miércoles, 31 de octubre de 2018

Lo principal es amar


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
4 de Noviembre de 2018
Domingo de la Trigésima Primera Semana Durante el Año

Lecturas de la Misa:
Deuteronomio 6, 1-6 / Salmo 17, 2-4. 47. 51 Yo te amo, Señor, mi fortaleza / Hebreos 7, 23-28

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     12, 28-34
    Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?»
    Jesús respondió: «El primero es: "Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas". El segundo es: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". No hay otro mandamiento más grande que estos».
    El escriba le dijo: «Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que Él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios».
    Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: «Tú no estás lejos del Reino de Dios».
    Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
No se sabe si era auténtica la preocupación del escriba, estaba poniendo a prueba a este predicador desconocido en la capital o simplemente la pregunta nació del gusto por conversar este tipo de temas. El caso es que Jesús dio la respuesta que todo judío sabe y repite tres veces al día desde niño: «Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas», que son «los preceptos y las leyes que el Señor, su Dios, ordenó que les enseñara a practicar» (1L). Corazón, alma, espíritu, fuerza pretende significar que, con todo lo que se es y se tiene, brote de nosotros un «Yo te amo, Señor, mi fuerza, Señor, mi Roca, mi fortaleza y mi libertador» (Sal). Pero Jesús añade un segundo mandamiento: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo», vinculándolos tan hondamente que señala «No hay otro mandamiento más grande que estos» (Ev). Él mismo ha dado el ejemplo amando tanto a Dios que lo llamaba y enseñaba a llamarlo Padre y amándonos hasta dar la vida y aún después de su Resurrección, «ya que vive eternamente para interceder» (2L) por nosotros.
Dos que son uno.
Es parte de nuestra mentalidad: definir o que nos definan hasta dónde debemos cumplir las que consideramos o adoptamos como nuestras obligaciones: a qué hora debemos ingresar y salir de nuestros lugares de trabajo o estudio; qué de las labores del hogar nos corresponden y cuáles a los otros miembros de la familia; hasta dónde llega nuestra responsabilidad en las funciones que desempeñemos y cuáles ya no nos corresponden… y así, tantas delimitaciones más.
En la vida de fe –reconozcámoslo- también tendemos a actuar así: cuántas veces debo realizar tal o cual práctica religiosa; qué faltas son más leves que otras; cuáles serían los mandamientos más importantes, para ponerles más atención que a los otros…
Ese mismo último es el sentido de la pregunta que le hacen a Jesús en este episodio.
Entonces, como respuesta, él presenta un resumen magnífico uniendo los dos mandamientos que le dan sentido a todos los demás: en primer lugar el que era un verdadero Credo de Israel, el cual repetía –y sigue repitiendo- a diario y desde pequeños todo su pueblo, el llamado “Shemá” (Escucha Israel), tomado del Libro del Deuteronomio 6,4-5; la novedad está en el segundo mandamiento que destaca de la amplia gama de preceptos (más de 600) que guiaba la fe de su Nación: él pone este sagrado mandato de alabanza al Dios de los Cielos y de la historia justo al lado y al mismo nivel que el respeto y el cuidado por los hermanos, según se lee en Levítico 19,18.
Así podemos entender lo que solemos rezar bastante despreocupadamente, cuando decimos «que venga tu Reino», para lo que es preciso «que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo» (Mt 6,10), lo que significaría que amar a Dios «con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas», no es realmente efectivo sólo con actitudes espiritualistas, sino amando a sus otros hijos, nuestros prójimos-hermanos: «El que dice: “Amo a Dios”, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano» (1 Jn 4,20-21). Más claro, imposible.
Pues bien, los escribas, fariseos, saduceos y todos quienes representaban la religión oficial de su tiempo, eran adversarios de Jesús, porque se habían puesto en la vereda contraria a la del Reino de su Padre, el cual era el proyecto renovador y revolucionario del Nazareno, con el que pretendía redefinir y renovar la relación con el Creador y con todos los hermanos de humanidad, y el que se podía resumir con el texto recién citado.
No fue él quien los excluyó; fueron ellos quienes, con su fijación en la letra de las leyes divinas y no con su sentido humanizador, se marginaron.

Porque donde ellos traducían mandamiento como obligaciones a cumplir para satisfacer a un Dios iracundo y temible, el Maestro demostró con sus acciones y palabras que entendía éstos, más bien, como caminos a la felicidad, a la plenitud de vida en la comunidad de los hombres y mujeres, hijos del Padre Dios, el único Bueno (Mc 10,18), quien no envió a su Hijo para condenar sino para salvar (Jn 3,17).
Comprendemos hoy, entonces, que, para todo quien quiera escuchar de los labios del Maestro esta alentadora frase: «Tú no estás lejos del Reino de Dios», hay que hacer vida el primer y segundo mandamientos aquí señalados por el Señor, porque «No hay otro mandamiento más grande que estos».
Y hacerlo de tal manera de mostrar que hemos aprendido a vivir sabiendo que, cuando nos guía el amor, no se lleva la cuenta de los mandamientos cumplidos o por cumplir.

Que se nos ensanche el corazón, Señor, para intentar plasmar el amor en todas nuestras acciones hacia nuestros hermanos como reflejo del amor que tenemos por el Padre Dios. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, servir más, cuidar más, acoger más, para intentar ser reflejos del Amor de Dios,
Miguel

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