PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo
16 de Marzo de 2025
Domingo de la Segunda Semana de Cuaresma
Lecturas de la Misa:
Génesis 15, 5-12. 17-18 / Salmo 26, 1. 7-9. 13-14 El Señor es mi luz y mi salvación / Filipenses 3, 17—4. 1
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 9, 28-36
Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él.
Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
El no sabía lo que decía. Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: «Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo». Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo.
Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Nos sugiere el salmista: «Espera en el Señor y sé fuerte; ten valor y espera en el Señor» (Sal), tal como lo hizo «Abrám [quien] creyó en el Señor, y el Señor se lo tuvo en cuenta para su justificación» (1L). La guía para vivir así la fe se encuentra en creer en Dios, quien nos invita a hacerlo de esta manera: «Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo» (Ev). Siguiendo esa recomendación descubriremos opciones para no permitir que sea el egoísmo materialista de este mundo el que nos gobierne, ya que «nosotros somos ciudadanos del cielo» (2L).
Escuchando al Elegido.
En el momento en que Jesús es transfigurado, notemos que llamativamente «dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías».
¿Quiénes eran ellos? Ambos eran personajes relevantes de la historia político-religiosa del pueblo del cual proviene Jesús.
El primero es más conocido por nosotros, gracias al cine y al hablar popular. Pero de todas maneras mencionemos por qué era importante: fue un profeta (alguien con relación privilegiada con Dios, de tal manera que podía hablar en su nombre); fue también el más importante liberador de su pueblo, al cual guio hacia la emancipación de la esclavitud en Egipto; y fue, además, según la tradición judía, el mayor legislador que han tenido, dejándoles hasta hoy la ley divina, contenida en los cinco primeros libros de la Biblia.
Nadie más tuvo, como él, un contacto tan directo con el Altísimo, hasta el punto de que llegó a tener una manifestación externa: «su rostro se había vuelto radiante porque había hablado con el Señor» (Ex 34,29).
Moisés murió sin que nadie más que Dios estuviera presente; «Él mismo lo enterró en el Valle […] y nadie, hasta el día de hoy, conoce el lugar donde fue enterrado» (Dt 34,6).
Elías, por su parte, no es una figura tan familiar para nuestra cultura, pero sí, y mucho para la del Maestro. Por eso se lo menciona en esta circunstancia.
Su historia aparece en los libros 1 y 2 de Reyes de las Sagradas Escrituras. Se lo considera el símbolo de los profetas de Dios, quien realizó muchos signos trascendentales mediante él.
Tan relevante llegó a ser que otro profeta anunció que él volvería «antes que llegue el Día del Señor» (Mal 3,23). Y esa señal, como una manera de afirmar que llegaron los tiempos mesiánicos, dice Jesús que se ha cumplido en la persona del Bautista: «él es aquel Elías que debe volver» (Mt 11,14). Porque en una ocasión él envía un mensaje al rey y éste para saber quién era el emisor pregunta a los emisarios cómo era esa persona, su respuesta fue: «Era un hombre con un manto de piel y con un cinturón de cuero ajustado a la cintura» (2 Rey 1,8). Y otro texto lo describe así: «su palabra quemaba como una antorcha» (Ecli 48,1). Con esas mismas características se recuerda a Juan.
Elías, como una forma de resaltar su especial cercanía con Dios, no murió como los demás, sino que ascendió al cielo en un carro de fuego (2 Re 2,11).
¿Qué quiere transmitirle Lucas a sus lectores con este relato?
Al parecer, lo primero que destaca es que Jesús, su Maestro, no era menos que los más grandes personajes de la historia de amor de Dios y su nación, de hecho, él “brilla” más: ya que es el único que se transfigura en ese momento.
Otro dato importante es que, por lo que ya hemos dicho, Moisés representa la Ley, mientras que Elías a los profetas, que es una forma como ellos llamaban a la Biblia de su tiempo (Mt 5,17; Mt 7,12; Mt 22,40; Lc 16,16), por lo que estaría diciendo que la Escritura respalda y avala lo que Jesús ha hecho. Más aún, la voz del cielo indica que, la palabra que habían oído hasta entonces es muy importante, pero en caso de dudas está la suya, por lo que ordena: «escúchenlo».
Y, por último, el tema de conversación de los tres era «la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén», como para enseñarle a su comunidad que lo que iba a suceder (y que ya había sucedido en el tiempo que redacta el evangelio) estaba previsto que ocurriera de esa manera, para fortalecer la fe frente al escándalo de la cruz. Porque, aunque sus enemigos parecían prevalecer, «Dios estaba con Él» (Hch 10,38).
Así Lucas busca reafirmar las convicciones de sus lectores, ayudándoles a descubrir que la resurrección es una revelación, que da respuesta a la pregunta que siguió a Jesús durante su vida: «¿Quién es éste...?» (Mt 8,27). La contestación la dan las palabras que se escuchan en la cima de la Montaña: él es «mi Hijo, el Elegido».
De las acciones que cada uno asuma como reacción a estas reveladoras palabras depende la condición de creyentes.
Señor, que tu transfiguración gloriosa nos ayude a fortalecer nuestra, a menudo, débil fe. Que sepamos, a la vez, como respuesta, transfigurar nuestras miserias egoístas e indiferentes de los demás, en amor activo como el que nos enseñaste a tener por los otros, asemejándonos a la manera como tú, el Elegido, nos has amado. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, reconocer los poderosos signos que el Señor permanentemente nos da para fortalecernos en la fe,
Miguel.
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