miércoles, 29 de agosto de 2018

Honrar al Señor con los labios y con el corazón


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
2 de Septiembre de 2018
Domingo de la Vigésimo Segunda Semana Durante el Año

Lecturas de la Misa:
Deuteronomio 4, 1-2. 6-8 / Salmo 14, 2-5 Señor, ¿quién se habitará en tu Casa? / Santiago 1, 17-18. 21-22. 27

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     7, 1-8. 14-15. 21-23
    Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar.
    Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce y de las camas.
    Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?»
    Él les respondió: «¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice:
        "Este pueblo me honra con los labios,
        pero su corazón está lejos de mí.
        En vano me rinde culto:
        las doctrinas que enseñan
        no son sino preceptos humanos".
    Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres».
    Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: «Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre».
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
El Señor nos dice, a su Pueblo de todos los tiempos: «escucha los preceptos y las leyes que yo les enseño para que las pongan en práctica» (1L). Pero con el avance de la historia vamos agregando a estos nuestras propias leyes, corriendo el serio riesgo de dejar «de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres» (Ev). ¿Cómo distinguir cuál es uno y cuál la otra? Teniendo presente que «todo lo que es bueno y perfecto es un don de lo alto y desciende del Padre» (2L) y que sabemos que Él quiere que sus hijos nos amemos, podemos concluir que sus mandamientos no tienen tanto que ver con rituales sino con vivir como el «que procede rectamente y practica la justicia; el que dice la verdad de corazón y no calumnia con su lengua, el que no hace mal a su prójimo» (Sal).
Para no ser considerados hipócritas…
Si hacemos el ejercicio de mirar los medios de comunicación, ¿quiénes son los cristianos hoy para el imaginario colectivo de nuestra sociedad?
Entre otras imágenes, serían los que se oponen a la muerte de los niños no nacidos, pero a quienes parece no interesarles qué ocurre con la vida de esos infantes después de su nacimiento…
También serían aquellos opuestos a que existiese una ley de divorcio, pero que, cuando la necesitaron, recurrieron a ella sin problemas.
Como todas las generalizaciones, estas pueden ser muy injustas. Y, sin embargo, algo y más de algo deben tener de real en la forma como se comportan muchos hermanos de fe, para que estén asentadas de esa manera en la categorización masiva.
Decía el autor uruguayo Eduardo Galeano: “Estamos en plena cultura del envase. El contrato de matrimonio importa más que el amor, el funeral más que el muerto, la ropa más que el cuerpo y la misa más que Dios”.
Y, siguiendo la enseñanza de hoy del evangelio, podríamos profundizar más la última frase, diciendo que a los cristianos parecen importarnos más los gestos rituales (rosarios, novenas, vía crucis) que el sentido que tendría la vida de Jesús para nosotros, sus seguidores.
Porque, si estuviésemos compenetrados con el Maestro de la empatía, podríamos mantener nuestra condena al aborto, pero sin banalizar los sentimientos y dolores que padecen muchas mujeres violentadas, abandonadas o en situación de miseria y, menos aún, sentiríamos que podemos condenarlas a ellas, ya que seríamos conscientes de que no nos es posible conocer la compleja situación que enfrenta cada una.
Si nos dejásemos impregnar de su espíritu generosamente comprensivo querríamos, por cierto, que lo que unió Dios no lo separe el hombre (Mt 19,6), según sus palabras; y, sin embargo, seríamos capaces de entender que muchos tomaron la decisión sin la suficiente madurez o, en su caminar como pareja, les tocó enfrentar vivencias que tornaron en amargura este sacramento destinado a la felicidad, por lo que lo más humano era que se alejasen el uno del otro; y lo más cristiano, acogerlos en su dolor.
Por último, para no correr el riesgo de encontrarnos entre quienes «dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres», nos serviría dedicar más tiempo a vivir, cada vez más y cada vez mejor, el sentido de su mandamiento principal: el del Amor, con todas sus implicancias samaritanas y de cuidado preferencial por los más débiles de nuestra sociedad, poniendo en segundo término (de ninguna manera relegándolo como inútil, sólo colocándolo en su lugar) lo que los hombres hemos construido para intentar dar gloria a Dios.

Porque todos conocemos personas que sienten malestar consigo mismos (se sienten “impuras”) por no haber ido a Misa, o por no haberse dado tiempo para confesarse con un sacerdote, o por tener relegado el Rosario… Pero pocos cristianos sufren porque haya gente que literalmente muera de frío en las calles, o porque haya niños que mendiguen el pan, o porque muchos ancianos vivan en el abandono físico y emocional… Mereceríamos el reproche del Señor: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí».
Es que parece mucho más concordante con el mensaje de nuestro Señor y Maestro, no dejarse dominar por el temor a olvidar alguna práctica religiosa, pero sí por no ser fieles a su guía por los caminos de la solidaridad, la fraternidad y la cercanía a las inquietudes y dolores de nuestros hermanos, que son formas de hacer concreto el mandamiento de Dios.

Que podamos tener siempre presente que Dios prefiere la misericordia a los sacrificios, y nos atrevamos, cada vez más y cada vez mejor, a hacer concordar nuestro estilo de vida con tus palabras, Señor. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, la difícil, pero tan necesaria coherencia de vida,
Miguel

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