miércoles, 10 de octubre de 2018

Testigos de la verdadera libertad


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
14 de Octubre de 2018
Domingo de la Vigésimo Octava Semana Durante el Año

Lecturas de la Misa:
Sabiduría 7, 7-11 / Salmo 89, 12-17 Señor, sácianos con tu amor / Hebreos 4, 12-13

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     10, 17-30
    Jesús se puso en camino. Un hombre corrió hacia Él y, arrodillándose, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?»
    Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre».
    El hombre le respondió: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud».
    Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme».
    Él, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.
    Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!»
    Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: «Hijos míos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios».
    Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?»
    Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: «Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para Él todo es posible».
    Pedro le dijo: «Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido».
    Jesús respondió: «Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia, desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna».
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
En el tiempo de Jesús se creía que los ricos eran bendecidos por Dios, por eso asombran tanto sus palabras a sus discípulos (Ev). Pero él sabía que sólo la sabiduría «tenía en sus manos una riqueza incalculable» (1L). Por eso, «para que nuestro corazón alcance la sabiduría» (Sal), hay que vivir sabiendo que, como «la Palabra de Dios penetra hasta la raíz del alma y del espíritu» (2L), conviene confiar más en ella que en los medios económicos. Eso es vivir con auténtica sabiduría.
Hay que convencerse de que “hay cosas que el dinero no puede comprar”.
Y tiene que ser de forma permanente, porque esos estímulos se desvanecen rápidamente; todo lo contrario de lo que ocurre con la energía del amor, ya que «Sólo Dios es bueno».
Veamos.
El poderoso caballero que es “don Dinero” nos acosa por todas partes, apelando al consciente y al inconsciente nuestro, para incentivarnos a conseguirlo casi a cualquier costo, luego a usarlo hasta más allá del límite de lo razonable y, finalmente, para girar en torno a lo que se consigue con él, que es lo que el mundo cataloga como “éxito”.
Luego, con esos parámetros, es decir, dependiendo de cuánto se ha acumulado, evaluamos a los demás y cuidamos de cómo seremos mirados. Una verdadera esclavitud que es muy inhumana, porque no fuimos creados para competir, sino para amar (Lc 10,25-28).
Jesús tiene muy clara esta dicotomía, por eso afirmó que «No se puede servir a Dios y al Dinero» (Mt 6,24) y, también, lo que provocó más escándalo a sus discípulos de entonces y angustia a muchos de hoy (a menos que lo tomen con simple y llana indiferencia, para intentar equilibrar los beneficios del crecimiento de la propia riqueza con el aparente seguimiento del Señor): «Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios».
Porque no se puede encontrar el Reino del amor y la alegría que predicaba y vivía Jesús: «Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» (Mt 8,20) y al mismo tiempo intentar cuidar o hacer crecer la cuenta bancaria.
De hecho, en otro momento, Jesús también recuerda los riesgos de dedicar la vida sólo a tener siempre más, contando la parábola de un rico que amontonaba bienes, diciéndose luego: «”Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida”. Pero Dios le dijo: “Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?”. Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios» (Lc 12,19-21).
En fin, debemos convencernos de que no hay forma de amigar el ansia por el dinero con la fe en el Dios de Jesús, quien –digámoslo- no es precisamente el Dios de los ricos, ya que, como nos lo describe la Biblia: «hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos. El Señor libera a los cautivos […] El Señor protege a los extranjeros y sustenta al huérfano y a la viuda […] hace justicia a los humildes y defiende los derechos de los pobres» (Sal 146,7.9; 140,13).
Por eso mismo, el Maestro, a la persona que le pregunta por el camino de la Vida, le sugiere liberarse de las riquezas, invitándolo a hacerlo a favor de ellos: «vende lo que tienes y dalo a los pobres».
Sin embargo, los seres humanos solemos ser ciegos y torpes al respecto, por lo que muchas veces permitimos que sea el materialismo quien nos gobierne y con él -por ser sus beneficios tan efímeros- a la vez, lo hagan también la angustia, la tristeza, la depresión y un sinfín de malestares más, como dicen todos los estudios médicos.
El antídoto para tanta enfermedad provocada de esta manera, según la doctrina de Jesús, es la libertad que otorga el dar –mucho y siempre-, en vez de buscar recibir y –menos aún- acumular. Es decir, que aprender a usar la vida para servir y amar, libera; mientras que, si la dedicamos a adquirir bienes materiales, terminamos siendo poseídos por nuestras posesiones.
Por eso los discípulos cuando son enviados a proclamar el mensaje, deben ir no con seguridades, sino como necesitados de ayuda: «No lleven nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni tampoco dos túnicas cada uno» (Lc 9,3).

Por lo tanto, entonces, y teniendo en cuenta todo lo anterior, para responder a quien tenga la misma inquietud del personaje del evangelio: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?» (o sea todos nosotros, ¿o no?), podríamos decir que el camino cristiano para la vida buena y plena está no en cumplir un listado de mandamientos, sino en ir por el mundo sin amarras ni comodidades, como testigos de la verdadera libertad (Gal 5,1).
Como haciendo nuestras estas palabras: «no me des ni pobreza ni riqueza, dame la ración necesaria, no sea que, al sentirme satisfecho, reniegue y diga: “¿Quién es el Señor?”, o que, siendo pobre, me ponga a robar y atente contra el nombre de mi Dios» (Prov 30,8-9).
¡Qué libres seríamos entonces!

Que podamos liberarnos de la esclavitud a la que pretenden someternos los bienes materiales, para crecer en el espíritu de la libertad de los hijos de Dios, a la manera que viviste y nos enseñaste tú, Señor. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, crecer en humildad, acercarnos a los pequeños y cuidar, proteger y clamar por todos los sencillos, según la enseñanza recibida del Señor,
Miguel

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