miércoles, 19 de septiembre de 2018

Madurar en la fe, para ser como niños


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
23 de Septiembre de 2018
Domingo de la Vigésimo Quinta Semana Durante el Año

SEPTIEMBRE, MES DE LA BIBLIA

Lecturas de la Misa:
Sabiduría 2, 12. 17-20 / Salmo 53, 3-6. 8 El Señor es mi apoyo verdadero / Santiago 3, 16—4, 3

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     9, 30-37
    Jesús atravesaba la Galilea junto con sus discípulos y no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará». Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas.
    Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: «¿De qué hablaban en el camino?» Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.
    Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos».
    Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: «El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado».
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
¿Por qué «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres [y] lo matarán»? (Ev): porque «se opone a nuestra manera de obrar; […] y nos reprocha las faltas contra la enseñanza recibida» (1L), una enseñanza antimaterialista del Dios de la Vida, pero «ustedes ambicionan, y si no consiguen lo que desean, matan» (2L). Sin embargo, Jesús enfrenta esta situación, con la certeza de que «Dios es mi ayuda, el Señor es mi verdadero sostén» (Sal). ¿Qué nos dice todo esto y qué nos inspira a realizar con nuestra vida nuestro Maestro, el Señor?
Seamos más infantiles, por favor.
Silvio Rodríguez cuenta una experiencia nueva que le tocó vivir en una de sus primeras salidas de Cuba, precisamente a nuestro país, cantando en el tema Santiago de Chile: “ahí yo tuve un odio, una vergüenza: niños mendigos de la madrugada”. Los mismos a los que entonces, y aún hoy, nosotros estamos acostumbrados sin ningún problema.
Como país, también tenemos una deuda actual pendiente con nuestra niñez, según hemos descubierto por la situación en que se encuentra la agencia estatal al cuidado de quienes son sometidos al sistema judicial, el Sename.
Otra situación dañina para nuestros niños tiene que ver con la despreocupación que tenemos por su salud, entre otros, en estos críticos dos aspectos: primero, en lo referente a su alimentación, ya que estamos entre los países con mayores índices de obesidad, diabetes y otras enfermedades relacionadas; y el segundo ítem es lo que toca a la recreación de ellos: las “nanas electrónicas” (TV, celulares) a las que los confiamos descuidadamente, porque no nos hacemos el tiempo suficiente para acompañarlos, inhiben el desarrollo de sus habilidades socializadoras, profundizando en el estilo egoísta e indiferente que tanto daño le hace a nuestra sociedad: “Con tus ojos de niño tienes la confusión entre la realidad y la ciencia ficción”, dice otro tema, esta vez del grupo musical chileno Illapu.
Y así, en estos ejemplos encontramos sólo una pincelada de variadas prácticas que dañan, de una y muchas maneras, al “futuro de la sociedad”.
Todo esto suele suceder porque, como sabemos, ellos no tienen poder alguno; peor aún, quienes les provocamos estos males lo hacemos porque sí lo tenemos sobre ellos y lo ejercemos con insensibilidad en el mejor de los casos y con brutalidad en el peor.
Pero la situación menoscabada de la niñez, tristemente, siempre ha sido así en el mundo.  También en los tiempos de Jesús.
En uno de los relatos de multiplicación de los panes realizada por él se nos señala la cantidad de personas que comieron, pero sin contar mujeres y niños (Mt 14,21). En otra ocasión los discípulos quieren espantar a los infantes que se acercaban al Maestro, por considerarlos un estorbo (Mc 10,13). Ambos episodios reflejan la poca o ninguna valoración que se tenía por los menores de edad, seres improductivos según la concepción de aquella época.
Jesús, revolucionario siempre, en el evangelio de este día, no sólo abraza a uno de ellos -de los despreciados-, sino que lo pone como modelo y hasta representante suyo: «El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí».
Los acontecimientos que nos tienen gravemente heridos últimamente como Iglesia, señalan que no nos hemos tomado muy en serio estas palabras de nuestro Señor y que, igual que sus contemporáneos, menospreciamos a los menores.
Pero esto, que ya es muy grave, ha sido un síntoma de otro aspecto dolorosamente incoherente entre nosotros, sus seguidores de hoy: el abuso de poder. Entre nosotros no es habitual que «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos», sino todo lo contrario, como hemos experimentado, lamentablemente, demasiadas veces.

Con inocencia de niños se nos haría más fácil no ambicionar status ni obediencias, por lo que no discutiríamos quién es el más grande…
Con la pureza de corazón que los caracteriza, veríamos a Dios en todo y en todos, lo que nos impediría hacer el mal contra alguien –menos aún contra los más débiles- ni contra la Creación, tan maltratada hoy por hoy.
Además, teniendo clara la importancia que tienen para nuestro Maestro los pequeños e identificándonos con ellos, sentiríamos que corresponde alzar la voz para que le recordemos a nuestra sociedad que es en la forma como se trata a los débiles como se refleja la real fortaleza de una Nación y, por otro lado, en lo que nos corresponda, intentaríamos hacer lo que nos sea posible para incentivar a que no haya más niños mendigando, ni sufriendo, ni descuidados.
¡Nunca más!

Que de una vez sepamos domar nuestro ego, aprendiendo a liberarnos de las influencias dañinas de nuestra sociedad, para ser mucho más como niños en la sencillez, a la vez de proactivos en su cuidado, Señor. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, encontrar las tan esquivas humildad y sencillez, señales del Reino de Dios entre nosotros,
Miguel

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