PREPAREMOS
EL PROXIMO DÍA DEL SEÑOR
5 de Agosto de 2018
Domingo de la Décimo Octava Semana Durante el Año
Lecturas
de la Misa:
Éxodo 16, 2-4. 12-15 / Salmo 77, 3-4. 23-25. 54 El Señor
les dio como alimento un trigo celestial / Efesios 4, 17. 20-24
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan
6, 24-35
Cuando la
multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban en el lugar
donde el Señor había multiplicado los panes, subieron a las barcas y fueron a
Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo llegaste?»
Jesús les respondió:
«Les aseguro
que ustedes me buscan,
no porque vieron signos,
sino porque han comido pan hasta saciarse.
Trabajen, no por el alimento perecedero,
sino por el que permanece hasta la Vida eterna,
el que les dará el Hijo del hombre;
porque es él a quien Dios,
el Padre, marcó con su sello».
Ellos le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?»
Jesús les respondió: «La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado».
Y volvieron a preguntarle: «¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura:
"Les dio de comer el pan bajado del cielo"»
Jesús respondió:
«Les aseguro que no es Moisés
el que les dio el pan del cielo;
mi Padre les da el verdadero pan del cielo;
porque el pan de Dios
es el que desciende del cielo
y da Vida al mundo».
Ellos le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Jesús les respondió:
«Yo soy el pan de Vida.
El que viene a mí jamás tendrá hambre;
el que cree en mí jamás tendrá sed».
Jesús les respondió:
«Les aseguro
que ustedes me buscan,
no porque vieron signos,
sino porque han comido pan hasta saciarse.
Trabajen, no por el alimento perecedero,
sino por el que permanece hasta la Vida eterna,
el que les dará el Hijo del hombre;
porque es él a quien Dios,
el Padre, marcó con su sello».
Ellos le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?»
Jesús les respondió: «La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado».
Y volvieron a preguntarle: «¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura:
"Les dio de comer el pan bajado del cielo"»
Jesús respondió:
«Les aseguro que no es Moisés
el que les dio el pan del cielo;
mi Padre les da el verdadero pan del cielo;
porque el pan de Dios
es el que desciende del cielo
y da Vida al mundo».
Ellos le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Jesús les respondió:
«Yo soy el pan de Vida.
El que viene a mí jamás tendrá hambre;
el que cree en mí jamás tendrá sed».
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Quienes «fueron enseñados según la verdad que reside en Jesús» (2L) son invitados a
acudir, generosa y solidariamente, donde aquellos que, por necesidad claman: «Señor,
danos siempre de ese pan» (Ev), para poder ser sus instrumentos que ayuden
a hacer visibles «las glorias del Señor y su poder» (Sal) y, de esa
manera, una vez más, Él manifieste: «Así
sabrán que yo, el Señor, soy su Dios» (1L)
Hablando de alimentación…
Chile es el país con mayor cantidad de
personas en condición de sobrepeso de América Latina; por otro lado, 470 mil
personas tienen obesidad mórbida, aumentando esta cifra en 322 mil en los
últimos 15 años. Esto, mientras que hace sólo medio siglo (1960) 1 de cada 3
niños sufrían desnutrición (37%)
¿Esto es progreso?.
Antes de responder, tengamos en cuenta que el
exceso de peso corporal no significa buena nutrición necesariamente. Y, por
otro lado, también que somos uno de los países con mayor desigualdad de
ingresos en el mundo.
Entonces, podríamos decir que no, no hemos
progresado, humanamente hablando.
Eso, nos parece, porque como sociedad, hemos
trabajado casi exclusivamente «por el alimento perecedero»: el éxito económico a toda costa, de tal manera que somos una sociedad
con buenos índices desde el punto de vista del consumo, pero no necesariamente
una con mejor calidad de vida.
Hace unos años un obispo católico se atrevió
a proponer que más que un salario mínimo (base para todos los salarios y piso
obligatorio para cualquier contrato laboral), el cual es permanente y
absolutamente insuficiente, debiese llegarse al concepto de un “salario ético”,
uno que alcanzase, al menos, a cubrir las necesidades básicas de una familia,
pero, además, que, en el otro extremo, no excediese escandalosamente lo que
reciben los más pobres.
Hasta de ignorante lo trataron. Claro, porque
algo tan humanistamente obvio iba en contra del Dios Dinero o la “sabiduría”
del mercado, esa que provoca ceguera a los efectos que produce esa visión
economicista en las personas sencillas.
Pero la preocupación del obispo no era nueva
ni ajena a las enseñanzas que surgen del Evangelio.
Ya en 1931 decía el papa Pío XI: “Salta a los
ojos de todos, en primer lugar, que en nuestros tiempos no sólo se acumulan
riquezas, sino que también se acumula una descomunal y tiránica potencia
económica en manos de unos pocos…” (Encíclica Quadragesimo Anno).
Mucho más atrás todavía, se nos cuenta que,
en la primera comunidad cristiana, la más cercana a las enseñanzas de Jesús, «todos
los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían sus
propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las
necesidades de cada uno» (Hch
2,44-45).
Y en un clásico texto de nuestro Nuevo
Testamento nos encontramos con la enseñanza de un discípulo directo del
Maestro: «La religiosidad pura y sin mancha delante de Dios, nuestro Padre,
consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas cuando están necesitados»
(Stg 1,27), el cual hace eco de palabras del mismo Señor, quien envía a los
“cumplidores” de normas religiosas «Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero
misericordia y no sacrificios» (Mt
9,13; cf. Os 6,6)
Todo esto lo recordamos
porque, si nos fijamos en este evangelio, el Señor invita a trabajar por el pan
«que les dará el Hijo del hombre; porque es él a
quien Dios, el Padre, marcó con su sello». Pero
ellos no se quedan con la imagen literal, sino que inmediatamente comprenden y
preguntan: «¿Qué debemos hacer para
realizar las obras de Dios?»
Es que a quien se diga cristiano no debiese
serle posible separar el alimento «que permanece hasta la Vida eterna» de
las necesidades materiales –hacer obras que ayuden a solucionarlas- de los
seres humanos, todos hijos amados del Padre Dios.
Por algo el mismo Maestro
identificó sus enseñanzas (vida y palabras) con la más humilde e imprescindible
comida: «Yo soy el pan de Vida»
Y para eso el mismo Dios
tomó la condición humana, en Jesús, de tal manera que, según sus palabras,
nadie padezca necesidad: «El que viene a
mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed», tal como había
actuado su Padre ante la carencia del pueblo en el desierto, circunstancia en
que, como se recuerda: «Les dio de comer
el pan bajado del cielo»
Muchos, ante la
indiferencia de los especialistas en números y otros más que se dejan embrujar
por ellos, sufren hambre del pan material (y también del misericordioso y
compasivo Pan del cielo). Pero aunque fuese una sola persona en aflicción, un
espíritu empapado de la Buena Noticia no podría estar tranquilo hasta buscar
alguna acción –personal o comunitariamente- para aliviar esa aflicción.
¡Qué distinto sería el mundo si todos los
cristianos, a semejanza de su Dios y del Señor, nos hiciésemos pan (alimento y
auxilio) para las muchas hambres de los necesitados! Sucedería que cuando
preguntasen «¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti?
¿Qué obra realizas?» la respuesta la
daría la acción solidaria efectiva y visible que realizamos. Y no serían
necesarias más explicaciones.
Que se nos pueda abrir el apetito por el pan
de Vida, tú mismo, Señor, tu vida y tu ejemplo, para que vayamos aprendiendo a
hacernos alimento para las necesidades de nuestros hermanos. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, alimentarnos
y alimentar de Vida eterna nuestras relaciones y nuestra sociedad, según el
ejemplo de Jesús,
Miguel
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