PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo
30 de Marzo de 2025
Domingo de la Cuarta Semana de Cuaresma
Lecturas de la Misa:
Josué 4, 19; 5, 10-12 / Salmo 33, 2-7 ¡Gusten y vean que bueno es el Señor! / II Corintios 5, 17-21
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 15, 1-3. 11-32
Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos.» Jesús les dijo entonces esta parábola:
«Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde". Y el padre les repartió sus bienes.
Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa.
Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.
Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. Él hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.
Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!" Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros".
Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
El joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo".
Pero el padre dijo a sus servidores: "Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado". Y comenzó la fiesta.
El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué significaba eso.
Él le respondió: "Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo".
Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: "Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!"
Pero el padre le dijo: "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado"».
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Nuestro Dios nos ama activa y misericordiosamente. Por eso, liberó a su Pueblo de la esclavitud y, gracias a ello, «los israelitas entraron en la tierra prometida» (1L). Y, debido a lo mismo, creemos que era Él quien «estaba en Cristo, reconciliando al mundo consigo, no teniendo en cuenta los pecados de los hombres, y confiándonos la palabra de la reconciliación» (2L), perdonando y haciendo fiesta al recuperar a sus hijos de la muerte (Ev). Agradecidos, entonces, «alabemos su Nombre todos juntos» (Sal) y luego reflejemos con nuestra forma de vivir que somos sus hijos.
Otra mirada a una parábola muy conocida
Marifé Ramos González., mariferamos.com Tomado de: www.feadulta.com
Hemos leído y meditado muchas veces este texto del evangelio, por eso hoy les queremos invitar a darle una mirada diferente, de la mano de una autora española. Este es su relato un tanto resumido, por razones de espacio.
Hace meses que nuestro hijo pequeño se fue de casa. A las madres no se nos escapa nada y yo me di cuenta de que estaba inquieto. De vez en cuando nos hablaba de las ganas que tenía de disfrutar de la vida, de saborear lo prohibido en la ciudad y experimentar esos placeres de los que hablaban los mercaderes que venían a la aldea. A pesar de la educación que le habíamos dado, nuestro hijo envidiaba a los pecadores y quería salir corriendo tras ellos.
Una noche noté que mi hijo daba vueltas y más vueltas en la estera, sin poder dormir. En cuanto amaneció nos dijo a mi marido y a mí que se iba de casa y que le diéramos su parte de la herencia porque no pensaba volver nunca más por aquí.
Mi marido se quedó en silencio, cerró los ojos y se puso a desgranar lentamente alguna frase de las Escrituras.
Intuimos su lucha interior. Al irse podíamos perderlo para siempre…, pero teníamos la esperanza de que cuando tuviera en sus manos todo lo que deseaba, quisiera volver de nuevo a su hogar.
Mi marido le dio una bolsa con el dinero de la herencia. Ni le regañó ni le dijo nada, le dirigió una mirada que expresaba el amor infinito que le tenía y el dolor que le causaba su decisión. Yo le metí en el zurrón unos panes, unos peces y unos pocos dátiles y le abracé con fuerza.
Durante meses no supimos nada de él; algunos vecinos comentaban en la plaza que le habían visto gastar el dinero en fiestas y en mujeres, otros nos decían que estaba delgado y sucio, porque cuidaba cerdos en una hacienda lejana.
Yo salía cada día por la aldea con algún pretexto: tender la ropa, acercarme a la fuente o visitar a una vecina que estaba viuda y enferma. Pero mis ojos buscaban ávidamente, en la lejanía, la silueta de mi hijo.
Sólo tú, Adonai, mi Señor, sabes las lágrimas que he derramado y las veces que te he suplicado que lo cuidaras, “porque tú sanas a quien tiene el corazón roto y vendas sus heridas” (Sal 147,3).
Y hoy ha llegado la salvación a nuestra casa, ¡hoy ha ocurrido el milagro!
Salí de casa, como cada mañana, y miré hacia el camino que conduce a la ciudad. A lo lejos vi la silueta de mi hijo, con su andar cansino, como si llevara sobre sus hombros una carga que no podía soportar. Traía la ropa hecha jirones y venía descalzo.
Al verle, entré corriendo en casa y le dije a mi marido:
- ¡Nuestro hijo vuelve al hogar! ¡Estaba perdido y lo hemos encontrado, estaba muerto y ahora vive!
Él salió corriendo de casa, con los brazos abiertos, al encuentro del hijo. Mientras tanto yo busqué su túnica en el baúl, entre los cobertores. Quería ponérsela para que los vecinos no le vieran con la ropa raída. Y, sobre todo, quería que cuando sintiera sobre su cuerpo la ropa limpia, con olor a lavanda, recordara el día en que mi marido y yo, al ponerle por primera vez esa túnica sobre sus hombros y el anillo en el dedo, le dijimos:
- Hijo, todo lo nuestro es tuyo.
El chico se tiró a nuestros pies pidiéndonos perdón. Nos decía que había pecado contra el cielo y contra nosotros y que le tratáramos como a uno de los jornaleros.
sOrganizamos una fiesta e invitamos a los vecinos. Pero nuestra alegría no fue completa.
Cuando nuestro hijo mayor volvió del campo y vio cómo estábamos celebrando la vuelta de su hermano no quería entrar en casa. Mi marido salió a su encuentro e intentó abrazarle, pero él rehuyó.
- Hijo –le decía- alégrate con nosotros, porque tu hermano estaba perdido y lo hemos encontrado.
Pero él nos increpó con malos modales y nos dijo:
- ¡No os entiendo! Yo nunca os he desobedecido. Desde pequeño os sirvo como el mejor de vuestros criados. ¿Cómo me lo habéis pagado?
Mi maridó le interrumpió y le dijo:
- ¡No eres nuestro siervo, eres nuestro hijo! Algún día descubrirás la diferencia. ¡Vive como hijo!
Yo le abracé y le dije al oído: “No seas necio”. Es la frase que le he repetido muchas veces, desde que era pequeño, cada vez que se ponía cabezota y no entraba en razón.
Se dio media vuelta y se marchó de nuevo al campo.
Mi marido dijo: “Dios es nuestro refugio y fortaleza, por eso no tememos” (Sal 46,1).
Y los dos entramos de nuevo en casa para seguir celebrando la fiesta, con el corazón lleno de esperanza.
Dios Bueno: Jesús nos enseñó que eres un Padre que busca a sus hijos, que los esperas, que son importantes para ti, que te alegras cuando vuelven, volvemos, la mirada hacia tu amor, que celebras fiestas en el cielo cuando nos reencontramos con nuestra esencia, esa que pusiste dentro nuestro al crearnos, y nos ponemos de nuevo al servicio de nuestros hermanos. Gracias, Señor.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, tener el corazón misericordioso del padre y la humildad del hijo que reconoce su pecado,
Miguel.
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