miércoles, 8 de agosto de 2018

La Palabra y nuestra situación actual


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
12 de Agosto de 2018
Domingo de la Décimo Novena Semana Durante el Año

Lecturas de la Misa:
Proverbios 9, 1-6 / Salmo 33, 2-3. 10-15 ¡Gusten y vean qué bueno es el Señor! / Efesios 5, 15-20

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan  6, 41-51
    Los judíos murmuraban de Jesús, porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo». Y decían: «¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: "Yo he bajado del cielo?"»
    Jesús tomó la palabra y les dijo:
 «No murmuren entre ustedes.
Nadie puede venir a mí,
si no lo atrae el Padre que me envió;
y Yo lo resucitaré en el último día.
Está escrito en el libro de los Profetas:
"Todos serán instruidos por Dios".
Todo el que oyó al Padre
y recibe su enseñanza,
viene a mí.
Nadie ha visto nunca al Padre,
sino el que viene de Dios:
sólo Él ha visto al Padre.
Les aseguro
que el que cree, tiene Vida eterna.
Yo soy el pan de Vida.
Sus padres, en el desierto,
comieron el maná y murieron.
Pero éste es el pan que desciende del cielo,
para que aquél que lo coma no muera.
Yo soy el pan vivo bajado del cielo.
El que coma de este pan vivirá eternamente,
y el pan que Yo daré
es mi carne para la Vida del mundo».
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Es necesario «que lo oigan los humildes y se alegren» (Sal), porque «todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza» (Ev) sigue a Jesús de esta manera: «sean mutuamente buenos y compasivos, perdonándose los unos a los otros como Dios los ha perdonado en Cristo» (2L). Y para tener la energía suficiente para lograrlo, Él mismo provee el alimento. Por eso «¡Levántate, come, porque todavía te queda mucho por caminar!» (1L).
Porque es una luz para nuestro camino (Sal 119,105)
Seguimos en el ojo del huracán… ¿o seguimos en el fondo de un abismo?. Como católicos estamos hablando, por cierto.
Casi a diario surgen nuevas acusaciones contra personas con autoridad en nuestra Iglesia y no sabemos cómo reaccionar. O al menos no tenemos una reacción coherente con lo que decimos creer.
Por cierto, no pretendemos tener LA respuesta; estamos tan confundidos, dolidos y schockeados como todos.
Pero en esas situaciones un seguidor de Jesús hace bien en buscar señales en la Palabra. Estas son las pistas que hemos descubierto.
En primer lugar, nos parece que la limpieza debiese comenzar desde adentro y no irnos enterando, y de esa manera ir siendo golpeados permanentemente, por los medios de comunicación, sabiendo que «no hay nada oculto que no se descubra algún día» (Lc 8,17). Además, para que duela todo lo que tiene que doler, lo más pronto posible, de tal manera de poder, posteriormente, comenzar a sanar lo que está enfermo (Prov 4,20-22).
Como sólo la verdad nos hará libres (Jn 8,32), debiésemos aprender a de ninguna manera justificar ni el más pequeño abuso “por el bien de la institución”, para que llamemos los delitos por su nombre: no son “errores” «todos los escándalos», ni personas equivocadas «los que hicieron el mal» (Mt 13,41).
Otra actitud necesaria, a propósito de lo anterior, es que quienes han abusado no busquen minimizar la situación, ni adoptar la actitud de víctimas, sino que asuman sus acciones y, ojalá, se arrepientan y pidan perdón honestamente, con la actitud de quien dice: «Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo» (Lc 15,21).
En cuanto a las víctimas, tampoco debiese olvidársenos nunca que nuestro cariño, empatía y cercanía debe estar con los que han sufrido, tal como vemos hacer tantas veces a Jesús, comprendiendo las formas llenas de justificable ira con que se manifiesten. Y pedir perdón muchas veces, tantas como sea necesario (Prov 28,13), por demasiados errores que colectivamente hemos cometido y que han agravado lo que los acusados les provocaron.
Sobre esto último, como organización humana debemos cambiar lo que nos ha llevado a esta situación: es preciso comprender el “poder” entre nosotros como un servicio (Mc 9,35), no como un sometimiento, por lo que no habría que endiosar a los clérigos ni permitir que ellos se pongan por sobre los demás.
En cuanto a lo que nos toca a cada quien, sea cual sea nuestra responsabilidad dentro de la Iglesia, revisar nuestras actitudes, ya que casi todos podemos tener una pequeña parcela de responsabilidad sobre otros que podríamos mal usar: aprender a ver la viga en el propio ojo (Mt 7,4) y tener cuidado con la forma en que nos referimos a quien está en la desgraciada situación de ser acusado.
En lo tocante a nuestra relación con el resto de la sociedad, debiésemos decir nuestra opinión de una manera mucho más humilde y ser mucho más misericordiosos con la forma en que juzgamos las diversas situaciones que se presentan, porque con la misma medida (y a veces más exigente aún) seremos medidos (Mt 7,2).
Jesús en el evangelio de este día está hablando con gente de fe; creyentes en el Dios Único y Verdadero. Pero también personas a las que se les hace imposible creer que ese Dios podía tener alguna relación especial con él: «¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre».

Hoy muchos creen en Dios, pero debido a nuestras actitudes también murmuran sobre nosotros y dicen que nos conocen tanto que no nos pueden creer: nos han visto, nos conocen y el nombre de cristianos nos pone una vara muy alta ante los ojos de los demás; todavía hoy y a pesar (o a causa) de todo esto.
Para ayudarnos a ser más coherentes es que Jesús nos ofrece alimentarnos de «el pan vivo bajado del cielo», del Señor, de sus palabras y de su ejemplo, para que podamos hacerlo parte de nosotros y, de esa manera, nutrir nuestro empeño por intentar hacer vida el Evangelio cada día, en cada circunstancia, ante cada dificultad y cada desafío, en estos difíciles tiempos y siempre.
Por todo ello es que es tan bello que el grito de rebeldía de los laicos organizados ante todo esto sean las palabras poéticas y proféticas de un sacerdote santo de nuestra Zona Sur de Santiago, Esteban Gumucio: “¡No nos robarán la esperanza!”.

Que esta hora de prueba pueda hacernos comprender en qué estamos y qué somos realmente, para buscar confrontarnos con tu voluntad, Señor, y luego intentar hacer las conversiones necesarias en nuestra vida. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, en lo bueno y en lo malo, en todo tiempo y lugar buscar la guía de la Palabra del Señor,
Miguel

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escoger a Dios y sus caminos

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo 21 de Septiembre de 2025                          ...