miércoles, 7 de marzo de 2018

El regalo más grande de Dios



PREPAREMOS EL PROXIMO DÍA DEL SEÑOR
11 de Marzo de 2018
Domingo de la Cuarta Semana de Cuaresma

Lecturas:
Crónicas 36, 14-16. 19-23 / Salmo 136, 1-6 ¡Que no me olvide de ti, ciudad de Dios! / Efesios 2, 4-10

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan  3, 14-21
Dijo Jesús:
De la misma manera que Moisés
levantó en alto la serpiente en el desierto,
también es necesario
que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
para que todos los que creen en Él
tengan Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo,
que entregó a su Hijo único
para que todo el que cree en Él no muera,
sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo
para juzgar al mundo,
sino para que el mundo se salve por Él.
El que cree en Él, no es condenado;
el que no cree, ya está condenado,
porque no ha creído
en el nombre del Hijo único de Dios.
En esto consiste el juicio:
la luz vino al mundo,
y los hombres prefirieron
las tinieblas a la luz,
porque sus obras eran malas.
Todo el que obra mal
odia la luz y no se acerca a ella,
por temor de que sus obras sean descubiertas.
En cambio, el que obra conforme a la verdad
se acerca a la luz,
para que se ponga de manifiesto
que sus obras han sido hechas en Dios.»
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Nos recuerda la Biblia que, a través de la historia, «El Señor, el Dios de sus padres, les llamó la atención constantemente por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo» (1L), de tal manera que pudiésemos corregir la maldad que nos afectaba. Ocurre que «Nosotros somos creación suya: fuimos creados en Cristo Jesús, a fin de realizar aquellas buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos» (2L). Por eso, «Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los Profetas, en muchas ocasiones y de diversas maneras, ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo» (Hb 1,1-2) y su enseñanza fue la entrega total por nosotros, para que después hiciésemos lo mismo unos por otros, «Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él» (Ev).
¿Y qué hacemos con este generoso obsequio?
Nos cuenta la Biblia que hubo un tiempo durante la peregrinación por el desierto del pueblo hebreo, después de haber sido liberados por Dios de la esclavitud egipcia, en el cual los liberados comenzaron a renegar de su Liberador.
Entonces ocurrió que una plaga de serpientes comenzó a atacarlos provocando la muerte de muchos. Castigo de Dios dirían nuestros abuelos; y también lo señala así el autor del Libro de los Números al cual nos estamos refiriendo, pero un riesgo que corría cualquiera que andaba por esos parajes.
Entonces, Moisés, según las instrucciones de Yahvé, hizo una serpiente de bronce y la colocó sobre un asta. Y así fue que, quien sufría la mordedura de serpiente, al mirar la que mandó a fabricar el Señor –su regalo cariñoso- se salvaba de la muerte (Num 21, 4-9).
Se dice que lo que no nos cuesta sacrificio o esfuerzo no lo valoramos o lo valoramos mucho menos. Y, claramente, este es el caso.
En el evangelio de este día, Jesús asemeja su entrega en la cruz con el efecto que producía esa serpiente de bronce: dar vida. Pero, como debiésemos saber, esto no se debe entender solamente como vencer la muerte natural -que sí lo hace y hará por nosotros- sino también con que la vida actual de todos y cada uno encuentre su sentido y plenitud, según el plan del Dios que es Amor (1 Jn 4,8)
La forma como nos comportamos diariamente, las relaciones que tenemos entre nosotros los humanos –incluidos quienes nos decimos creyentes y, por lo tanto, debiésemos creerle al Señor- no demuestran que alcanzamos a dimensionar la maravilla de regalo que es el que «Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna»
De hecho, muy por el contrario, todavía andamos por ahí con temor al “viejo lleno de ira y juzgador” de todos nuestros actos que alguien nos inculcó alguna vez, sin recordar que el Dios de Jesús «no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él».
Sí, es verdad que hay un juicio vigente, pero es el que cada uno se construye, de acuerdo a sus acciones y opciones de vida (Mt 25,34ss), porque «la luz vino al mundo». Jesús es esa Luz (Jn 8,12), quien, con su vida luminosa, mostró preocupación y ocupación por los dolores y necesidades de sus hermanos de humanidad, invitándonos después a hacer lo mismo a sus seguidores: «Ustedes son la luz del mundo» (Mt 5,14).
Entonces, ante esto, tenemos dos opciones, que serán fruto de nuestras decisiones voluntariamente adoptadas: una, es preferir las tinieblas a la luz, dejándonos guiar por el mal, que es hacer todo lo contrario de lo que realizaba el Maestro, quien, como sabemos, era conocido por hacerlo todo bien (Mc 7,37), y que pasó por nuestro mundo haciendo sólo el bien (Hch 10,38). O, para ser más claros: acciones (u omisiones) del ámbito de las tinieblas son todas aquellas por las que optamos, que dañan a otra (s) persona (s). A esto también se le llama pecado.

Por el contrario, «el que obra conforme a la verdad, se acerca a la luz»: al radiante ejemplo de vida del Señor. Se trata, para esto, de intentar ir asemejándonos, cada vez más y cada vez mejor, en las distintas situaciones de nuestra existencia, a lo que Él haría en nuestro lugar, según sea el caso: perdonar, comprender, acoger, defender, cuidar, entender, compartir… Porque eso hacen quienes aman a Dios: ser hijos de la luz (Lc 16,8)
Y porque a enseñarnos todo esto, para que nuestra vida fuese más plena (que es una manera terrena de llamar a la Vida eterna), envió Dios a su Hijo al mundo, gratuita y generosamente, debido a que «Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo» (Ef 2,4-5).
¿Acaso no es verdad que no valoramos suficiente este don del Padre del Cielo?

Que aprendamos a apreciar el regalo de amor inmenso del padre Dios que significó la forma de vivir tuya entre nosotros, Señor, y que ese aprecio se manifieste en intentar asemejarnos a ti. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, agradecer siempre los diversos regalos que Dios nos hace, partiendo por la propia vida, intentando ser generosos con ésta para mejorar la de otros,
Miguel

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