jueves, 12 de noviembre de 2015

El futuro no está decidido: se construye hoy



PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
15 de Noviembre de 2015
Domingo de la Trigésimo Tercera Semana Durante el Año

Lecturas:
Daniel 12, 1-3 / Salmo 15, 5. 8-11 Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti / Hebreos 10, 11-14. 18

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos   13, 24-32
    Jesús dijo a sus discípulos:
    «En aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. Y Él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte.
    Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta.
    Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre.»
Palabra del Señor.

MEDITACION
Habrá un tiempo en que se verá «al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria» (Ev) y eso, a quienes lo amamos y confiamos en su amor, a quienes nos hizo «conocer el camino de la vida» (Sal), debiese sólo alegrarnos, porque «los que hayan enseñado a muchos la justicia brillarán como las estrellas» (1L), entre quienes, si somos fieles, debiésemos estar, ya que «Él ha perfeccionado para siempre a los que santifica» (2L). Y, como ya sabemos que será así, tenemos una vida para ir practicándolo.
Hace poco se conmemoraba el aniversario de una serie de exitosas películas que contaban acerca de viajes en el tiempo de sus personajes, una de las cuales, tres décadas antes, imaginaba el año que estamos viviendo en la actualidad, el cual era, para ellos, “el futuro”. Y vinieron las inevitables comparaciones entre sus predicciones y la realidad.
A los seres humanos siempre nos ha obsesionado poder conocer anticipadamente lo que vendrá: todos los pueblos antiguos tuvieron chamanes, augures, magos o como les llamaran, a los que se les preguntaba desde si debían casarse con cierta persona, hasta la conveniencia o no de declarar la guerra a otro pueblo.
Hoy, esas decisiones se toman consultando a la calculadora… Aunque, de vez en cuando, se ha sabido de jefes de estado que siguen consultando adivinos.
Todo aquello, corriendo el riesgo de vivir la natural angustia que conlleva esperar que se cumplan esos acontecimientos que supuestamente ya se conoce que sucederán. En el caso extremo de esto están las sectas que se agrupan a aguardar el fin del mundo cada fin de milenio y que terminan en suicidios masivos…
Hay algunos, incluso, que, Biblia en mano, le adjudican a ésta la capacidad de predecir hechos, desconociendo que muchos de estos sucedieron antes de escribirse las “profecías”, las que se usan sólo con fines pedagógicos… Y, además, se atreven a anunciar que, de la misma manera, saben el destino de nuestra tierra y de quienes la habitamos.
En fin, sólo es seguro que lo que tenga que suceder, sucederá, digan lo que digan.
Y ya que aquellos sucesos, como dice Jesús, con absoluta certeza, «nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre»… ¿cuál debiese ser la actitud de los hijos de Dios?
Recordemos, ante todo, que se trata, aquí también, de decisiones del Dios que es amor (1 Jn 4,8) y que es con nosotros mejor padre que cualquiera que conozcamos (cf Mt 7,11)
Por ello, al contrario de los que usan el terror religioso para conseguir sus propósitos, notemos que:
Si bien los astros del cielo dejarán de brillar, «se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes». Es decir, no quedaremos en penumbras, porque nos iluminará quien es la Luz del mundo (Jn 8,12).
Y su venida será «lleno de poder y de gloria». Es decir que, quien, cuando vivió entre nosotros, era sólo compasión y acciones de ternura por los demás, vendrá con poder para lograr, por fin, un mundo más humano, donde reinen la misericordia y el amor entre todos.
Además, fijémonos en que los signos con que compara esos acontecimientos no son para nada escalofriantes, sino hasta bucólicos: será como cuando se percibe que mejora el tiempo, cuando en la higuera las ramas «se hacen flexibles y brotan las hojas».
En el intertanto, nos acompañarán y nos guiarán sus palabras, esas que asegura «no pasarán», por lo que estarán permanentemente recordándonos que ese Reino lo vamos construyendo paso a paso, ladrillo a ladrillo, sus seguidores.
Teniendo en cuenta la obviedad de que sólo habrá futuro cuando termine el presente, seamos conscientes, entonces, que lo que sea que vaya a ocurrir será consecuencia de lo que estemos haciendo en nuestro hoy de cada día.
Sí merece nuestra preocupación (y mejor si es nuestra ocupación), por ejemplo, el futuro que se proyecta para nuestro planeta: calentamiento global, deforestación, derroche del agua… etc.; todos daños que podemos prevenir.
Y, en cuanto a las relaciones humanas, a que “el mundo está cada vez más malo”, como decimos a menudo, hay que preguntarnos qué estamos aportando para corregir ese feo porvenir. Especialmente, quienes gustamos de llamarnos cristianos, ¿acaso donde hay odio, ofensa y discordia ponemos amor, perdón y unión, como soñaba Francisco de Asís?.
Porque, si bien nadie conoce el futuro, no hay duda que éste será mucho mejor si nos decidimos a hacer el aporte que se esperaría de los amigos de Jesús.

Que, en vez de caer en temores irracionales sobre el futuro, busquemos ser aporte para que éste sea mejor para todos, tal como es tu voluntad, Señor. Así sea.

Con el corazón lleno de Paz, Amor y Alegría porque la esperanza está activa,
Miguel

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