote. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, enviar donde el Señor, seguirlo nosotros mismos y ser lo más fieles posibles a esas dos tareas,
Miguel

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