PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
14 de Octubre de
2018
Domingo de la Vigésimo
Octava Semana Durante el Año
Lecturas
de la Misa:
Sabiduría 7, 7-11 / Salmo 89, 12-17 Señor, sácianos con tu amor / Hebreos 4, 12-13
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Marcos
10, 17-30
Jesús se puso
en camino. Un hombre corrió hacia Él y, arrodillándose, le preguntó: «Maestro
bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?»
Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre».
El hombre le respondió: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud».
Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme».
Él, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.
Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!»
Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: «Hijos míos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios».
Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?»
Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: «Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para Él todo es posible».
Pedro le dijo: «Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido».
Jesús respondió: «Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia, desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna».
Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre».
El hombre le respondió: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud».
Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme».
Él, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.
Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!»
Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: «Hijos míos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios».
Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?»
Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: «Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para Él todo es posible».
Pedro le dijo: «Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido».
Jesús respondió: «Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia, desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna».
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
En el tiempo de Jesús se creía que los ricos eran bendecidos por Dios,
por eso asombran tanto sus palabras a sus discípulos (Ev). Pero él sabía que sólo la sabiduría «tenía en sus manos una
riqueza incalculable» (1L). Por eso, «para que nuestro corazón alcance la sabiduría»
(Sal), hay que vivir sabiendo que, como «la Palabra de Dios penetra hasta la
raíz del alma y del espíritu» (2L), conviene confiar más en ella que en los medios económicos. Eso es vivir
con auténtica sabiduría.
Hay que convencerse de que “hay cosas que el
dinero no puede comprar”.
Y tiene que ser de forma permanente, porque esos estímulos se
desvanecen rápidamente; todo lo contrario de lo que ocurre con la energía del
amor, ya que «Sólo Dios es
bueno».
Veamos.
El poderoso caballero que es “don Dinero” nos
acosa por todas partes, apelando al consciente y al inconsciente nuestro, para
incentivarnos a conseguirlo casi a cualquier costo, luego a usarlo hasta más
allá del límite de lo razonable y, finalmente, para girar en torno a lo que se
consigue con él, que es lo que el mundo cataloga como “éxito”.
Luego, con esos parámetros, es decir, dependiendo
de cuánto se ha acumulado, evaluamos a los demás y cuidamos de cómo seremos
mirados. Una verdadera esclavitud que es muy inhumana, porque no fuimos creados
para competir, sino para amar (Lc
10,25-28).
Jesús tiene muy clara esta dicotomía, por eso
afirmó que «No se puede servir a Dios y al Dinero» (Mt 6,24) y, también, lo
que provocó más escándalo a sus discípulos de entonces y angustia a muchos de
hoy (a menos que lo tomen con simple y llana indiferencia, para intentar
equilibrar los beneficios del crecimiento de la propia riqueza con el aparente
seguimiento del Señor): «Es más fácil que un camello pase por el ojo de una
aguja, que un rico entre en el Reino de Dios».
Porque no se puede
encontrar el Reino del amor y la alegría que predicaba y vivía Jesús: «Los
zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos; pero el Hijo del
hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» (Mt 8,20) y al mismo tiempo intentar
cuidar o hacer crecer la cuenta bancaria.
De hecho, en otro momento,
Jesús también recuerda los riesgos de dedicar la vida sólo a tener siempre más,
contando la parábola de un rico que amontonaba bienes, diciéndose luego: «”Alma
mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date
buena vida”. Pero Dios le dijo: “Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y
para quién será lo que has amontonado?”. Esto es lo que sucede al que acumula
riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios» (Lc 12,19-21).
En fin, debemos
convencernos de que no hay forma de amigar el ansia por el dinero con la fe en
el Dios de Jesús, quien –digámoslo- no es precisamente el Dios de los ricos, ya
que, como nos lo describe la Biblia: «hace justicia a los oprimidos y da pan a
los hambrientos. El Señor libera a los cautivos […] El Señor protege a los
extranjeros y sustenta al huérfano y a la viuda […] hace justicia a los
humildes y defiende los derechos de los pobres» (Sal 146,7.9; 140,13).
Por eso mismo, el Maestro, a
la persona que le pregunta por el camino de la Vida, le sugiere liberarse de
las riquezas, invitándolo a hacerlo a favor de ellos: «vende lo que tienes y dalo a los pobres».
Sin embargo, los seres humanos solemos ser ciegos
y torpes al respecto, por lo que muchas veces permitimos que sea el materialismo
quien nos gobierne y con él -por ser sus beneficios tan efímeros- a la vez, lo
hagan también la angustia, la tristeza, la depresión y un sinfín de malestares
más, como dicen todos los estudios médicos.
El antídoto para tanta enfermedad provocada
de esta manera, según la doctrina de Jesús, es la libertad que otorga el dar –mucho
y siempre-, en vez de buscar recibir y –menos aún- acumular. Es decir, que aprender
a usar la vida para servir y amar, libera; mientras que, si la dedicamos a
adquirir bienes materiales, terminamos siendo poseídos por nuestras posesiones.
Por eso los discípulos cuando son enviados a
proclamar el mensaje, deben ir no con seguridades, sino como necesitados de
ayuda: «No lleven nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni
dinero, ni tampoco dos túnicas cada uno» (Lc 9,3).
Por lo tanto, entonces, y teniendo en cuenta
todo lo anterior, para responder a quien tenga la misma inquietud del personaje
del evangelio: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la
Vida eterna?» (o sea todos nosotros, ¿o
no?), podríamos decir que el camino cristiano para la vida buena y plena está no en cumplir un listado de mandamientos, sino en ir por el mundo sin
amarras ni comodidades, como testigos de la verdadera libertad (Gal 5,1).
Como haciendo nuestras estas palabras: «no me
des ni pobreza ni riqueza, dame la ración necesaria, no sea que, al sentirme
satisfecho, reniegue y diga: “¿Quién es el Señor?”, o que, siendo pobre, me
ponga a robar y atente contra el nombre de mi Dios» (Prov 30,8-9).
¡Qué libres seríamos entonces!
Que podamos liberarnos de la esclavitud a la
que pretenden someternos los bienes materiales, para crecer en el espíritu de la
libertad de los hijos de Dios, a la manera que viviste y nos enseñaste tú,
Señor. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, crecer en
humildad, acercarnos a los pequeños y cuidar, proteger y clamar por todos los
sencillos, según la enseñanza recibida del Señor,
Miguel
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