25 de Marzo de 2016
Viernes de Semana Santa
Lecturas:
Isaías 52, 13—53, 12
/ Salmo 30, 2. 6. 12-13. 15-17.
25 Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu / Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9
+ Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 1—19, 42
C. Jesús fue con sus discípulos al otro lado
del torrente Cedrón. Había en ese lugar una huerta y allí entró con ellos.
Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se
reunían allí con frecuencia. Entonces Judas, al frente de un destacamento de
soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos,
llegó allí con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que le iba a
suceder, se adelantó y les preguntó:
+ «¿A quién buscan?»
C. Le respondieron:
S.«A Jesús, el Nazareno.»
C. El les dijo:
+ «Soy yo.»
C. Judas, el que lo entregaba estaba con
ellos. Cuando Jesús les dijo: «Soy yo», ellos retrocedieron y cayeron en
tierra. Les preguntó nuevamente:
+ «¿A quién buscan?»
C. Le dijeron:
S. «A Jesús, el Nazareno.»
C. Jesús repitió:
+ «Ya les dije que soy yo. Si es a mí a quien
buscan, dejen que estos se vayan.»
C. Así debía cumplirse la palabra que él había
dicho: «No he perdido a ninguno de los que me confiaste.» Entonces Simón Pedro,
que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote,
cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco. Jesús dijo a Simón
Pedro:
+ «Envaina tu espada. ¿Acaso no beberé el
cáliz que me ha dado el Padre ?»
Llevaron primero a Jesús ante Anás
C. El destacamento de soldados, con el tribuno
y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron. Lo llevaron primero
ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año. Caifás era el
que había aconsejado a los judíos: «Es preferible que un solo hombre muera por
el pueblo.»
Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro
discípulo, seguía a JesúS. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote,
entró con Jesús en el patio del Pontífice, mientras Pedro permanecía afuera, en
la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió,
habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro:
S. «¿No eres tú también uno de los discípulos
de ese hombre?»
C. El le respondió:
S. «No lo soy.»
C. Los servidores y los guardias se calentaban
junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba
con ellos, junto al fuego. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus
discípulos y de su enseñanza. Jesús le respondió:
+ «He hablado abiertamente al mundo; siempre
enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he
dicho nada en secreto. ¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han
oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho.»
C. Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias
allí presentes le dio una bofetada, diciéndole:
S. «¿Así respondes al Sumo Sacerdote?»
C. Jesús le respondió:
+ «Si he hablado mal, muestra en qué ha sido;
pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?»
C. Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo
Sacerdote Caifás
¿No eres tú también uno de sus discípulos? No
lo soy
C. Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los
que estaban con él le dijeron:
S. «¿No eres tú también uno de sus
discípulos?»
C. El lo negó y dijo:
S. «No lo soy.»
C. Uno de los servidores del Sumo Sacerdote,
pariente de aquel al que Pedro había cortado la oreja, insistió:
S. «¿Acaso no te vi con él en la huerta?»
C. Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó
el gallo.
Mi realeza no es de este mundo
C. Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al
pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no
contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua. Pilato salió adonde
estaban ellos y les preguntó:
S. «¿Qué acusación traen contra este hombre?»
C. Ellos respondieron:
S. «Si no fuera un malhechor, no te lo
hubiéramos entregado.»
C. Pilato les dijo:
S. «Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según
la ley que tienen.»
C. Los judíos le dijeron:
S. «A nosotros no nos está permitido dar
muerte a nadie.»
C. Así debía cumplirse lo que había dicho
Jesús cuando indicó cómo iba a morir. Pilato volvió a entrar en el pretorio,
llamó a Jesús y le preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Jesús le respondió:
+ «¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han
dicho de mí?»
C. Pilato replicó:
S. «¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y
los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?»
C. Jesús respondió:
+ «Mi realeza no es de este mundo. Si mi
realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para
que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí.»
C. Pilato le dijo:
S. «¿Entonces tú eres rey?»
C. Jesús respondió:
+ «Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he
nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la
verdad, escucha mi voz.»
C. Pilato le preguntó:
S. «¿Qué es la verdad?»
C. Al decir esto, salió nuevamente a donde
estaban los judíos y les dijo:
S. «Yo no encuentro en él ningún motivo para
condenarlo. Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a
alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?»
C. Ellos comenzaron a gritar, diciendo:
S. «¡A él no, a Barrabás!»
C. Barrabás era un bandido.
¡Salud, rey de los judíos!
C. Pilato mandó entonces azotar a Jesús. Los
soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo
revistieron con un manto rojo, y acercándose, le decían:
S. «¡Salud, rey de los judíos!», y lo
abofeteaban. Pilato volvió a salir y les dijo:
S. «Miren, lo traigo afuera para que sepan que
no encuentro en él ningún motivo de condena.»
C. Jesús salió, llevando la corona de espinas
y el manto rojo. Pilato les dijo:
S. «¡Aquí tienen al hombre!»
C. Cuando los sumos sacerdotes y los guardias
lo vieron, gritaron:
S. «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. «Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no
encuentro en él ningún motivo para condenarlo.»
C. Los judíos respondieron:
S. «Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley
debe morir porque él pretende ser Hijo de Dios.
C. Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más
todavía. Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús:
S. «¿De dónde eres tú?»
C. Pero Jesús no le respondió nada. Pilato le
dijo:
S. «¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo
autoridad para soltarte y también para crucificarte?»
C. Jesús le respondió:
+ «Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad,
si no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha
cometido un pecado más grave.»
¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!
C. Desde ese momento, Pilato trataba de
ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban:
S. «Si lo sueltas, no eres amigo del César,
porque el que se hace rey se opone al César.»
C. Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y
lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado «el Empedrado», en hebreo,
«Gábata.»
Era el día de la Preparación de la Pascua,
alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos:
S. «Aquí tienen a su rey.»
C. Ellos vociferaban:
S. «¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. «¿Voy a crucificar a su rey?»
C. Los sumos sacerdotes respondieron:
S. «No tenemos otro rey que el César.»
Lo crucificaron, y con él a otros dos.
C. Entonces Pilato se lo entregó para que lo
crucificaran, y ellos se lo llevaron. Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió
de la ciudad para dirigirse al lugar llamado «del Cráneo», en hebreo «Gólgota.»
Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el
medio. Pilato redactó una inscripción que decía: «Jesús el Nazareno, rey de los
judíos», y la hizo poner sobre la cruz.
Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque
el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la
inscripción estaba en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los
judíos dijeron a Pilato:
S. «No escribas: "El rey de los
judíos", sino: "Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos.
C. Pilato respondió:
S. «Lo escrito, escrito está.»
Se repartieron mis vestiduras
C. Después que los soldados crucificaron a
Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada
uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de
una sola pieza de arriba abajo, se dijeron entre sí:
S. «No la rompamos. Vamos a sortearla, para
ver a quién le toca.»
C. Así se cumplió la Escritura que dice: Se
repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica. Esto fue lo que hicieron los
soldados.
Aquí tienes a tu hijo. Aquí tienes a tu madre
C. Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y
la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la
madre y cerca de ella al discípulo a quien el amaba, Jesús le dijo:
+ «Mujer, aquí tienes a tu hijo.»
C. Luego dijo al discípulo:
+ «Aquí tienes a tu madre.»
C. Y desde aquel momento, el discípulo la
recibió en su casa.
Todo se ha cumplido
C. Después, sabiendo que ya todo estaba
cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo:
+ «Tengo sed.»
C. Había allí un recipiente lleno de vinagre;
empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a
la boca. Después de beber el vinagre, dijo Jesús:
+ «Todo se ha cumplido.»
C. E inclinando la cabeza, entregó su
espíritu.
(Aquí todos se arrodillan, y se hace una breve
pausa)
En seguida brotó sangre y agua
C. Era el día de la Preparación de la Pascua.
Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los
crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz
durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne. Los soldados fueron y
quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando
llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino
que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó
sangre y agua.
El que vio esto lo atestigua: su testimonio es
verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto
sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de
sus huesos. Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos mismos
traspasaron.
Envolvieron con vendas el cuerpo de Jesús,
agregándole la mezcla de perfumes
C. Después de esto, José de Arimatea, que era
discípulo de Jesús -pero secretamente, por temor a los judíos- pidió
autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y
él fue a retirarlo.
Fue también Nicodemo, el mismo que
anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe,
que pesaba unos treinta kilos. Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo
envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre
de sepultar que tienen los judíos.
En el lugar donde lo crucificaron había una
huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido
sepultado. Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro
estaba cerca, pusieron allí a Jesús
Palabra del Señor.
MEDITACION
Según el relato evangélico, los que pasaban ante Jesús crucificado sobre
la colina del Gólgota se burlaban de él y, riéndose de su impotencia, le
decían: “Si eres Hijo de Dios, bájate de la cruz”. Jesús no responde a la
provocación. Su respuesta es un silencio cargado de misterio. Precisamente
porque es Hijo de Dios permanecerá en la cruz hasta su muerte.
Las preguntas son inevitables: ¿Cómo es posible creer en un Dios crucificado
por los hombres? ¿Nos damos cuenta de lo que estamos diciendo? ¿Qué hace Dios
en una cruz? ¿Cómo puede subsistir una religión fundada en una concepción tan
absurda de Dios?
Un “Dios crucificado” constituye una revolución y un escándalo que nos
obliga a cuestionar todas las ideas que los humanos nos hacemos de un Dios al
que supuestamente conocemos. El Crucificado no tiene el rostro ni los rasgos
que las religiones atribuyen al Ser Supremo.
El “Dios crucificado” no es un ser omnipotente y majestuoso, inmutable y
feliz, ajeno al sufrimiento de los humanos, sino un Dios impotente y humillado
que sufre con nosotros el dolor, la angustia y hasta la misma muerte. Con la
Cruz, o termina nuestra fe en Dios, o nos abrimos a una comprensión nueva y
sorprendente de un Dios que, encarnado en nuestro sufrimiento, nos ama de
manera increíble.
Ante el Crucificado empezamos a intuir que Dios, en su último misterio,
es alguien que sufre con nosotros. Nuestra miseria le afecta. Nuestro
sufrimiento le salpica. No existe un Dios cuya vida transcurre, por decirlo
así, al margen de nuestras penas, lágrimas y desgracias. Él está en todos los
Calvarios de nuestro mundo.
Este “Dios crucificado” no permite una fe frívola y egoísta en un Dios
omnipotente al servicio de nuestros caprichos y pretensiones. Este Dios nos
pone mirando hacia el sufrimiento, el abandono y el desamparo de tantas
víctimas de la injusticia y de las desgracias. Con este Dios nos encontramos
cuando nos acercamos al sufrimiento de cualquier crucificado.
Los cristianos seguimos dando toda clase de rodeos para no toparnos con
el “Dios crucificado”. Hemos aprendido, incluso, a levantar nuestra mirada
hacia la Cruz del Señor, desviándola de los crucificados que están ante
nuestros ojos. Sin embargo, la manera más auténtica de celebrar la Pasión del
Señor es reavivar nuestra compasión. Sin esto, se diluye nuestra fe en el “Dios
crucificado” y se abre la puerta a toda clase de manipulaciones.
Que nuestro beso al Crucificado nos ponga siempre mirando hacia quienes,
cerca o lejos de nosotros, viven sufriendo. Así sea.
(Texto de José Antonio Pagola)
Intentando estar entre quienes se dejan
enviar a anunciar, de palabra y con la vida, la Paz, el Amor y la Alegría del
Reino de Dios,
Miguel
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