14 de septiembre de 2013
Sábado de la Vigésimo Tercera Semana Durante
el Año
Lecturas:
Timoteo 1, 15-17
/ Salmo 112, 1-7 Bendito sea el nombre del Señor para siempre
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas
6, 43-49
Jesús dijo a sus discípulos:
«No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni
árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se
recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas.
El hombre bueno saca el bien del tesoro de
bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la
abundancia del corazón habla la boca.
¿Por qué ustedes me llaman: "Señor,
Señor", y no hacen lo que les digo? Yo les diré a quién se parece todo
aquel que viene a mí, escucha mis palabras y las practica. Se parece a un
hombre que, queriendo construir una casa, cavó profundamente y puso los
cimientos sobre la roca. Cuando vino la creciente, las aguas se precipitaron
con fuerza contra esa casa, pero no pudieron derribarla, porque estaba bien
construida.
En cambio, el que escucha la Palabra y no la
pone en práctica, se parece a un hombre que construyó su casa sobre tierra, sin
cimientos. Cuando las aguas se precipitaron contra ella, en seguida se
derrumbó, y el desastre que sobrevino a esa casa fue grande.»
Palabra del Señor.
MEDITACION
La
sabiduría popular enseña que “no hay que pedirle peras al olmo”, porque éstos
sólo dan lo que es propio de ellos.
Eso
que parece de sentido común, con demasiada facilidad lo olvidamos y pedimos y
hasta exigimos que nos den lo que la otra persona no acostumbra a “producir”.
Me
parece que parte del amor al prójimo es el respeto por sus capacidades y
opciones; por
comprender que somos todos diferentes y actuamos o reaccionamos
distinto ante los mismos estímulos.
Sobre
todo, sabiendo nosotros que podríamos decir como el Apóstol: «Si encontré misericordia, fue para que
Jesucristo demostrara en mí toda su paciencia» (1L), porque «Él levanta del polvo al desvalido, alza al
pobre de su miseria» (Sal) y, con esa experiencia sólo
expresarnos con amor de los demás «porque
de la abundancia del corazón habla la boca».
Es
decir, es más apropiado en un/a discípulo/a aceptar y aprender a convivir en la
diversidad que clasificar a las personas y tener una actitud diferente ante
cada “casillero”.
Riega
y abona nuestra tierra, Señor; y poda lo que sea necesario, de manera que
podamos dar cada vez mejores frutos de acogida, comprensión y respeto. Así sea.
Llenos de Paz,
Amor y Alegría por haber hecho la opción por Su Reino, asumiendo sus
consecuencias,
Miguel.
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