miércoles, 14 de mayo de 2025

Misión: Amar como él amó

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

18 de Mayo de 2025                                                 

Domingo de la Quinta Semana de Pascua

 

Lecturas de la Misa:

Hechos 14, 21-27 / Salmo 144, 8-13 Bendeciré tu Nombre eternamente, Dios mío, el único Rey / Apocalipsis 21, 1-5

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     13, 31-35


Después que Judas salió, Jesús dijo:
«Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto.
Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes.
Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Como «el Señor es bueno con todos y tiene compasión de todas sus criaturas» (Sal), se hizo presente en la historia humana, partiendo por Israel, asumiendo que «ellos serán su pueblo, y el mismo Dios estará con ellos» (2L), para ir guiándonos desde entonces en el camino a la Vida. La respuesta ideal de los creyentes al amor del Padre Dios es la que invita Jesús: «ámense también ustedes los unos a los otros» (Ev), que es la manera como él comprende que es la más útil para «perseverar en la fe» (1L), es decir, darle un sentido útil a esta.

¿Qué nos hace ser cristianos, qué nos caracteriza?

Si le preguntamos a la gente en general, vemos que algunos opinan negativamente de las actitudes que suponen o tienen internalizadas culturalmente como que nos golpeamos el pecho (con supuesto arrepentimiento, creen) y después hacemos cualquier cosa incoherente con lo que piensan que es la fe. Que somos unos simples pecadores (lo que es cierto), pero nos creemos santos/superiores a los demás (lo que… muchas veces es tristemente cierto).

Por otro lado, está la imagen de que somos gente como cualquier otra (nuevamente, esto es correcto) que nos distinguimos por prácticas cultuales y hábitos incomprensibles. En el caso de los católicos: persignarse o los ramos de Semana Santa, por ejemplo, en la primera situación; y confesar pecados a otro hombre, además de no comer pescado, en la segunda, entre otras…

Es decir, actividades externas que no producen efectos provechosamente fecundos en la sociedad, necesariamente. ¿Será eso lo que soñó Jesús acerca de su Iglesia?

El nuevo Papa, León, en su primera homilía se lamentaba de que “son muchos los contextos en los que la fe cristiana se retiene un absurdo, algo para personas débiles y poco inteligentes”, indicando a continuación que en esos espacios donde se nos califica tan mal es precisamente “en los que la misión es más urgente, porque la falta de fe lleva a menudo consigo dramas como la pérdida del sentido de la vida, el olvido de la misericordia, la violación de la dignidad de la persona en sus formas más dramáticas, la crisis de la familia y tantas heridas más que acarrean no poco sufrimiento a nuestra sociedad”.

Si estamos de acuerdo con esto último, como parece que debiese ser, antes es necesario que reflexionemos en qué hemos hecho y qué seguimos haciendo para que demos aquella imagen. Un buen espejo para la autoevaluación es volver al principio, a los orígenes.

Se nos cuenta que a la primera comunidad cristiana le acontecieron muchas persecuciones por anunciar la resurrección de Jesús, con signos poderosos. En una de esas ocasiones, por ejemplo, las autoridades los hacen encerrar, pero «el Ángel del Señor abrió las puertas de la prisión y los hizo salir. Luego les dijo: “Vayan al Templo y anuncien al pueblo todo lo que se refiere a esta nueva Vida”» (Hch 5,19-20).

¿Cuál sería esa novedosa Vida (con mayúscula) tan importante de propagar que requería una intervención divina para liberarlos? Una que hizo bastante empeño por acoger el «mandamiento nuevo» del Señor: amarse como él amó. Es decir, de manera generosamente ocupada de las necesidades de los demás, con especial dedicación por los más humildes de la sociedad. Pero notemos que este encargo es sólo para los que siguen con el corazón en sintonía con él (los cristianos, diríamos hoy), ya que lo hace «después que Judas salió», por lo tanto, posterior a que se aleja quien ya no le cree…

Y esto lo hicieron comprendiendo que ese anuncio no es principalmente un discurso, una prédica, sino que se manifiesta en vivencias, porque las palabras mueven y hasta conmueven, pero sólo los ejemplos arrastran. Como les ocurrió con el propio Jesús.

Si él había dicho: «Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por lo que los difaman» (Lc 6,27-28); haría exactamente eso cuando correspondiera, por ejemplo, cuando al mirar desde la cruz a quienes lo ultrajaban oró: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).

Quien aseguró «cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo» (Lc 14,33) es el mismo que reconoce que «el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» (Mt 8,20).


Y, como sabemos, él invita: «el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes […] como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir» (Mt 20,26.28).

Nuestro objetivo debiese ser, entonces, para que seamos coherentes con la fe que decimos profesar, y para corregir la imagen que tienen de nosotros, por el bien de los demás hijos del Padre bueno, es que demos la imagen que nuestro Maestro esperaba de sus discípulos: que sepamos amar a todos eficaz y activamente siempre, porque «en esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros».

 

Señor, te pedimos que nos concedas la valentía y el sentido de coherencia que necesitamos para amar a todos como Tú los amas. Que podamos ver tu presencia en cada persona y que nuestro amor por el prójimo pueda ser tan incondicional como el tuyo. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, una forma de vida que grite a los vientos que somos seguidores del Profeta del amor hasta el extremo,

Miguel.

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