jueves, 3 de septiembre de 2015

«No hay ningún justo, ni siquiera uno»



3 de Septiembre de 2015
Jueves de la Vigésimo Segunda Semana Durante el Año

Lecturas:
Colosenses 1, 9-14 / Salmo 97, 2-6 ¡El Señor manifestó su victoria!

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas   5, 1-11
    En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: «Navega mar adentro, y echen las redes.»
    Simón le respondió: «Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes.» Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
    Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: «Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador.» El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón.
    Pero Jesús dijo a Simón: «No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres.»
    Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.
Palabra del Señor.

MEDITACION

Tenemos, por motivos que no son del caso analizar aquí, una visión errónea del pecado: creemos que lo padecen sólo algunos
Argumenta Pablo: «que todos están sometidos al pecado, tanto los judíos como los que no lo son. Así lo afirma la Escritura: No hay ningún justo, ni siquiera uno; no hay nadie que comprenda, nadie que busque a Dios. Todos están extraviados, igualmente corrompidos; nadie practica el bien, ni siquiera uno solo» (Rm 3,10-12).
Eso significa que todos –absolutamente todos- necesitamos del perdón del Señor.

Contrariamente a la actitud de Pedro, no te pedimos «Aléjate de mí, Señor», sino más bien: acércate más a nuestra miseria, para que la purifiques y permítenos estar más cerca de tu corazón generoso para aprender de él. Así sea.

Buscando vivir una pureza a tu manera: no externa, sino una que inunde de Paz, Amor y Alegría a los demás,
Miguel

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