miércoles, 14 de noviembre de 2018

Señales de Alerta


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
18 de Noviembre de 2018
Domingo de la Trigésima Tercera Semana Durante el Año

Lecturas de la Misa:
Daniel 12, 1-3 / Salmo 15, 5. 8-11 Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti / Hebreos 10, 11-14. 18

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     13, 24-32
    Jesús dijo a sus discípulos:
    «En aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. Y Él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte.
    Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta.
    Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre.
»
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Habrá un tiempo en que se verá «al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria» (Ev) y eso, a quienes lo amamos y confiamos en su amor, a quienes nos hizo «conocer el camino de la vida» (Sal), debiese sólo alegrarnos, porque «los que hayan enseñado a muchos la justicia brillarán como las estrellas» (1L), entre quienes -si hemos sido honestamente fieles-, debiésemos estar, ya que «Él ha perfeccionado para siempre a los que santifica» (2L). Y, como ya sabemos que será así, tenemos toda una vida para ir practicando nuestra fidelidad a sus enseñanzas.
Hay que despertar.
Baden Powell, el fundador del movimiento scout, enseñaba a los niños de esa actividad que, así como en la ciudad debemos conocer las señales del tránsito para saber cómo movernos en ella, era muy necesario rescatar la sabiduría antigua que permite desentrañar la vida en la naturaleza.
Es decir, que sería útil tener la capacidad, por ejemplo, según las palabras de Jesús, de, al ver una higuera, «cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano».
Lamentablemente, con la masiva migración del campo a la ciudad y el silenciamiento al que sometemos a nuestros mayores, cada vez tenemos menos oportunidades de acceder a ese conocimiento que atesoran acerca de los signos de la Creación.
Tanto es así que hasta los muy evidentes efectos del llamado “calentamiento global” (derretimiento de los polos, huracanes y otros fenómenos climáticos inhabituales en las zonas donde ocurren, sequías prolongadas seguidas de lluvias torrenciales, nieve en verano y calor en invierno… todo ello con costo de vidas humanas, sumando a la dramáticamente irremediable extinción de especies animales y vegetales) nos pasan inadvertidos, ocurriendo incluso que importantes líderes mundiales desconocen el fenómeno, por algún tipo de ceguera, a veces sólo por ignorancia, o por indiferencia suicida.
El Papa Francisco intentando llamar la atención al mundo (y a los cristianos) sobre este horror que vivimos como si no nos afectase, escribió toda una encíclica al respecto (Laudato Si), donde afirma, por ejemplo, que nuestra hermana tierra “clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella”.
Casi que ya «el fin está cerca, a la puerta» y es por nuestra irresponsable causa.
Pero existen otros avisos, a los que es tan importante como los otros estar atentos, son los llamados “signos de los tiempos”: señales que emite la cultura actual, los usos vigentes, lo que se dice y piensa por parte de nuestros hermanos de humanidad, mensajes que normalmente afectan y debiesen retroalimentar la forma y el contenido de nuestro anuncio en el hoy siempre cambiante que nos toca vivir.
Sin embargo, como cristianos nos cuesta mucho ponernos al día en este aspecto. Debido a eso, por mencionar una situación, es muy difícil ver a jóvenes en nuestras actividades. Es que, para “el mundo”, el mensaje de los cristianos suena desfasado, atrasado, de otro tiempo. Y eso lo hace inefectivo. O, más bien, nuestra actitud nos hace responsables de que pierda su eficacia.
Aunque esto –lo reconozcamos públicamente o no- es más o menos claro para todos, la reacción no suele ser actualizar el mensaje, sino una postura de decir algo así como “ellos son los equivocados, ellos se lo pierden”, entendiendo mal aquello de que «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán», porque no comprenden que es el contenido y no la forma de las palabras del Maestro las que son inmutables.
Las formas están ancladas a una cultura particular, la judía de Palestina hace dos mil años. Cualquiera debiese comprender que ni él esperaba que lo entendiesen después exactamente igual que sus contemporáneos.
La tarea sería, entonces, intentar poder, como con las señales de la naturaleza, ir aprendiendo a distinguir el significado de cada movimiento, tecnología, práctica, tribu, estilo de vida, etc. que vaya surgiendo y descubrir qué tienen que decirnos y qué podría decirles la Palabra del Señor a ellos.
que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen» (1 Pe 3,15), debemos escudriñar bien todos esos signos -naturales y sociales- que afectan a nuestro mundo, de tal manera que nos sirvan para buscar cómo hacer que nuestro aporte ayude a rectificar lo torcido y humanizar lo deshumanizado, sumándonos a todos los que, pese a no conocer al Señor, trabajan y luchan por un futuro mejor, porque estas señales son tan potentes que los impulsan, como deberían movernos a todos los que nos sabemos hijos del Creador y, por lo tanto, estamos más cerca afectivamente a Su Preciosa Obra.
Todo esto para que se pueda decir otra vez, como hizo hace seis décadas el Papa Juan XXIII, quien, después de siglos de enclaustramiento, hablando por la Iglesia Católica, señaló: "Haciendo nuestra la recomendación de Jesús de saber distinguir los signos de los tiempos, creemos descubrir, en medio de tantas tinieblas, numerosas señales que nos infunden esperanza sobre el destino de la Iglesia y de la humanidad”.

Que podamos estar más atentos a las señales que la misericordia del Padre nos envía para enmendar el rumbo hacia un mundo más humano, es decir, uno según el querer de Dios, tal como nos lo mostraste tú, Señor. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, entender mejor los signos de los tiempos, comenzando por el Gran Signo de Todos los Tiempos: la entrega generosa del Hijo de Dios,
Miguel

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