miércoles, 7 de noviembre de 2018

Intentando vivir el poder de la sencillez


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
11 de Noviembre de 2018
Domingo de la Trigésima Segunda Semana Durante el Año


Lecturas de la Misa:
I Reyes 17, 8-16 / Salmo 145, 6-10 ¡Alaba al Señor, alma mía! / Hebreos 9, 24-28

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     12, 38-44
    Jesús enseñaba a la multitud:
    «Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad».
    Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre.
    Entonces Él llamó a sus discípulos y les dijo: «Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir».
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Las viudas, en tiempos antiguos, carentes de hombre proveedor, estaban entre los pobres de Israel (1L), por eso, Jesús valora tanto su aporte, comparado con el de los ricos que «daban en abundancia, [porque era] lo que les sobraba» (Ev). Entonces, como «el Señor abre los ojos de los ciegos» (Sal), nos ayuda a nosotros a ver cuál es la auténtica generosidad: la que duele. Esto «para salvar a los que lo esperan» (2L) de la ignorancia y del egoísmo que tanto mal hacen a la humanidad.
Tomar partido.
No es una afirmación antojadiza. Como sabemos, en nuestro país hoy se suele asociar a los cristianos, especialmente los católicos, con las élites: universidades, empresas, instituciones, partidos políticos, etc.
Felipe Berríos, el conocido sacerdote que vive como pobre en un barrio pobre, alguna vez hizo notar lo incongruente con esta fe que era, por ejemplo, el hecho de que en uno de los sectores más acomodados de la capital existiesen dos clínicas privadas, ambas pertenecientes a instituciones católicas, con sólo unos metros de distancia una de la otra, si se tiene en cuenta tanta carencia de centros asistenciales en las zonas de más bajos ingresos de la ciudad.
Aquellas palabras causaron escándalo entre muchos católicos con acceso a los medios de comunicación, pero no por el hecho denunciado, sino porque se hubiese hecho ver la anómala situación y lo normalizada que la tenemos…
Al mismo tiempo, cabe consignar que, debido a que los focos están merecidamente puestos en esta denominación cristiana por los múltiples casos de abusos, ha pasado más bien inadvertida, sin embargo, la grave situación que es la investigación actualmente en curso sobre una alta autoridad de la Iglesia Evangélica por un patrimonio injustificado cercano a los 2 millones de dólares.
Además de eso, como sabemos, en general, se critica la poca transparencia que muestran algunos pastores sobre el uso del diezmo al que se someten sus fieles, existiendo iglesias con fuertes denuncias al respecto sólo en nuestra patria, menos conocidas, pero no menos ciertas, ni menos escandalosas desde la perspectiva del Señor que se hizo pobre por nosotros (2 Cor 8,9).
Eso, entre otras situaciones que mezclan religión y poder (poder económico en este caso), las que, como debiésemos imaginar Jesús no aprobaría.
Ahora, contextualicemos la situación que nos presenta el evangelio.
Las viudas, debido a la extrema dependencia de la mujer respecto al varón, se encuentran entre las personas más débiles de la sociedad en sus tiempos, «Que nadie se alegre al verme viuda y abandonada por muchos» leemos en Baruc 4,12.
Los escribas, por su lado, pertenecían a las clases altas de la sociedad, por lo que, en tiempos de masivo analfabetismo como el que vivió el Nazareno, habiendo tenido el privilegio de aprender a leer y escribir, estudiaban y eran expertos en todo tipo de documentos, pero sobre todo en las Sagradas Escrituras, lo que los ponía en un nivel superior al resto.
En este pasaje el Maestro apunta primero a los escribas, como parte de esos grandes señores que, impunemente, «devoran los bienes de las viudas», para contrastarlos, precisamente, con una de ellas, la cual es «de condición humilde»; y, en segundo lugar, resalta lo que están observando acerca de la actitud de la mujer y de los ricos, donde estos últimos «han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir».
Recientemente Jesús les explicaba a sus discípulos -y a nosotros- que la actitud primordial de quienes construyen el Reino de Dios en nuestra tierra es la del servicio hacia quien lo necesite, en contraposición al estilo que promueve esta sociedad, donde los que se sienten grandes y primeros, dominan abusivamente de los demás (Mc 10,42). Y antes, manteniendo la coherencia de sus enseñanzas, que el Reino les pertenece a los más humildes (Mc 10,14).
Y, como siempre, sus palabras las vivió primero él mismo, ya que, según se nos recuerda, «Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz» (Flp 2,6-8).
Ese es el poder de la sencillez que ha cambiado al mundo desde entonces y que nos enseñó y nos invita a hacer nuestro de manera semejante a la suya.

Que nos sea posible ir contra la marea que domina nuestra sociedad impulsándonos a ser dominadores unos de otros, para intentar, en cambio, iluminados por tu ejemplo, Señor, estar entre los que sirven, los sencillos y los que todo lo esperan porque nada tienen. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, empequeñecer nuestro ego para agrandar nuestra fidelidad al Señor de la Vida,
Miguel

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