PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
29 de Julio de 2018
Domingo de la Décimo Séptima Semana Durante el Año
Lecturas
de la Misa:
II Reyes 4, 42-44 / Salmo 144, 10-11. 15-18 Abres tu
mano, Señor, y nos colmas con tus bienes / Efesios 4, 1-6
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan
6, 1-15
Jesús
atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al
ver los signos que hacía sanando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se
sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos.
Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: «¿Dónde compraremos pan para darles de comer?»
Él decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer.
Felipe le respondió: «Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan».
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: «Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?»
Jesús le respondió: «Háganlos sentar».
Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran unos cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron.
Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: «Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada».
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada.
Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: «Éste es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo».
Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.
Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: «¿Dónde compraremos pan para darles de comer?»
Él decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer.
Felipe le respondió: «Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan».
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: «Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?»
Jesús le respondió: «Háganlos sentar».
Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran unos cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron.
Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: «Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada».
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada.
Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: «Éste es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo».
Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
«Hay un solo Dios
y Padre de todos» (2L), y como tal es un Padre providente, al punto que se le puede decir
confiadamente: «abres tu mano y colmas de favores a todos los vivientes»
(Sal). Pero Él espera que los creyentes pongan su
parte: sus «cinco panes de cebada y dos pescados» (Ev), es decir, sus
brazos, su inteligencia, su voluntad, para poder multiplicarlas «porque así
habla el Señor: Comerán y sobrará» (1L): el Señor, más
quienes son sus amigos, todo lo pueden.
Pan, trabajo, libertad…
Este es tal vez uno de los “milagros” más
espectaculares de Jesús; tanto que es de los pocos que ningún evangelista deja
de contar (incluso alguno más de una vez).
A tal punto, también, ha asombrado a tantas
generaciones de cristianos que se ha utilizado mucho tiempo de reflexión y
tinta más papel para imaginar cómo pudo ser aquello de transformar unos
poquísimos panes y peces en alimento suficiente para «unos cinco mil
hombres». Y, no sólo eso, ya que después sobró para
llenar doce canastos…
Pero en esa búsqueda, más bien anecdótica, es
posible que estemos perdiéndonos lo más importante para nuestra vida: aquello
que podríamos aprender del texto y de nuestro Maestro al respecto.
Porque, como sabemos, «Toda la Escritura está
inspirada por Dios, y es útil para enseñar y para argüir, para corregir y para
educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado
para hacer siempre el bien» (2
Tim 3,16). Entonces, ¿de qué nos serviría (a los
hombres y mujeres que amamos a Dios) este evangelio para ser “perfectos” y
prepararnos para hacer el bien, si no podemos, normalmente, hacer algún
portento como los que hacía él?
Nos servirá si tenemos conciencia de lo que
sí podemos hacer: alimentándonos de la Palabra de Dios “educarnos en la
justicia”, la cual para Jesús no se relaciona necesariamente con las leyes,
sino con lo que los seres humanos, hijos todos del Padre Dios, necesitan y
merecen para vivir plenamente el regalo de la vida que Él nos dio.
Lo vemos en este caso en que se enfrenta a la
situación de una multitud hambrienta. Lo “legal” sería decir: «Este es un lugar
desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades
a comprarse alimentos» (Mt 14,15), o sea, cada quien que se las arregle como pueda. Nadie puede
obligarnos a más.
Pero la justicia del Reino es comunitaria,
solidaria y fraternal, contraria a nuestros usos y costumbres, de tal manera
que «Jesús les dijo: “No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes
mismos”» (Mt 14,16). Nos obliga la conciencia de ver la necesidad e intentar mitigarla.
Y, como lo que es Justo es que las enseñanzas
sean consecuentes con lo que se hace, el Maestro lo pone en práctica él mismo.
Pero, además, lo hace con el estilo de un hijo de la luz.
Él nos dijo que había venido para servir (Mt 20,28), porque quien quería estar en el primer lugar, según los criterios del
Reino de su Padre, debía ponerse al servicio de los demás (Mt 20,26-27).
Es así que Jesús fue siempre servidor y
siempre humilde…
Lo podremos constatar muchas veces en los
relatos que nos han llegado. Y este día lo notamos en que al mirar la multitud
y sabiendo que llevaban muchos días siguiéndolo, se preocupa de su necesidad: «¿Dónde
compraremos pan para darles de comer?» y luego
se ocupa de la solución al problema. Y al hacerlo, no utiliza los criterios
“del mundo” -de nuestro mundo economicista-: “a cada quien según su esfuerzo”,
sino a todos, según su necesidad.
Pero no sólo pensó en ese
día, sino también en otros y en probables otras personas carentes: «Recojan los pedazos que sobran, para que no
se pierda nada».
Finalmente, ya llegado el
momento en que cualquiera se pondría en disposición para recibir los aplausos
por lo realizado, él más bien, sencillamente «se retiró otra vez solo a la montaña».
¡Cuánto nos falta
aprender de él aún!
Para eso habría que
convertirse, «revestirse del hombre nuevo, creado a imagen
de Dios en la justicia y en la verdadera santidad» (Ef 4,24);
justicia y santidad que sólo tienen sentido si ayudan a mejorar la vida de
otros, según el ejemplo de nuestro Maestro Justo y Santo.
Gran tarea, que tiene como
plazo toda la vida para intentarlo e irnos acercando cada vez más a aquella
meta.
Que podamos abrir la mente y el corazón a tus
invitaciones e inspiraciones, Señor, para que nos sea cada vez más claro y más
fácil ir siguiendo tus pasos tan sencillos y tan humanos que buscan el bien de
todos. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, comprometernos
con la justicia efectiva para todos, como señal de la Justicia de Dios,
Miguel
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