miércoles, 20 de diciembre de 2023

Una buena noticia y una gran alegría es anunciada

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

24 de Diciembre de 2023                                         

Natividad del Señor

 

Lecturas de la Misa:

Isaías 9, 1-6 / Salmo 95, 1-3. 11-13 Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor / Tito 2, 11-14

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     2, 1-14


En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen.

José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada.

Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue.

En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Ángel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Y junto con el Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:

«¡Gloria a Dios en las alturas,

y en la tierra, paz a los hombres amados por él!»

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Ocurrió, y eso celebramos anualmente, que, para nosotros, «el pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz» (1L); «la gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado» (2L). Y esto sucedió de manera divinamente bella, sin estruendo: «les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo […] Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Ev). La respuesta de los creyentes es que «anuncien su gloria entre las naciones, y sus maravillas entre los pueblos» (Sal). Ojalá yendo más allá de las palabras, siendo buena y humilde noticia para los demás en su nombre.

Comenzando por los que más la necesitan: los que carecen de todo.

La tremendamente hermosa noticia del nacimiento de quien es el «Salvador, que es el Mesías, el Señor» es anunciada, en primer lugar, no los grandes dignatarios, ni siquiera los jefes religiosos, sino a humildes pastores que, por su demandante trabajo tenían poco tiempo para la práctica religiosa.

Todo esto ocurrirá para el evangelista, significativamente, en Belén, la tierra de quien probablemente sea el más importante pastor del pueblo del que proviene Jesús, uno que, sin importar tamaño o edad fue escogido y ungido antes que otros por Dios (1 Sm 16,1-13).

Ese fue el gran rey David, a quien Dios, por boca de un profeta le recuerda: «Así habla el Señor de los ejércitos: Yo te saqué del campo de pastoreo, de detrás del rebaño, para que fueras el jefe de mi pueblo Israel» (2 Sm 7,8), ni más ni menos.

Todo lo anterior y, contrario a nuestros criterios, porque Dios saca lo grande de lo pequeño; lo valioso de lo que no se valora; lo rico de lo pobre; lo fuerte de lo débil. Es que Él «no mira como mira el hombre; porque el hombre ve las apariencias, pero Dios ve el corazón» (1 Sm 16,7).

Como veremos durante su vida, Jesús, ese niño anunciado, con el paso del tiempo, anunciará, precisamente, el amor inmensamente misericordioso de Dios, a los desposeídos: «Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres» (Lc 4,18) «Vayan a contar a Juan lo que han visto y oído […] la Buena Noticia es anunciada a los pobres» (Lc 7,22).

Reafirmando lo anterior, y para buscar calmar a quienes se asustan de tanta predilección por los humildes, que puede usarse (¡qué horror!) hasta políticamente, notemos que el luminoso signo que les da el Ángel a los pastores será sencillamente: «un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre».

Pues bien, él también buscará hacerse manantial de agua viva para las minusvaloradas mujeres, como aquella de espíritu anhelante bajo el inclemente sol: «Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla» (Jn 4).

Será, además, alimento para los hambrientos: «Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: “¿Dónde compraremos pan para darles de comer?”» (Jn 6,5); «Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre» (Jn 6,35).

Buscará dar iluminación a quienes carecen de ella: «Yo, el Señor, te llamé en la justicia […] te destiné a ser […] la luz de las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, para hacer salir de la prisión a los cautivos y de la cárcel a los que habitan en las tinieblas» (Is 42,6-7); «Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida» (Jn 8,12).

Pondrá su energía y sus capacidades para permitir descansar de los muchos pesos con que nos carga la existencia nuestra sociedad: «Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré» (Mt 11,28).

Misericordiosamente buscará ser compañero de peregrinos desorientados (Lc 24,13ss), a la vez que ruta a seguir hacia el amor de Dios: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí» (Jn 14,6)

Y será un Dios herido para curar nuestras llagas: «El Señor […] sana a los que están afligidos y les venda las heridas» (Sal 147,3); «por sus heridas fuimos sanados» (Is 53,5).


Por eso, el que haya nacido y vivido puede transformarse en «una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo», si quienes nos decimos cristianos la anunciamos y lo hacemos bien, es decir, de manera parecida a la de Jesús.

Si la Navidad es motivo para que quienes le siguen y le aman renueven su intención de asemejarse, cada vez más y cada vez mejor, a su Maestro de vida, cobran sentido las luces y los regalos y se puede gritar a todo pulmón: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!».

 

Que podamos aprender a disminuirnos y bajarnos de nuestros egos inflados, para tener más posibilidades de conectar contigo, Señor de los humildes, pobres y sencillos, ayudando a dar a conocer la buena noticia que provee de una gran alegría esta Navidad y siempre. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, anunciar la maravilla de un Dios que, siendo Todopoderoso, se hace presente entre nosotros con la humildad del más pequeño,

Miguel.

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