El llamado de Jesús, “BUSQUEN
PRIMERO EL REINO DE DIOS Y SU JUSTICIA”,
es el mayor tesoro, que quisiéramos ver realizado abundantemente en
nuestra Patria, en cada uno de sus habitantes, cada día, con la deslumbrante
belleza y sencillez que el mismo Jesús ve manifestada en las aves del cielo y
en los lirios del campo.
Buscar el
Reino de Dios y su justicia es una lucha y un compromiso de cada día, del cual
damos gracias a Dios por tantas personas que sacrificada, gozosa y
responsablemente lo viven en nuestra Patria, desde la sencillez, la valentía y
la profunda confianza en Dios, valorando y participando en tantas instancias
sociales, políticas, culturales, religiosas.
Buscar el
Reino de Dios y su justicia requiere mirar la historia y reconocer las ofensas,
los sufrimientos y hasta las muertes que hemos provocado, cuando al hermano o a
la madre tierra los hemos tratado como enemigos para marginar, para depredar o
hasta para eliminar, más que como creaturas de Dios para amar, valorar, cuidar,
proteger, respetar y potenciar en su dignidad.
Buscar el
Reino de Dios y su justicia es una tarea o una misión para diseñar la geografía
del alma de nuestro pueblo, que anhela los más nobles ideales humanos de
dignidad, de participación, de hermandad, de justicia y amor fecundo, de
compasión solidaria con los pobres, de comunión y de paz.
Buscar el
Reino de Dios y su justicia, decimos los obispos de Chile y lo reafirma
permanentemente el papa Francisco, es reconocer que estamos viviendo un “cambio
de época” que remece profundamente nuestra cultura tradicional y desafía
nuestras capacidades de sabiduría y creatividad, pero sobre todo desafía nuestro
AMOR Y VISIÓN PROFÉTICA, para construir una historia según las exigencias de
los nuevos tiempos y plasmar en DECISIONES POLÍTICAS:
- La dignidad
y los derechos humanos especialmente de los más pobres y marginados;
- La
promoción de la familia y de la mujer, educadores esenciales en humanidad y
dignidad;
- Las
exigencias de nuevos y mejores espacios de participación ciudadana;
- El cuidado
de los elementos esenciales de la naturaleza para evitar su depredación y mercantilización,
que harían imposible la vida en nuestro limitado planeta;
- Los
progresos científicos, tecnológicos y comunicacionales, para que favorezcan la
solidaridad, el desarrollo equitativo y la paz integradora entre los pueblos y
culturas;
- La
educación para el bien común, el servicio y la responsabilidad en ser
protagonistas de nuestra historia, sobre los cimientos de la libertad, la
fraternidad y la justicia;
- Una mayor
integración de la espiritualidad en nuestra cultura y vida social, para que
Dios nos fortalezca en la construcción de una historia más humanizante y
dialogante;
- Un modelo
de desarrollo más centrado en las personas que en el mercado, el crecimiento
financiero y el lucro, causas de inequidad y violencias, y que llegan hasta
rebajar a la persona a objeto, considerándola un “recurso” más;
- La
tendencia a aislar a las personas en el individualismo y la soledad, negándoles
la esencia del ser humano, como es el amor que se abre a los demás en la
fraternidad, la solidaridad, la gratuidad, la felicidad;
- El
ejercicio del poder y la autoridad, para que escuche, discierna, asuma y
canalice democráticamente el sentir profundo y vivencial del pueblo, sin
descalificarlo o marginarlo. Consideración especialmente relevante en estos
tiempos electorales.
Todas estas exigencias del Reino
de Dios necesitan plasmarse en decisiones políticas, pues para alcanzar y
asegurar la dignidad del pobre, la justicia al marginado, el pan y el trabajo
al necesitado, la salud al enfermo, la liberación al oprimido, el amor al
maltratado, requieren de leyes y decisiones políticas. Pero a la vez requieren
de actitudes, gestos, acciones y decisiones profundamente éticas y
espirituales, pues en ellas se manifiesta la fe, la fraternidad, la
solidaridad, la humanidad, ya QUE EL AMOR Y LA FE DEBERÍAN DAR EL SENTIDO Y EL
MOTIVO ESENCIAL A TODO GESTO Y ACCIÓN HUMANA.
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