domingo, 22 de septiembre de 2013

NO PODEMOS SERVIR A DIOS Y AL DINERO

Marte y Zeus han caído

nadie adora ya a Baal,
y las riberas del Nilo,
no se acuerdan de Amón-Ra.
Loki, Thor y el gran Odín,
Moloch y Quetzalcoal
son sólo vagos recuerdos
que ya nunca volverán,
mas Mammón, el dios dinero,
hoy gobierna sin rival
y lo adoran muchedumbres
que no se pueden contar.
En sus altares dorados,
como holocausto infernal,
se ofrecen mil sacrificios
renovados sin cesar.
A menudo, por su causa,
se sacrifica la paz
y se devastan naciones
con moderna crueldad.
Por obtener sus favores,
y la codicia saciar,
ante él se postran los hombres
como esclavos del afán,
se venden pobres mujeres
a quien las puede pagar,
mueren ancianos y niños,
y otros carecen de pan.
¿Es que alguna vez se ha visto
tamaña y tal necedad?
No es algo malo el dinero
si se queda en su lugar,
más, si en ídolo se torna,
su mordedura es letal,
pues el vil dinero es sólo
papel, plástico o metal,
vacías son sus promesas,
es mentira su verdad,
su esperanza es engañosa,
fingida su caridad,
es mudo, ciego, insensible
y a nadie puede salvar.
Hombres todos de la tierra,
escuchad, hijos de Adán:
No podéis a dos Señores
servir juntos a la par,
porque amaréis sólo a uno
y al otro lo habéis de odiar.
A Dios y al dinero unidos
Es imposible adorar;
el Señor es Dios celoso
y no se deja engañar.
De ambos, a quien prefiera
puede elegir cada cual,
pero he aquí mi consejo:
Más vale al fin apostar
por Aquel que a generoso
nunca se deja ganar
y, después de darnos todo,
por donarse hasta el final,
nos dio también a su Hijo,
nacido en carne mortal.
Y si, esclavo del dinero,
añoras la libertad,
Dios, que te sacó de Egipto,
también te podrá librar.
Pon tus bienes en sus manos
y no te arrepentirás,
que si tú le entregas uno,
el ciento has de cosechar
y, además, la vida eterna
será tu premio inmortal,
pues donde esté tu tesoro,
tu corazón vivirá.
No importa que des muy poco,
si no tienes más que dar,
que el céntimo de la viuda
nadie lo superará.
Y si, al fin de la jornada,
esto llegara a pasar,
que de tanto dar a otros
no te quede nada más,
alégrate al fin también
de esa gracia sin igual:
Tendrás las manos vacías
y Dios las podrá llenar.


Bruno Moreno

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