miércoles, 21 de mayo de 2025

El camino pascual lleno de vida

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

25 de Mayo de 2025                                                 

Domingo de la Sexta Semana de Pascua

 

Lecturas de la Misa:

Hechos 15, 1-2. 22-29 / Salmo 66, 2-3. 5-6. 8 A Dios den gracias los pueblos, alaben los pueblos a Dios / Apocalipsis 21, 10-14. 22-23

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     14, 23-29


En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió.
Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.
Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! Me han oído decir: "Me voy y volveré a ustedes". Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo.
Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Para que «el Señor haga brillar su rostro sobre nosotros» (Sal), y sintamos que también a la humanidad «la gloria de Dios la ilumina» (2L), es necesario, que quienes amamos a Jesús seamos fieles a sus palabras (Ev), creando y cuidando condiciones de vida más justas y dignas para todos los hijos del Padre Dios, de manera que quienes tienen dificultades para creer vean que quienes «han consagrado su vida al nombre de nuestro Señor Jesucristo» (1L) sirven a la humanidad, es decir, a todos los que el Padre Dios ama.

Resucitando lo mejor de nosotros.

Los evangelios de los domingos de Pascua van mostrando diferentes aspectos de la relación de los creyentes con el maravilloso y luminoso acontecimiento de la resurrección de Jesús.

El primer domingo mostraba la duda de los primeros discípulos y, reconozcámoslo, también la nuestra, ante tanta maravilla: «hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos» (Jn 20,1-9).

En el segundo, para auxiliarlos (y auxiliarnos) en esa dificultad, el Resucitado en medio de la comunidad temerosa, insegura, tambaleante, les insufla la potente y dinámica paz del Espíritu de Dios mismo para ser misioneros de la tan necesaria reconciliación entre los hombres y con el propio Padre (Jn 20, 19-31).

En el tercero, el Resucitado recuerda que él es quien está entre nosotros como quien sirve (Lc 22,27), para inmediatamente después invitar a que quien lo ame, en primer lugar, se sienta perdonado y luego dedique ese amor a servir, cuidando a las ovejas amadas de su redil (Jn 21, 1-14).

En el cuarto, se nos recuerda que el Resucitado es el mismo que enseñó que sus ovejas son las que escuchan su mensaje de amor misericordioso e indiscriminado, y eso produce en ellas una vida mejor que la que llevamos a rastras cada día, una vida que merezca llamarse así, por lo que es «vida eterna» (Jn 10, 27-30).

En el quinto, somos invitados a volver al momento en que el ahora Resucitado entregó como última voluntad-mandamiento el que sus seguidores se amasen de una manera semejante a la suya: a todos y hasta el final, como forma de que se nos reconozca como discípulos suyos, es decir, personas que creen en Él (Jn 13,31-35).

Y llegando al final de este período, este día el Evangelio nos muestra dos poderosos efectos que ocurren a los que amen a Jesús después de irse de nuestro plano material, cuando volviera resucitado:


En primer lugar, se nos da la noticia de que se cumplirá lo que le había dicho a la samaritana: «ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre […] los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad» (Jn 4,21-23). Pues las construcciones humanas serán superadas, y pasaremos a ser nosotros, ni más ni menos, que “la casa” de Dios: «El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él».

Y, luego, que tendremos a Alguien que acompañará nuestro camino de fe, ya que «el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho», para que lo hagamos realidad entre nosotros.

En fin, este caminar de semanas junto al Evangelio llega hasta que el Resucitado, en quien creemos, nos aliente: «Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman!» para que podamos atrevernos a mostrar con nuestra solidaridad, nuestra fraternidad, y nuestra ocupación por las necesidades de los demás, que también le creemos a su estilo de vida que resucita y enriquece las relaciones humanas.

 

Señor, que sepamos acogerte junto al Padre y al Espíritu para que derramen su amor desde nosotros, de tal manera que resuciten nuestros oídos para que oigan tu palabra inspiradora; que resuciten nuestros ojos para que sepan ver al necesitado y resuciten nuestras manos para que le den alivio y lo que precisa en tu Nombre. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, hacer lo que sea necesario para que nuestro Dios se sienta en su casa cuando nos habite con su amor,

Miguel.

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