miércoles, 24 de octubre de 2018

Saber ver la acción de Dios entre nosotros


PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
28 de Octubre de 2018
Domingo de la Trigésima Semana Durante el Año

Lecturas de la Misa:
Jeremías 31, 7-9 / Salmo 125, 1-6 ¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros! / Hebreos 5, 1-6

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     10, 46-52
    Cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo -Bartimeo, un mendigo ciego- estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!» Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten piedad de mí!»
    Jesús se detuvo y dijo: «Llámenlo».
    Entonces llamaron al ciego y le dijeron: «¡Animo, levántate! Él te llama».
    Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia Él. Jesús le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?»
    Él le respondió: «Maestro, que yo pueda ver».
    Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino.
Palabra del Señor.

MEDITACIÓN                                                                                                             
En el momento de la conversión, cuando «tu fe te ha salvado» (Ev) del mundo de tinieblas que es la sociedad consumista, competitiva y egoísta, cada uno/a puede sentir en su corazón la voz del Padre Dios diciendo: «Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy» (2L). En esas circunstancias, es comprensible si ocurre que «nuestra boca se llenó de risas y nuestros labios, de canciones» (Sal). Pero no es justo que se quede sólo en una alegría interna; hay que salir, hay que comunicarlo, que mucha más gente lo sepa y se alegre: «Háganse oír, alaben y digan: ¡El Señor ha salvado a su pueblo!» (1L).
No hay peor ciego que el que no quiere entender…
Todos conocemos –y es de esperar que no estemos en aquel grupo- gente que siempre tiene algo por lo que quejarse: que el clima, que los políticos, que los personajes de la farándula, que alguna dolencia pasajera, que los hijos… y así, hasta un agotador etcétera.
Lo peor de todo es que suelen ser situaciones sobre las que nadie tiene poder ni soluciones (como el hecho de que haga frío o calor) o sobre las que tienen arreglo si ellos mismos se deciden (como en el tema de los hijos), o aquellas que nadie les obliga a soportar (como la farándula). Aunque en estas dos últimas, por ejemplo, prefieren seguir refunfuñando a realizar los cambios que correspondan en sus vidas.
Tristemente, mucha de esta gente es o dice ser cristiana. Es decir, se supone que son seguidores del Señor de la Vida, la alegría y la esperanza.
Un caso real: un joven de 18 años sufrió un accidente que le hizo perder ambos brazos. Los primeros meses después del alta clínica los enfrentó con mucho odio a su destino, a la vida y a todo: se embriagó, se drogó y cometió vandalismo una y otra vez.
Largo tiempo después, sintió que ya había sido demasiado de ese infierno y se decidió a tener una vida, pese a sus dificultades.
Es así que, cuando ya tenía el doble de la edad mencionada y con prótesis terminadas en tenazas, era, sin embargo, un admirable empleado administrativo, manifestando una energía asombrosa, pero además una capacidad, increíble para su condición, de digitar bastante bien en un computador. Y hasta poseía una caligrafía envidiable.
Sufría fuertes dolores de espalda por el esfuerzo que tenía que hacer para soportar el peso del armazón que sostenía sus brazos ortopédicos realizando esas tareas, pero era difícil verlo sin una sonrisa…
La mayoría de los quejosos que mencionábamos al comienzo, por el contrario, no han sufrido ni la mitad de lo de este muchacho. Y agregamos el dato de que él no era cristiano, ni siquiera creyente.
Pues, bien, recordemos que Jesús ha andado por nuestros caminos y su principal ocupación durante ese tiempo fue hacer el bien (Hch 10,38). Después de su paso por nuestra tierra, millares se han decidido a replicar, con sus carencias y sus capacidades propias, lo mejor posible, el Reino de la ternura y la misericordia, según han comprendido de su Maestro.
Es por esto que, cuando nos paralicemos por las dificultades o sufrimientos del día a día, nos podría servir de mucho pedir en oración, como Bartimeo: «Maestro, que yo pueda ver».
Es decir, que podamos ver para disfrutar: la naturaleza preciosa, obra planificada por el Señor para dar frutos de bienestar para todos; el milagro de la vida humana, desde los primeros y tiernos pasos hasta la sabiduría calma de la ancianidad; y a todas las maravillosas personas, muchas de ellas seguidoras de Jesús, pero también otras que no lo son, cada una de ellas, sin embargo, generosas con su tiempo, sus capacidades y su disponibilidad afectiva hacia quien lo necesite.

Además, como si lo anterior no fuese suficiente, poder apreciar que, cuando no tenemos algún impedimento poderoso, como los del muchacho de la historia que contábamos, contamos con la capacidad de respirar, mirar, oír, caminar, oler, leer, acariciar y ser acariciados… Y tantas cosas más que son maravillosas de nuestra existencia, a las que la costumbre nos ciega y las que nos han sido dadas para disfrutarlas, de tal manera que todo lo que podría amargar nuestros días sea nada comparado con la acción de Dios en nosotros.
Es decir que “podamos ver” mucho más allá de la punta de nuestras narices, como lo hacía «Jesús, el Nazareno», quien celebraba la vida sirviendo, amando, acogiendo…, porque así entendía que agradecen los hijos del Padre Bueno de los cielos.
Y ese mismo encargo nos dejó a nosotros, quienes nos atrevamos a llamarnos cristianos.

Que nos sea posible dejar de ser ciegos al mundo y la vida maravillosa que brota a raudales de tus manos generosas, Señor, para que con gozo la disfrutemos y busquemos hacer lo posible para que todos puedan hacerlo también. Así sea.

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, abrir los ojos, los oídos y el entendimiento a la acción poderosa y maravillosa de Dios en nuestra vida,
Miguel

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