PREPAREMOS
EL PROXIMO DÍA DEL SEÑOR
20 de Mayo de 2018
Pentecostés
Lecturas
de la Misa:
Hechos 2, 1-11 / Salmo 103, 1. 24. 29-31. 34 Señor, envía tu Espíritu y
renueva la faz de la tierra / I Corintios 12, 3-7. 12-13
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan
20, 19-23
Al atardecer del primer día de la semana,
los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos.
Entonces, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté
con ustedes!»
Mientras decía esto, les mostró sus manos y
su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con
ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.» Al
decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los
pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a
los que ustedes se los retengan.»
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
El Resucitado, con el poder de Dios, entrega sus dones de paz y
reconciliación, pero lo hace, no a personas individuales e individualistas,
sino a comunidades: «Estaban todos reunidos en el mismo lugar» (1L). Entonces, «sopló
sobre ellos y añadió “Reciban al Espíritu Santo”» (Ev), porque, se sabe
que «si envías tu aliento […] renuevas la superficie de la tierra» (Sal). Y, desde
entonces, la tierra se ha podido renovar desde el individualismo egoísta, que
causa tanto daño, hacia el amor, ya que «en cada uno, el Espíritu se
manifiesta para el bien común» (2L).
Con la fuerza de su Espíritu.
Los humanos siempre hemos convivido con el problema
de la violencia.
La Biblia cuenta que ya la primera pareja de
hermanos sufrió este mal. Y así, muchos episodios más en la historia de la
humanidad, hasta hoy en que, basta hojear algún periódico, mirar algo los
telediarios y hasta tener la terrible experiencia de ser testigos o víctimas de
ella en nuestro diario vivir… Es decir, siempre presente.
A este mundo, bajo estas condiciones, vino el
Hijo de Dios a mostrarnos cuál es la alternativa del Creador para esta
situación. Su opción de vida, según comprendía que era la forma en que se
cumplía la voluntad del Padre para nosotros, para todos, fue prodigar
misericordia.
Recordemos que cuando le trajeron a una mujer
sorprendida en adulterio, crimen que, según la ley vigente (ley divina, según
sus tradiciones) era penado con la muerte por apedreamiento –violentísimo
castigo- su reacción, sin embargo, fue el perdón: «Yo tampoco te condeno, le
dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante» (Jn 8,1-11)
O que, para enseñar cómo era su Padre –que
también es nuestro- narró la historia del hijo que repudió la vida junto a su
progenitor, pecando –nada menos- contra uno de los primeros Mandamientos que
había dado Dios a su Pueblo (el cuarto); esta alegoría debiese haber terminado
con algún castigo, pero lo hace más bien con el padre acogiendo
misericordiosamente y celebrando al descarriado y, además, al otro hijo
enfurruñado (Lc 15,11-32)
A mayor abundamiento, hilemos el mensaje que
significan estas palabras suyas: «Felices los que trabajan por la paz, porque
serán llamados hijos de Dios» (Mt
5,9), «Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo
y diente por diente. Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal:
al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale
también la otra […] Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás
a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus
perseguidores» (Mt
5,38-39.43.44), las que tiene como corolario coherente su
oración en la cruz, refiriéndose a quienes se portaron como sus enemigos: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que
hacen» (Lc 23,34)
Sabemos por experiencia que perdonar es el
acto más difícil de realizar para nosotros, por eso se dice que “errar es
humano, perdonar es divino”. Eso, que puede entenderse como una limitante, para
quienes quieren decirse cristianos debiese ser, más bien, un incentivo, un
nuevo desafío: buscar asemejarse a Dios también en esto, según la propuesta de
nuestro Maestro: «sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo»
(Mt 5,48)
No es fácil, reiterémoslo. De hecho,
recordemos la ocasión en que Jesús enseñaba a sus discípulos: «Si tu hermano
peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca siete veces al día
contra ti, y otras tantas vuelve a ti, diciendo: “Me arrepiento”, perdónalo».
La inmediata respuesta de los Apóstoles fue el decidor ruego: «Auméntanos la
fe» (Lc 17,3-5).
Entonces, sabiendo que el perdón es una
herramienta poderosa y necesaria contra la violencia, pero con una honestidad
como la expresada por los primeros seguidores del Maestro, pidamos mucha más fe
que la que tenemos. Y, ya que celebramos Pentecostés, acojamos con cariño y
buena disposición este inmenso don de Dios que es el Espíritu Santo, el cual es
Él mismo actuando desde nosotros, con una buena dosis de paz interior, la que
es obsequio del Resucitado, como nos recuerda este trozo del evangelio, ya que,
antes de enviarlos a perdonar, como uno de los signos de su fe en Él, les
bendijo con su paz dos veces.
Como meditábamos recientemente, hay que
honrar sus últimas palabras mientras vivió entre nosotros: “ámense los unos a los
otros”, y una buena forma de cumplirlas son las últimas que nos dijo ya
glorificado: «Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen».
Porque perdonar es un muy concreto fruto del amor. Y es la mejor herramienta
para vencer la violencia, de tal manera que la paz se establezca sólidamente
entre nosotros.
Que podamos permitir a tu Santo Espíritu,
Señor, actuar en y desde nosotros, para construir un mundo mejor, en el cual
reine la paz y la misericordia, frutos tan necesarios siempre. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, acoger al
Espíritu de Dios que nos da la fuerza y el empuje para realizar un mundo más bueno,
Miguel
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