PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo
4 de Mayo de 2025
Domingo de la Tercera Semana de Pascua
Lecturas de la Misa:
Hechos 5, 27-32. 40-41 / Salmo 29, 2. 4-6. 11-13 Yo te glorifico, Señor, porque Tú me libraste / Apocalipsis 5, 11-14
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 21, 1-19
Jesús resucitado se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades.
Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.
Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar». Ellos le respondieron: «Vamos también nosotros».
Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.
Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tienen algo para comer?»
Ellos respondieron: «No».
Él les dijo: «Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán.» Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: «¡Es el Señor!»
Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.
Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: «Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar».
Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: «Vengan a comer».
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres?», porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.
Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?»
Él le respondió: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero».
Jesús le dijo: «Apacienta mis corderos».
Le volvió a decir por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»
Él le respondió: «Sí, Señor, sabes que te quiero».
Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas».
Le preguntó por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?»
Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero».
Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras».
De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: «Sígueme».
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Con la alegría y la fe renovadas por la resurrección del Señor nos unimos al coro que aclama: «Al que está sentado sobre el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y poder, por los siglos de los siglos» (2L). Cada uno/a puede decir ahora, también: «Tú convertiste mi lamento en júbilo» (Sal). Esa alegría, agradecimiento y adoración debe manifestarse en «obedecer a Dios antes que a los hombres» (1L), amando y sirviendo a los hermanos (Ev), siguiendo el ejemplo de nuestro modelo y Señor.
Porque es el mismo Jesús de la ternura.
Decíamos en una meditación anterior que el Jesús pascual muestra sus llagas por dos motivos esenciales: uno, no dejar dudas de que el Resucitado es el mismo nazareno que vivió y enseñó en Palestina hasta ser llevado a la cruz en Jerusalén; y, en segundo lugar, recordar que esas marcas son una señal potente de que todo lo que hizo y las consecuencias que sufrió por ello, se debían a su amor por todos, el que seguía vigente después de eso y a pesar de todo.
Es, por lo tanto, el mismo Jesús que con sus actos mostró cómo era el amor de Dios por nosotros: uno que llega hasta el punto de entregar a su propio Hijo (Jn 3,16), por lo que él, en consecuencia, «amó hasta el fin» (Jn 13,1), mostrando la cara más efectiva y luminosa del amor: la misericordia, llegando a disculpar incluso a sus verdugos en medio de su suplicio: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).
Y es el mismo que, en consecuencia con lo anterior, no sólo dijo: «yo estoy entre ustedes como el que sirve» (Lc 22,27), porque el Hijo del hombre (él) «no vino para ser servido, sino para servir» (Mt 20,28), sino que no se quedó en las palabras, sirviendo activa y eficazmente a todos los que se le acercaban: sanando, enseñando, animando... hasta el punto de que, a veces, «no tenían tiempo ni para comer» (Mc 6,31). Todo esto hasta dejar como legado final, en la Última Cena, el poderoso gesto de ponerse, como siervo, a los pies de sus discípulos para atenderlos (Jn 13,4-5), de tal manera de enseñarles que así es cómo los hijos del Reino son más grandes: cuando se hacen pequeños y, siguiendo su ejemplo, sirven a los demás (Mt 20,26).
Es decir que, esas marcas del Resucitado señalan que Él sigue amando y sirviendo después de haber vencido a la muerte. Y se nos muestra con estas características en el texto de este día.Es así que lo vemos amando misericordiosamente
al absolver las anteriores tres negaciones de Pedro, invitándolo a hacer
también una triple declaración de cariño por él; y, otra vez como si fuera
sirviente de ellos, les prepara el desayuno en aquella, para los discípulos,
triste mañana.
Con estas acciones, se les reveló que aquel que los sedujo con sus enseñanzas, no sólo no murió para siempre, sino que había vuelto a sus vidas, con lo que redescubren la alegría y la fe, las que se extienden desde entonces hasta nosotros, sus discípulos del presente.
Pero, para que esto tenga sentido para el mundo, es necesario que los cristianos amen y sirvan de una manera semejante a la de aquel que resucitó y que es en quien creen.
Llénanos, Señor, de la fuerza resucitadora del amor generoso y servicial por los demás, como forma de manifestar que creemos en ti al creerte, creyendo en tu estilo y entrega de tu vida hasta el extremo, lo que es premiado por el Padre Bueno impidiéndole a la muerte ser la vencedora, desde ti y hasta nosotros. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, acercarnos a vivir el estilo del Jesús, el que nos enseñó a amar y servir, sin límites,
Miguel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario