PREPAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
2 de febrero de 2014
Presentación Del Señor
Lecturas:
Malaquías 3, 1-4
/ Salmo 23, 7-10 El Rey de la gloria es el Señor de los
ejércitos / Hebreos 2, 14-18
EVANGELIO
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas
2,
22-40
Cuando llegó el día fijado por la Ley de
Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al
Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al
Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de
paloma, como ordena la Ley del Señor.
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado
Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu
Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías
del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres
de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley,
Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:
«Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor
muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que
preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones
paganas y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo
que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre:
«Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo
de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se
manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos.»
Había también allí una profetisa llamada Ana,
hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en
su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había
permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo,
sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo
momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los
que esperaban la redención de Jerusalén.
Después de cumplir todo lo que ordenaba la
Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba
creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con
él.
Palabra del Señor.
MEDITACION
Quien quiera ser fiel
a la misión de anunciar el amor de Dios, no debe dejarse abatir por lo que
siente que lo hace “impuro/a” o poco digno/a de él, ya que el mismo Jesús
purifica, «porque él es como el fuego del
fundidor y como la lejía de los lavanderos» (1L) de manera de hacer
dignos a sus amigos. Tampoco debe temer ante la dificultades, porque de su lado
está «el Señor poderoso en los combates»
(Sal). Todo eso debido a que ha sido constituido «Sumo Sacerdote misericordioso y fiel en el
servicio de Dios» (2L). Contando con tamaña compañía, ya se puede anunciar
valientemente la Palabra y la acción compasiva y cercana de Quien es «luz para iluminar a las naciones y gloria
de tu pueblo» (Ev).
Imaginando
la escena de María, José y el niño entrando en el enorme Templo de Jerusalén y
que, entre la multitud, llamasen la atención de Simeón y de Ana, recordé otras
dos situaciones, vinculadas con dos personas diferentes.
La
primera es alguien que habituaba ir a Misa los domingos, hasta que cierto día
decide dar el paso y se ofrece para asumir un servicio pastoral. Cuando el
encargado de la comunidad lo presenta al párroco, éste le dice: “sí, te había
visto y quería pedirte que trabajaras con nosotros”. La persona se asombró de
que siendo uno entre cientos, haya sido notado. Eso se produjo, probablemente,
por la devoción con que participaba en la celebración dominical.
veces en el altar pese a no cumplir funciones ministeriales. Ahí adopta una rígida postura de santo de estampita: con las manos unidas frente a su pecho. Sin embargo, desde esa privilegiada posición dirige a toda la asamblea miradas inquisidoras que contradicen su pose corporal.
Uno
debiese ir al Templo a alabar a Dios en comunidad; da lo mismo si alguien lo
nota o no. Pero quien lo hace con autenticidad de corazón, como la familia de
Nazaret, inevitablemente atraerá miradas de quienes estén buscando signos de
santidad ahí; el caso contrario puede provocar, incluso, desagrado y
alejamiento de quien esté empezando a dar sus primeros pasos de fe…
Que
nuestra actitud en el Templo, como en nuestra vida diaria, sea de permanente
alabarte y darte gracias, Señor. Así sea.
Anunciando lo
que nuestros ojos han visto: la Paz, el Amor y la Alegría que trae la salvación
del Señor,
Miguel.
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