miércoles, 8 de octubre de 2025

Aprendiendo a ser agradecidos

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

12 de Octubre de 2025                                              

Domingo de la Vigésimo Octava Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

II Reyes 5, 10. 14-17 / Salmo 97, 1-4 El Señor manifestó su victoria / II Timoteo 2, 8-13

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     17, 11-19


    Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!»
    Al verlos, Jesús les dijo: «Vayan a presentarse a los sacerdotes». Y en el camino quedaron purificados.
    Uno de ellos, al comprobar que estaba sanado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.
    Jesús le dijo entonces: «¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?» Y agregó: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                                

***.

Purificados del egoísmo.

En la Biblia, la lepra es a menudo un símbolo del mal que desfigura internamente, como lo hace por fuera la enfermedad. Quedémonos con esa imagen para tratar de comprender lo que produce para Dios el pecado en nosotros y del que quiere sanarnos siempre.

Teniendo eso como trasfondo, veamos qué hace Jesús, cuando se le presenta, no uno, sino un grupo completo de personas impuras, dañadas. Lo que hace cualquiera es alejarse o exigirles que no se acerquen. Lo que hace un hijo de Dios es empatizar y actuar sobre esto.

Pero ahora y, como algo que tendría relación directa con nuestras actitudes, que somos cristianos del presente, preguntémonos: ¿cómo actuamos con los “leprosos”? ¿cómo es nuetra “lepra”? ¿qué aprendemos de este evangelio?

Alguien imaginaba, literariamente, que este leproso que, una vez sanado, siente que debe agradecer a quien propició su mejoría, posteriormente se reintegró a su comunidad y, mostrando qué significó este evento, vivió siendo compasivo, tratando con ternura a todos sus hermanos de humanidad, tal como aprendió del gesto del Maestro que no hizo discriminaciones con el grupo de leprosos y los purificó a todos, incluyéndolo, pese a que «era un samaritano», es decir, un hereje y un enemigo de otro pueblo para los judíos.

En el relato este autor dice que, con el paso del tiempo, en esa misma ruta entre Samaria y Jerusalén “se encontró al borde del camino con un hombre que había sido atacado por unos bandoleros que lo ‘desnudaron, lo cubrieron de golpes y lo dejaron medio muerto’.

No sabía que poco antes habían pasado por allí mismo un sacerdote y un levita, que vieron también al herido y pasaron de largo. También él tuvo la tentación de hacer lo mismo: tenía que arreglar sus asuntos en Jerusalén, y atender a ese herido le iba a hacer perder mucho tiempo. Pero se acordó del día en que él mismo había estado herido por la lepra al borde del camino y había gritado: ‘Ten compasión’, y en que aquel hombre maravilloso le había dicho: ‘Levántate, vete. Tu fe te ha salvado’.

Miró a los ojos angustiados de aquel hombre herido y se acordó de su propia angustia: ‘Lo vio y se compadeció’. La compasión que había recibido de Jesús era la misma compasión que él ahora tenía que dar. Y su agradecimiento se convirtió en compasión y ayuda al que le necesitaba, como él mismo lo había precisado años antes”. (Pedro Olalde, feadulta.com)

Así, este hombre de quien «Jesús, Maestro» tuvo compasión, mostró, según esta bella fabulación, cómo es que salva la fe: «alabando a Dios en voz alta y (…) dándole gracias», pero con gestos concretos hacia los demás, convirtiéndose en el Buen Samaritano de otra parábola del Señor (Lc 10,25-37).


Lucas parece necesitar que la comunidad lectora de su evangelio reflexionase y comprendiese que es normal, que es lo que suele suceder -aunque no debiese hacer así un discípulo de Jesús-, el que las personas pidan cosas al Señor fácilmente, pero no suelan ser agradecidos. Y, en segundo término, que, si se logra ese sentido de agradecimiento, que éste se manifieste de formas concretas, que no sean sólo palabras, sino que sirva a los otros hijos de Dios, sus hermanos.

Para resaltar todo lo anterior, en este relato el evangelista cuenta que diez personas fueron sanadas, pero sólo una se ha salvado: aquel que mostró lo mejor de sí, corrigiendo esa desfiguración del alma, que es el pecado, entendido éste como el distanciamiento de la propia conducta de los caminos humanizadores de Dios.

 

También necesitamos rogar, Señor: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!», porque también tenemos un alma leprosa, que nos impulsa a no hacer el bien que queremos, sino el mal que no queremos (Rom 7,19). Ayúdanos a limpiarnos del egoísmo y la comodidad que afean tanto nuestro interior y no nos permite brillar como hijos del Buen Padre Dios. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, saber ser agradecidos de todo lo que Dios hace por nosotros, siendo cariñosos y generosos con sus demás hijos, nuestros hermanos,

Miguel.

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