miércoles, 21 de marzo de 2018

Sobre la coherencia de vida


PREPAREMOS EL PROXIMO DÍA DEL SEÑOR
25 de Marzo de 2018
Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

Lecturas de la Misa:
Isaías 50, 4-7 / Salmo 21, 8-9. 17-20. 23-24 Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? / Filipenses 2, 6-11 / Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según san Marcos

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos  11, 1-10
(de la Bendición de Ramos)
    Cuando Jesús y los suyos se aproximaban a Jerusalén, estando ya al pie del monte de los Olivos, cerca de Betfagé y de Betania, Jesús envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo.
    Y si alguien les pregunta: “¿Qué están haciendo?”, respondan: "El Señor lo necesita y lo va a devolver en seguida"».
    Ellos fueron y encontraron un asno atado cerca de una puerta, en la calle, y lo desataron.
    Algunos de los que estaban allí les preguntaron: «¿Qué hacen? ¿Por qué desatan ese asno?». Ellos respondieron como Jesús les había dicho y nadie los molestó.
    Entonces le llevaron el asno, pusieron sus mantos sobre él y Jesús se montó.
    Muchos extendían sus mantos sobre el camino; otros, lo cubrían con ramas que cortaban en el campo.
    Los que iban delante y los que seguían a Jesús gritaban:
    «¡Hosana!
    ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
    ¡Bendito sea el Reino que ya viene, el reino de nuestro padre David!
    ¡Hosana en las alturas!».
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
En nuestra vida de fe, cada quien ha podido descubrir que «el mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo» (1L), el objetivo de esto es que podamos decir: «Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos» (Sal), no sólo con palabras, por cierto, sino con hechos que sean consecuentes con ese decir, siguiendo el ejemplo de nuestro Maestro y Señor, quien demostró ser «el que viene en nombre del Señor» (Ev), de tal manera que, pese a ser, según lo que creemos, el mismo Hijo Único de Dios, «se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor» (2L). ¿Qué menos que buscar servir nosotros a nuestros hermanos, también, debiese esperarse de nosotros?
Para poder mirarnos al espejo sin remordimientos…
La celebración correspondiente a este día nos propone dos evangelios: el que le dará comienzo, antes de la procesión de entrada, el cual narra la llegada triunfal de Jesús a Jerusalén, y el que se leerá más tarde en la Liturgia de la Palabra, uno que contiene el relato extendido de la Pasión del Señor, en la versión de Marcos. Ambos, como veremos, contrastando fuertemente uno con el otro.
Nosotros utilizaremos para nuestra meditación el primero, pero sin olvidar el otro.
Los seres humanos, como habremos comprobado más de una vez, somos extremadamente volubles; más aún si formamos parte de una multitud; normalmente, en esos casos, nos dejaremos llevar por los actos o los dichos de los más osados y/o exaltados.
Probablemente, muchos de los que, en el primer evangelio, gritaban un día «¡Hosana!» a la semana siguiente hacían coro al “¡Crucifícalo!”…
Recordemos que la actitud normal del Maestro era evitar ser proclamado por las multitudes: «Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña» (Jn 6,15). Más aún, ni siquiera permitía que se divulgase quién era y lo que hacía: «Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era él» (Mc 1,34). Esto, porque conocía bien el corazón humano (Lc 6,8; Jn 2,25), y sabía que si se los permitía, después le exigirían que actuase según sus conceptos del Mesías y no según lo que él entendía que su Padre quería: no un guerrero libertador con las armas, sino uno que liberase de las trabas que nos hacen menos humanos, que es, precisamente, lo que nos hace construir tiranías como el imperio romano que afectaba a su pueblo en ese momento de la historia.
A estas alturas de su vida, «sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre» (Jn 13,1), o, en otras palabras, de servir a los hijos amados por Él, hasta las últimas consecuencias, es decir, hasta dar lo más precioso que tenemos los humanos: la vida, y por amor (Jn 15,13), ya era el momento para que se desatasen las contradicciones, por eso, esta vez sí autoriza que la multitud celebre su entrada al centro político y religioso de su país.
Pero sería bajo sus términos, o, mejor dicho, bajo los designios del Señor, dando instrucciones precisas a sus discípulos, para cumplir lo que había anunciado su profeta: «Mira que tu Rey viene hacia ti; él es justo y victorioso, es humilde y está montado sobre un asno, sobre la cría de un asna» (Zac 9,9).
La gente pudo no haber notado este decidor gesto del Maestro, que demostraba que era “humilde” y se quedarán sólo con el “victorioso”, por lo que es posible que se sintiesen defraudados o hasta traicionados viendo sus acciones más cercanas a las del cordero que a las del león, como esperaban: «¡Bendito sea el Reino que ya viene, el reino de nuestro padre David!».

Jesús cumpliría estas palabras, claro que sí, pero de una forma muy distinta a la que ellos creían: el Reino llegaría, por cierto, pero uno que naciera desde los corazones hacia el mundo, lo que significaría un cambio profundo, el cual ha aportado a una humanidad más plena; la violencia, en cambio, como ha demostrado la historia, sólo engendra más violencia y con ello, amarguras y dolores que impiden que tengamos un mundo nuevo ni mejor.
Jesús, para quien el sí sólo significaba sí y el no, claramente lo contrario (Mt 5,37), enseña que hay que ser coherentes en la vida, asumiendo plena y conscientemente las consecuencias que esto nos traiga: ya sea traiciones o negaciones por parte de nuestros más cercanos, o hasta llegar a sufrir el castigo de los poderosos, porque, si tomamos nuestras decisiones según lo que opinen otros, nunca podríamos tener un rumbo fijo, debido a que, como está dicho, los pensamientos varían impredeciblemente y un día haríamos una cosa, para al siguiente realizar la contraria.
¿Qué clase de opinión tendríamos sobre nosotros mismos si nos dejásemos conducir de esa manera?

Que nuestra entrada a esta Semana Sagrada nos lleve a revisar nuestras opciones y nuestra coherencia de vida, según tu ejemplo, Señor, hasta que esto se nos haga práctica permanente. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, llevar una vida que sea consecuente con las enseñanzas del Señor, las cuales conocemos por sus palabras y también por la coherencia que éstas tenían con sus gestos,
Miguel

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