miércoles, 3 de septiembre de 2025

Como Jesús, llevar con amor la cruz

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

7 de Septiembre de 2025                                         

Domingo de la Vigésimo Tercera Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Sabiduría 9, 13-18 / Salmo 89, 3-6. 12-14. 17 ¡Tú has sido nuestro refugio, Señor! / Filemón 9-10. 12-17

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     14, 25-33


    Junto con Jesús iba un gran gentío, y Él, dándose vuelta, les dijo: Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.
    ¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: "Este comenzó a edificar y no pudo terminar".
    ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.
Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                                

Cada quien podría hacer suya esta pregunta dirigida al Señor: «¿quién habría conocido tu voluntad si Tú mismo no hubieras dado la Sabiduría y enviado desde lo alto tu santo espíritu?» (1L). El tema es tener la disposición a dejarse guiar por ella, para poder considerarnos sus discípulos (Ev), sabiendo que su voluntad es que amemos a cada hermano de humanidad, porque de todos se puede decir: «estás unido a él por lazos humanos y en el Señor» (2L), además, de tener la certeza de que necesitamos su auxilio para lograrlo, por lo que pedimos: «que descienda hasta nosotros la bondad del Señor» (Sal). Que esta nos inspire, nos impulse y nos estimule.

Y no llamar a cualquier cosa una cruz.

Cuesta imaginar, pero tampoco se intenta mucho hacerlo, lo que significaba la crucifixión. Tampoco nos interesa ser muy explícito sobre dicho terrible suplicio. Quedémonos sólo con que no se trata de nada agradable ni recomendable.

¿Qué habrá querido decir Jesús, entonces, con aquello de «El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo»? ¿Por qué, para qué, habría que cargar con ese instrumento cruel? Y, además, ¿cómo poder considerarlo algo propio (“su cruz”)?

Partamos por recordar que quien nos dice estas palabras fue alguien que tuvo que sufrir una cruz literal y física, el que, «siendo justo, padeció por la injusticia» (1 Pe 3,18), con todos los añadidos de violencia que esta traía. Pero que, a la vez, con sus actos misericordiosos también “cargó” la cruz simbólica de sacrificar la propia vida -y de la propia vida- al pasar haciendo el bien (Hch 10,38), postergando el legítimo tiempo para descansar (Mc 6,31-34), por ofrecerse para ser el alivio de los afligidos (Mt 11,28).

Él había dicho: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará» (Mt 16,24-25). No olvidemos que afirmó esto como respuesta a Pedro, quien lo había reprendido por anunciar que llegaría hasta el extremo del sacrificio de su vida por ser fiel a la voluntad de su Padre.

Durante su misión su accionar fue ejemplo de esas palabras, “perdiendo” su vida (su comodidad, sus necesidades, su ego) por causa del Reino del amor, para, de esa manera, encontrar la vida plena, buena, eterna, en abundancia, que sólo comprenden los que tratan de sintonizar con los “pensamientos de Dios” (Mt 16,23), quien es tremendamente misericordioso (Ef 2,4-5) y es puro amor (1 Jn 4,8) para todos, por sobre todas las cosas (Mt 5,45).

La cruz, en su caso, entonces, se convirtió en un símbolo de la victoria de Jesús sobre la muerte y el mal, como rúbrica, como sello, de la forma coherente en que vivió. Así, fue que se transformó desde un instrumento de condena a un distintivo central de la fe y la esperanza en el cristianismo.


“Cargarla”, no significa soportar cualquier tipo de inconveniente, sino seguir su estilo y sus enseñanzas, adoptando una actitud de amor y entrega, semejante a la suya, lo que implica renunciar a los propios deseos, cuando se apartan de esto, aceptando las dificultades y sufrimientos que esto pueda traer.

Nosotros, a fuerza de ver tanto la cruz, ya estamos anestesiados ante tan horrorosa imagen. Y eso nos lleva, mayoritariamente, a un estado de indiferencia acerca del significado de ésta: ¿en qué afecta o debiese afectarnos la muerte en cruz de nuestro Maestro de vida? ¿hay algún cambio que debiésemos hacer al respecto? ¿Qué cruces estamos dispuestos a cargar para ir siendo cada vez más fieles seguidores del Maestro de la misericordia compasiva que se manifiesta, para que tenga sentido, en fraternidad solidaria?

 

Señor, enséñanos a hacer, de manera semejante a la tuya, que cuando nos toque la dolorosa cruz, ésta se transforme primero en un desafío posible y luego en la señal esperanzadora de que caminamos por la senda correcta: la del amor activo, solidario y fraterno, como nos enseñaste tú. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, comprender cuáles son y luego atrevernos a asumir las cruces que es necesario cargar si se quiere ser discípulo de quien venció ese signo de muerte a fuerza de amor,

Miguel.

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