miércoles, 3 de octubre de 2018

Amigo de mujeres, niños y de todo aquel que es despreciado o marginado


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
7 de Octubre de 2018
Domingo de la Vigésimo Séptima Semana Durante el Año

Lecturas de la Misa:
Génesis 2, 4. 7. 18-24 / Salmo 127, 1-6 Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida / Hebreos 2, 9-11

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     10, 2-16        
    Se acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: «¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?»
    Él les respondió: «¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?»
    Ellos dijeron: «Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella».
    Entonces Jesús les respondió: «Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio de la creación, "Dios los hizo varón y mujer". "Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos no serán sino una sola carne". De manera que ya no son dos, "sino una sola carne". Que el hombre no separe lo que Dios ha unido».
    Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto.
    Él les dijo: «El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella; y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio».
    Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron. Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él».
    Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos.
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Dice nuestro Maestro que «el Reino de Dios (o la alegría eterna) pertenece a los que son como ellos (los niños)» (Ev): «serás feliz y todo te irá bien» (Sal). Una recomendación primordial para esto es que, como «no conviene que el hombre esté solo» (1L), es mejor si, al igual que los niños, aprendemos a depender de otros y a hacer las cosas en conjunto con ellos; todos, como hermanos que somos, entre nosotros y nosotros del Señor, porque «el que santifica y los que son santificados, tienen todos un mismo origen» (2L); todos hijos de Dios.
Invitados a ajustar criterios.
Cuando se trata de un seguidor del Señor -quien entendía que las normas religiosas estaban hechas para el hombre y no al revés (Mc 2,27)- para que esta antigua palabra tenga sentido en su presente, es importante mirar el contexto en que fueron escritos los pasajes bíblicos y buscar armonizar su texto con la realidad presente. Y con el amor misericordioso de Dios de siempre.
En el caso que se le presenta a Jesús este día, la ley era extremadamente clara: «Si un hombre se casa con una mujer, pero después le toma aversión porque descubre en ella algo que le desagrada, y por eso escribe un acta de divorcio, se la entregará y la despedirá de su casa. Una vez que esté fuera de su casa, si la mujer se desposa con otro y este último también la rechaza, escribe un acta de divorcio y la despide, o bien muere, su primer marido no podrá volver a tomarla por esposa, puesto que ella ha sido mancillada…» (Dt 24,1-4).
Era clara, pero, a la vez, como podemos notar, era una ley extremadamente injusta con la mujer, ya que ella no podía divorciarse de la misma forma.
Jesús estaba mucho más cerca del corazón del Dios que inspiró la norma de Moisés –personaje a quien se le atribuye haberla escrito-, por lo que se atreve a comentarla y trata de orientar en la correcta comprensión de la relación entre el hombre y la mujer.
En su sociedad machista, donde se denigraba y menospreciaba a la mujer, Jesús, entonces, recuerda y proclama que en el plan del Creador ninguno es superior, sino que «los dos no serán sino una sola carne».
Todo un cambio de visión: profundo, revelador y revolucionario.
Y, continuando con su fidelidad al mandato recibido por su Padre, también contra los criterios dominantes de su época, él no está de acuerdo con que un Maestro como él no debía “desperfilarse” perdiendo el tiempo con los niños.
Muy por el contrario, él tenía presente el actuar histórico de Dios, el cual es de especial cercanía a los sencillos de todo tipo. Es así que –recordemos-, para comenzar su plan de amor en la historia humana, pudiendo escoger algún gran imperio, prefirió elegir un pueblo de los más pequeños que había en su tiempo, el cual se conocería como Israel; luego, para escoger al más importante de los reyes que tuvo aquel pueblo, David, no tomó en cuenta a los otros muy preparados hijos de Jesé, sino al menor de todos (1 Sam 16); y, más cercano a nosotros aún, cuando necesitó un vientre para que fuese acogido su propio Hijo, se lo pidió a una humilde niña de un pequeño poblado: María de Nazaret.
Tan de esa manera lo comprende Jesús que, en su momento, «se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido”» (Lc 10,21).

Por eso, la segunda proclamación profética que se nos presenta en este evangelio es que no sólo los niños no son un estorbo inútil, sino que «el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos».
Otro golpe rotundo a la mentalidad de su época.
Entendemos, por lo tanto, que Jesús es el amigo de las mujeres, los niños y de todo aquel que es despreciado o marginado en su tiempo y hoy.
Los cristianos de nuestro tiempo ¿podríamos decir lo mismo de nuestra forma de relacionarnos en el mundo?
Una respuesta positiva significaría que estamos siendo más fieles a quien es nuestro Camino, Verdad y Vida (Jn 14,5).
En caso de que ésta sea negativa, el desafío es claro: hay que seguir convirtiéndonos.

Que sepamos y podamos mirar a los demás con ojos más parecidos a los tuyos, Señor, sin autosuficiencia, sino engrandeciéndolos a todos, partiendo por los más humildes, con los que te identificas y a quienes tanto ama el Padre Dios. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, crecer en humildad, acercarnos a los pequeños y cuidar, proteger y clamar por todos los sencillos, según la enseñanza recibida del Señor,
Miguel

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