miércoles, 19 de marzo de 2025

Somos la higuera plantada en la viña

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

23 de Marzo de 2025                                                

Domingo de la Tercera Semana de Cuaresma

 

Lecturas de la Misa:

Éxodo 3, 1-8. 13-15 / Salmo 102, 1-4. 6-8. 11 El Señor es bondadoso y compasivo / I Corintios 10, 1-6. 10-12

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     13, 1-9


    En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios. Él les respondió:
    «¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera. ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera».
    Les dijo también esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: "Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?"
    Pero él respondió: "Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás"».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

El Dios de la Biblia es uno que afirma: «he visto la opresión de mi pueblo […] y he oído los gritos de dolor, provocados por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he bajado a librarlo» (1L) y es así que, durante la historia vemos que «El Señor hace obras de justicia y otorga el derecho a los oprimidos» (Sal). Por lo que, si nos consideramos creyentes, «No nos rebelemos contra Dios» (2L), y convirtámonos (Ev) del egoísmo y la indiferencia y contribuyamos a evitar las injusticias, solidarizando con los que sufren.

Con todo lo necesario para dar buenos frutos.

¿Acaso no hemos tenido todos la tentación, más de alguna vez, de pedirle explicaciones a Dios por situaciones que nos parecen injustas o incomprensibles en el mundo grande o el que nos rodea? ¿Por qué las guerras, las catástrofes, la injusticia...? ¿Por qué mueren los niños? ¿Por qué tiene que padecer esta persona tan buena y hay tantos malvados impunes? Etc.

En este texto a Jesús lo enfrentan con situaciones semejantes. Pero él no se suma al coro de los detectores de injusticias, sino que les recuerda que todo aquello es parte de la naturaleza humana o de una suma de eventos concatenados, en otros casos, nos guste o no. Pensemos, por ejemplo, en que muchas personas adquieren enfermedades por conductas riesgosas (consumo de productos claramente dañinos o falta de uso de otros preventivos) o todo lo que afecta y a todos los que afectan el uso de materiales nocivos como el asbesto o los combustibles fósiles y la sobreexplotación de recursos, origen del nocivo calentamiento global. Las funestas consecuencias anteriores, como sabemos y pese a los datos objetivos mencionados, son parte de las responsabilidades que injustamente se le atribuyen a Dios.

De lo que no quiere dejar dudas el Maestro, a propósito de esto, es de lo siguiente: “¿creen ustedes que esas personas u otras «sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás?»”. No, nadie tiene más culpas que otros: «El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra» (Jn 8,7).

De él hemos aprendido que Dios no es un ser que castiga a unos y deja impunes a otros, sino que respeta siempre la libertad humana, aún si cometemos errores u horrores, cuando nos dijo: «él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,45) y, en segundo lugar, les recuerda que nadie es perfecto: «Sólo Dios es bueno» (Mc 10,18).

En consecuencia, todos deben cambiar actitudes para aportar a mejorar el propio entorno y la situación del planeta en que vivimos, de tal manera de reducir o eliminar aquellos males mencionados al comienzo.

Para esto utiliza una pequeña comparación.

Primero: ¿por qué plantar una higuera en una viña?  Las higueras están entre los árboles que proveen de mejores frutos, ya que lo hace dos veces al año. Y, por su lado, la viña es símbolo del pueblo de Dios. Entonces, teniendo en cuenta que cuando un judío hacía eso era para aprovechar que lo que produce la vid en la tierra es darle más fertilidad al terreno, se sembraba allí, otra especie para que produzca mejor, la parábola parece querer decir, por lo tanto, que en el terreno prodigioso que Dios se dio para sí están implantados los seguidores de Jesús para dar los buenos frutos del Reino que han aprendido de él.


El problema es que pasa un tiempo más que prudente: «hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro», por lo que el dueño, para evitar que el mal árbol dañe la viña y el terreno, ordena cortarlo. Ahí es donde surge el Señor de la Misericordia en nuestro caso, el viñador en el relato, que conoce bien la planta y su potencial, quien decide hacer una última y más profunda intervención: «Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante».

Gracias a Dios (literalmente) a nosotros se nos da mucho más tiempo que ese para convertirnos.

Todos queremos un mundo mejor. Todos queremos producir abundantes frutos de bondad. Pero hay un trabajo personal por hacer para lograrlo. Si has comprendido los mensajes que Jesús ha enviado a tu vida periódicamente, si pones de tu parte para ser fiel al sentido de lo que entiendes que él quiere para tu vida y para el mundo, ese abono dará frutos para ti, los que te rodean y, a la larga, para mejorar todo este mundo del que tanto tenemos para decir, pero tan poco hacemos por corregir.

 

Confiamos, Señor, en que no pierdas nunca la paciencia con tu higuera, que somos tus amigos seguidores, porque sabemos que nos conoces muy bien y sabes que somos capaces de mucho más que lo que producimos, con tu ayuda y todo lo bueno que el Padre puso en nosotros cuando nos creó, por lo que tarde o temprano daremos frutos. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, encontrar la forma de dar los frutos que sabemos (y Dios más que nosotros) que somos capaces,

Miguel.

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