miércoles, 21 de noviembre de 2018

¿Es Cristo nuestro Rey?


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
25 de Noviembre de 2018
Jesucristo, Rey del Universo

Lecturas de la Misa:
Daniel 7, 13-14 / Salmo 92, 1-2. 5 ¡Reina el Señor, revestido de majestad! / Apocalipsis 1, 5-8

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     18, 33-37
    Pilato llamó a Jesús y le preguntó: «¿Eres Tú el rey de los judíos?»
    Jesús le respondió: «¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?»
    Pilato replicó: «¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?»
    Jesús respondió:
        «Mi realeza no es de este mundo.
        Si mi realeza fuera de este mundo,
        los que están a mi servicio habrían combatido
        para que Yo no fuera entregado a los judíos.
        Pero mi realeza no es de aquí».
    Pilato le dijo: «¿Entonces Tú eres rey?»
    Jesús respondió:
        «Tú lo dices: Yo soy rey.
        Para esto he nacido
        y he venido al mundo:
        para dar testimonio de la verdad.
        El que es de la verdad, escucha mi voz».
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
Con su vida, Él demostró que «Jesucristo es el Testigo fiel» (2L) del Padre, es decir, testigo y testimonio de su Amor y de su Misericordia para con todos. Y, porque creemos, le decimos que, porque fuiste fiel, «Tus testimonios, Señor, son dignos de fe» (Sal), una fe que se demuestra siendo fieles a Él y a su palabra, a nuestra vez, porque, dice él mismo: «El que es de la verdad, escucha mi voz» (Ev). Esto logra que, mientras más de quienes creemos en su palabra y su ejemplo hacemos lo que está en nuestras manos para que ésta se aplique efectivamente en el mundo, se va cumpliendo el que su reinado de amor y verdad sea «un dominio eterno que no pasará, y su reino no será destruido» (1L).
Rey de verdad y de la Verdad.
Jesús, aquel a quien hemos aprendido a conocer como un hombre sencillo, que era hijo de un carpintero de un pueblito en su pequeño país, el que se define a sí mismo como «paciente y humilde de corazón» (Mt 11,29), y quien dice no tener siquiera dónde reclinar la cabeza (Mt 8,20), nunca fue rey. Tampoco pretendió serlo. De hecho, un evangelista registra que cierta vez debió huir de la gente porque pretendían hacerlo rey (Jn 6,15).
La única vez que aceptó ser tratado de manera sólo semejante fue en su entrada a Jerusalén, pero, para evitar malentendidos, no lo hizo en un brioso corcel, sino en un simple burrito (Lc 19,35).
¿De dónde viene, entonces, esta denominación de Cristo Rey?
Era 1925 y la Iglesia Católica miraba cómo había ido perdiendo mucha de su influencia sobre los poderes terrenales (de hecho, en nuestro país, por ejemplo, ese mismo año se dictó la Constitución que separaba a la Iglesia del Estado). Es así que el Papa Pío XI instituye esta fiesta para fomentar el que el mundo considerara a Jesús por sobre toda otra autoridad.
Esto puede traer confusiones, debido a lo reseñado anteriormente, acerca del estilo servidor del Maestro, el cual se contrasta con el de los grandes dominadores de las sociedades.
Para prevenir esto, se ha escogido el evangelio que se nos presenta en este Domingo que marca el término del Año Litúrgico (la semana siguiente comienza el nuevo año, con el Adviento), para, de esta manera, culminarlo celebrando a Jesucristo como “Rey del Universo”.
Es que esta es la única ocasión en que, sin duda alguna, se nos relata que él se declara rey, en respuesta a la insistencia de Pilato.
Claro que hay que poner mucha atención para comprender que lo hace a la vez diferenciándose enfáticamente de los monarcas “según el mundo”.
En primer lugar, en lo formal, al momento de declararlo, él no se encontraba en un trono, sino atado, con el cuerpo torturado y estaría luego ceñido por una corona, no de oro, sino por una trenza de ramas de espinos que le impusieron los soldados para burlarse de él; en segundo término, lo más sustancial, para evitar que se lo quiera asimilar a cualquier rey, él afirma «Mi realeza no es de este mundo» y luego que, si es rey, lo es «para dar testimonio de la verdad», lo que llevaría implícito que «El que es de la verdad, escucha mi voz».
Por lo tanto, para que tenga algún sentido este título, si alguien proclama a Jesús rey de su vida, esto debiese significar, por mera consecuencia, que ese alguien debiese intentar vivir según la verdad que “su voz” transmitió, la que no es otra que la forma que tuvo Él de relacionarse con los demás, ya que él mismo es la Verdad (Jn 14,5).
De tal manera que a Cristo sólo se lo ve reinar en donde los cristianos buscan, de todo corazón, hacer de sus vidas algo semejante a lo que cantaba bellamente San Francisco:
¡Señor, haz de mí un instrumento de tu paz!

Que allí donde haya odio, ponga yo amor;
donde haya ofensa, ponga yo perdón;
donde haya discordia, ponga yo unión;
donde haya error, ponga yo verdad;
donde haya duda, ponga yo fe;
donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
donde haya tinieblas, ponga yo luz;
donde haya tristeza, ponga yo alegría.
¡Oh, Maestro!, que no busque yo tanto
ser consolado como consolar;
ser comprendido, como comprender;
ser amado, como amar.
Porque dando es como se recibe;
olvidando, como se encuentra;
perdonando, como se es perdonado;
muriendo, como se resucita a la vida eterna.

Señor, sabemos que tú reinas entre los pobres, los sencillos y todos aquellos que los sirven y se asemejan a ellos. Ayúdanos a ser fieles a este caminar para que tenga sentido decirnos seguidores de Cristo Rey. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, mostrar una vida acorde a lo que decimos profesar,
Miguel

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