PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo
8 de Diciembre de 2024
Inmaculada Concepción de la Virgen María
Lecturas de la Misa:
Génesis 3, 9-15. 20 / Salmo 97, 1-4 Canten al Señor un canto nuevo, porque él hizo maravillas / I Filipenses 1, 4-11
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 1, 26-38
El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
El ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo».
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.
Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin».
María dijo al ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relación con ningún hombre?»
El ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios».
María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho».
Y el ángel se alejó.
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
En lenguaje bíblico se nos dice que Dios «se acordó de su amor y su fidelidad en favor» de la humanidad (Sal), de tal manera de ir cumpliendo aquella antigua promesa: «pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo» (1L). Como parte de esta, escoge a una joven quien dará a luz al que vencerá definitivamente al mal, Jesús; «en él hemos sido constituidos herederos» (2L) del Reino de felicidad que preparó para nosotros desde la creación, «porque no hay nada imposible para Dios» (Ev).
Bienaventurados los de corazón puro.
Inmaculada, una palabra que no se usa en el vocabulario diario, significa “sin mácula”, es decir sin mancha. Tal vez nos sea más comprensible la denominación que le daban nuestras abuelas: la "purísima", es decir la que es extremadamente pura.
El inmenso cariño que tenemos a María, especialmente los católicos, ha llevado, a lo largo de la historia, a acumular para ella muchos títulos, muchos más de lo que la humilde «servidora del Señor» probablemente aceptaría... Entre ellos, este que celebramos hoy.
Si bien se entiende la actitud, porque ¿quién no eleva a su madre por encima de cualquier otra persona?, sin embargo, el hecho de presentar a María como objeto de favores especiales de Dios, lo que hace en la práctica es distanciarla de la realidad humana.
Pero si ella puede ser un ejemplo para nosotros se debe, más bien, a sus acciones y sus actitudes, las cuales podemos, si tenemos la disposición, tratar de replicar en nuestra propia vida. En cambio, si la seguimos considerando como una privilegiada, sentiremos que ella fue lo que fue gracias a algo que nosotros no tenemos, por lo tanto, todo intento de asemejarnos a ella en su bondadosa pureza sería inútil.
Entonces, si al hablar de la Inmaculada tomamos conciencia de que en un ser humano, como ella, hubo algo, en lo más hondo de su ser, que fue siempre limpio, puro, sin mancha alguna, inmaculado, aquí vendría lo grandioso para nosotros: que si se da en uno de los nuestros, podemos tener la garantía de que se da en todos, porque «Dios no hace acepción de personas» (Hch 10,34) o no sería el Amor con mayúsculas (1 Jn 4,8) si privilegiara a unos por sobre otros. Y podrá hacerlo con nosotros, pese a nuestras debilidades, «porque no hay nada imposible para Dios».
Esa parte de nuestro ser que nada ni nadie puede manchar, es lo más propio y lo más bello con lo que nos creó el Señor, ya que es lo que sería la «imagen y semejanza» suya (Gn 1,26), que es el único Puro (Hab 1,13; Sal 12,7). Como diría en otro momento Pablo: «nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor» (Ef 1,4), con la conciencia de que «llevamos ese tesoro en recipientes de barro» (2 Cor 4,7).
Es verdad que nos cuesta creerlo, porque nos conocemos y sabemos cuánta suciedad y podredumbre hemos permitido que la desidia y el egoísmo vayan asentando en nuestro corazón (Mc 7,20-23). Pero si logramos mirarnos con los ojos misericordiosos de nuestro Padre Dios, veremos lo que todo padre humano y, con mayor razón el mejor de los padres, que es Él, ve en sus hijos: un reflejo de lo divino que hay en nosotros. Por eso Él tiene más esperanza en nosotros que la que nos permitimos tener por nosotros mismos.
Así fue, por ejemplo, que apostó por María, pidiéndole, porque quien ama no obliga, que se hiciera parte de sus planes para quitar las manchas de la humanidad, confiando en que ella, libremente, pondría lo mejor de sí: su disponibilidad generosa, para conseguirlo: «que se cumpla en mí lo que has dicho». Esa actitud es la que la hace «bendita entre todas las mujeres (y hombres)» (Lc 1,42), no algún privilegio que Dios le otorgó exclusivamente a ella, porque eso le quitaría todo mérito propio.
Entonces, ¿de qué nos sirve que ella sea inmaculada? nos sirve para descubrir que podemos -si una pudo es posible para todos- tener un corazón puro que ayude a ver a Dios (Mt 5,8), lo Bueno que es (Mc 10,18). Y, como si fuera poco, además nos es útil para, en nuestro tiempo tan "abajador" y tan agresivo, poder elevar nuestra autoestima personal y colectiva sabiendo que somos hijos de Dios, nada menos que eso, con todas las maravillas de amor compasivo que esto conlleva.
¿Qué mejor noticia podría significar la fiesta de la Inmaculada para nosotros y para todos nuestros hermanos de humanidad?
Señor, tú que dedicaste tu misión a resaltar la dignidad humana, el respeto y el cuidado por la persona, enséñanos a levantar la cabeza, sabiendo que somos elegidos por el Padre para ser sus hijos amados y que, conscientes de eso, sepamos tratarnos como buenos hermanos entre todos. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, purificar nuestro corazón, nuestro actuar y nuestro decir, de tal manera que sea posible ver al Único Puro por sobre todas las cosas,
Miguel.
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