miércoles, 4 de junio de 2025

¿Hemos recibido el Espíritu Santo?

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

8 de Junio de 2025                                                   

Domingo de Pentecostés

 

Lecturas de la Misa:

Hechos 2, 1-11 / Salmo 103, 1. 24. 29-31. 34 Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra / I Corintios 12, 3-7. 12-13

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     20, 19-23


    Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
    Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
    Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes». Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Con fe podemos expresarle: «Si envías tu aliento, son creados» (Sal), no sólo los seres vivos, sino también los buenos gestos para una mejor convivencia humana. Pero después no se escatima, sino que «todos quedaron llenos del Espíritu Santo» (1L). Todos llenos. Y, para estar listos para esta misión, «yo también los envío a ustedes» (Ev), sumando a nuestra debilidad Su poder, para hacer posible el que «en cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común» (2L). Es que, si Dios se involucra no será a medias, sino con todos y para todos, para el bien de todos.

La respuesta se encuentra en los frutos que demos.

Se nos cuenta un episodio en que Pablo pregunta a unos cristianos con los que se encuentra: «"Cuando ustedes abrazaron la fe, ¿recibieron el Espíritu Santo?". Ellos le dijeron: "Ni siquiera hemos oído decir que hay un Espíritu Santo"» (Hch 19,2-7).

Algo semejante nos puede suceder a nosotros si nos preguntaran. Aunque, al contrario de aquellos, sí hemos escuchado de Él. Pero de igual manera lo desconocemos.

Tratemos de enmendar algo esto, sin pretender agotar el tema. Para ello utilizaremos los textos de la Liturgia de Pentecostés que se nos presentan hoy, que son: la primera lectura, tomada de Los Hechos de los Apóstoles y el evangelio según Juan.

Para Lucas, quien redactó el evangelio que lleva su nombre y también Los Hechos, fruto de la investigación para redactar este último libro, al conocer los sacrificios y esfuerzos de los misioneros, exponiéndose a asaltantes en los caminos, a animales feroces, a viajes interminables, naufragios, enfermedades, enemistades y persecuciones de los judíos y de los paganos, todo para proclamar la Buena Noticia del Reino de Dios. Entonces se preguntaría: ¿qué los sostenía? ¿de dónde habrían sacado fuerza, valentía y capacidad?  ¿quién les había enseñado a expresarse en lenguas tan diversas y con tanta elocuencia? Pues bien, la respuesta a la que llegó fue que todo esto provenía de esta fuerza divina: «todos quedaron llenos del Espíritu Santo y anunciaban decididamente la Palabra de Dios» (Hch 4,31).

Otro descubrimiento que hizo fue que la venida de este Ser tan fecundo no podía resultar exclusivamente en una experiencia individual y privada, sino que, siendo un don de Dios, tenía sentido que su “explosión de amor” ocurriese cuando «estaban todos reunidos en el mismo lugar» (Hch 2,1) y debía servir para potenciar a toda la comunidad. Porque, como dice Pablo: «En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común» (1 Cor 12,7).

En su concepción, para que ésta estuviese adecuadamente preparada requería que desde la resurrección del Señor hubiese un periodo extenso de meditación, catequesis y oración: «Después de su Pasión, Jesús se manifestó a ellos dándoles numerosas pruebas de que vivía, y durante cuarenta días se le apareció y les habló del Reino de Dios» (Hch 1,3). Esto para, por supuesto, consolidar a la comunidad, pero también, para prepararlos al momento en «que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto», lo que la impulsaría a proclamar «las maravillas de Dios» (Hch 2,11).

Por su lado, en la versión del evangelista, notemos primero que el saludo del Resucitado es el que acostumbra su gente: "Shalom", «¡La paz esté con ustedes!». Pero esta vez cumple una función muy necesaria, ya que ocurre «estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos», asumiendo que, si estos hicieron lo que hicieron con su Maestro, también podían ensañarse con ellos. Por lo tanto, necesitaban urgentemente esa paz. Y Él, siempre servidor, se las otorga.

Esta comunidad liberada del temor podría ahora servir, a su vez, a los demás siendo misionera: «Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes» para contribuir a la tan necesaria reconciliación humana: «Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen».

¿Qué hace el Señor para impulsarla? «sopló sobre ellos y añadió “Reciban al Espíritu Santo”», un soplido que recuerda el de Dios creando al ser humano (Gn 2,7), debido a que esta nueva realidad conlleva la creación de un nuevo mundo, una nueva forma de relacionarnos las personas. Jesús llamaba a esta novedad el Reino de Dios.


Esto nos trae a la memoria, además, lo que él le había señalado a un maestro judío: «El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu» (Jn 3,8). Es decir, esta fuerza es, además de creadora, creativa, para que esa nueva humanidad dé frutos diferentes a los que nos hacen mal.

Pues bien, el Maestro había dicho unos versículos antes: «Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios» (Jn 3,5). Si recordamos que para Jesús el Reino es la «vida en abundancia» (Jn 10,10), es necesario que los nacidos del agua, es decir, los bautizados, sean llenados del Espíritu de Dios, con la fuerza y la creatividad del viento para que construyan ese mundo mejor, más humano, más cristiano, como nos merecemos y tal como el mismo Creador amoroso lo quiere para nosotros.

 

Sigue viniendo, Espíritu Santo, continúa llenando los corazones de quienes anhelamos ser fieles al amor del Padre Bueno, encendiendo en nosotros el poderosos fuego de tu amor. Te rogamos: no te canses de enviar, Señor, tu Santo Espíritu para que renueve la faz de la Tierra. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, permitirle al Espíritu Santo llenar nuestra vida de fraternidad solidaria y gozosa,

Miguel.

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