miércoles, 20 de noviembre de 2024

Un rey de verdad

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

24 de Noviembre de 2024                                        

Jesucristo, Rey del Universo

 

Lecturas de la Misa:

Daniel 7, 13-14 / Salmo 92, 1-2. 5 ¡Reina el Señor, revestido de majestad! / Apocalipsis 1, 5-8

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan     18, 33-37


    Pilato llamó a Jesús y le preguntó: «¿Eres Tú el rey de los judíos?»
    Jesús le respondió: «¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?»
    Pilato replicó: «¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?»
    Jesús respondió:
        «Mi realeza no es de este mundo.
        Si mi realeza fuera de este mundo,
        los que están a mi servicio habrían combatido
        para que Yo no fuera entregado a los judíos.
        Pero mi realeza no es de aquí».
    Pilato le dijo: «¿Entonces Tú eres rey?»
    Jesús respondió:
        «Tú lo dices: Yo soy rey.
        Para esto he
        y he venido al mundo:
        para dar testimonio de la verdad.
        El que es de la verdad, escucha mi voz».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Su vida demostró que «Jesucristo es el Testigo fiel» (2L) del Padre, es decir, de su Amor y de su Misericordia para con todos. Y, creemos que, debido a esa fidelidad, «Tus testimonios, Señor, son dignos de fe» (Sal), una fe que se demuestra siendo fieles a nuestra vez, porque, dice él mismo: «El que es de la verdad, escucha mi voz» (Ev). Y, mientras más nos atrevamos, quienes creemos en su palabra y su ejemplo, a hacer lo que está en nuestras manos para que esta verdad sea efectiva, se va cumpliendo el que su reinado de amor y verdad sea «un dominio eterno que no pasará, y su reino no será destruido» (1L). Así sea.

Viviendo en la verdad del amor de Dios.

Recordemos, para comenzar, que en otro momento se nos cuenta que «Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña» (Jn 6,15). Y esto habría sucedido después de que esa multitud que lo quería como monarca había saciado su apetito en una de las multiplicaciones de los panes. Esa asociación: elevarlo porque era capaz de satisfacer necesidades materiales, estaba muy lejos de lo que Jesús quería.

¿Qué diferencia ese episodio del correspondiente a este día en que el Maestro pareciera asumirse claramente como rey?

Antes de intentar una respuesta, notemos la audacia de Jesús en este dialogo. Se encuentra frente a Pilato, representante del máximo poder terrenal de su tiempo, total e ilimitado, desde el lugar de un desvalido que arriesga una condena de muerte. Sin embargo y pese a eso, su palabra y su acción había remecido las bases del poder de su tiempo. Debido a eso el personaje tan “importante” le dedica tiempo a este poco relevante judío.

En este desigual y peligroso encuentro, el nazareno hace esta subversiva declaración: «Tú lo dices: Yo soy rey». Pero, hoy lo entendemos, su reino «no es de este mundo», porque este rey «no vino para ser servido, sino para servir» (Mt 20,28), dando «testimonio de la verdad». Inmediatamente después de esta declaración, demostrando que no entendía de qué estaba hablando su interlocutor «Pilato le preguntó: “¿Qué es la verdad?”» (Jn 18,38). Pero no esperó la respuesta, ni Jesús se gastó en dársela; no le hubiese entendido, porque desde el poder no se dice la verdad, no se actúa con la verdad, y, menos, se está al servicio de la verdad.

¿Cuál es esa verdad?

En primer lugar, tengamos presente que «Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad» (Jn 4,24).

Que «Él ha querido engendrarnos por su Palabra de verdad, para que seamos como las primicias de su creación» (Stg 1,18), por lo que Jesús puede decir «Elegí el camino de la verdad» (Sal 119,30).

Que quien se “acerca” a Dios es «El que procede rectamente y practica la justicia; el que dice la verdad de corazón y no calumnia con su lengua. El que no hace mal a su prójimo» (Sal 15,1-3), de tal manera que se nos recomienda: «no amemos solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad» (1 Jn 3,18), para nuestro propio bien, porque «la verdad los hará libres» (Jn 8,32).

Motivándonos a que «viviendo en la verdad y en el amor, crezcamos plenamente, unidos a Cristo» (Ef 4,15), ya que «el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios» (Jn 3,21), entendiendo que el amor «no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad» (1 Cor 13,6).

La gran verdad que descubrimos -que descubrió él para nosotros- es que «Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera» (Jn 3,16), sin embargo, él, que es la Palabra eterna de Dios, «Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios» (Jn 1,11-12), sin embargo, como «Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único» (Jn 1,18). Debido a eso, Jesús, su forma de vivir la relación con el Padre y de comportarse con los demás es manifestación de esa verdad (Jn 14,6). Porque, si nos fijamos en los textos propuestos, la verdad está íntimamente ligada al amor-servicio a los demás.

Pues bien, el Maestro creía en esa verdad y se había dedicado a dar testimonio de ella y a realizarla. Por eso su autoridad (su reinado) dura más allá de la muerte. Tanto que cuando nadie recuerde a Pilato, cuando ese poderoso imperio se haya desplomado, el reinado de Cristo, basado en la verdad, continuará siempre subsistiendo: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mt 24,35).


Bueno, él es Rey, pero no a la manera de los habituales, porque no tiene súbditos, sino discípulos que con libertad escuchan su voz y lo siguen voluntariamente con amor. Jesús reina sin gobernar ni dominar. Da testimonio de su verdad sin imponer, sino creando hermandad.

Los cristianos, si queremos ser consecuentes con esta denominación, debiésemos formar comunidades que sean signo de este peculiar reino que anuncia el Evangelio de la fraternidad, ya que «el que es de la verdad, escucha mi voz», es decir obedece su mandato, siendo testimonio viviente de este Rey servidor de la verdad y de los seres humanos.

 

Señor Jesús, humilde servidor de las mujeres y hombres de tu tiempo, impúlsanos en el camino de seguir tu misión de amar y cuidar, servir y ayudar a nuestros hermanos, hijos amados del Padre Dios, de tal manera que se manifieste que reinas en nuestro corazón y en nuestras acciones. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, servir al Rey de Reyes, teniendo presente que la forma correcta es hacerlo como él hacía: sirviendo a los necesitados

Miguel.

miércoles, 13 de noviembre de 2024

Aunque el cielo y la tierra se terminen

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

17 de Noviembre de 2024                                        

Domingo de la Trigésima Tercera Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Daniel 12, 1-3 / Salmo 15, 5. 8-11 Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti / Hebreos 10, 11-14. 18

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     13, 24-32


     Jesús dijo a sus discípulos:

    En aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. Y Él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte.

    Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta.

    Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto.

El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Habrá un tiempo en que «se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria» (Ev) y eso, a quienes lo amamos y confiamos en su amor, a quienes nos hizo «conocer el camino de la vida» (Sal), debiese sólo alegrarnos, porque «los que hayan enseñado a muchos la justicia brillarán como las estrellas» (1L), entre quienes, si somos fieles, debiésemos ser contados nosotros, ya que «Él ha perfeccionado para siempre a los que santifica» (2L). Y, como ya sabemos que será así, tenemos toda la vida para ir practicándolo.

Crecer en fe confiada.

¿Cuántas palabras de Jesús permanecen en el habla popular hasta hoy, aún en boca de personas no creyentes? “Arrojar la primera piedra” (Jn 8,7), “No sólo de pan vive el hombre” (Mt 4,4), “sólo la verdad los hará libres” (Jn 8,32), “La fe mueve montañas” (Mt 17,20). Y así…

Pero hay muchas palabras más que han remecido las vidas de quienes creemos en él, que nos mueven y que guían nuestro caminar (o así debería ser).

Entre tantas otras, las siguientes:

Podríamos empezar con esta que es una motivación para seguirlo para quienes queremos llegar a Dios: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí» (Jn 14,8).

Recordando siempre en quién nos invita a confiar, identificándolo: «Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro» (Mt 6,9), porque no le hablamos a -ni creemos en- un Dios lejano, sino paternal, que nos hace hermanos entre todos. Y uno a quien no le ganan en generosidad y cuidado por sus hijos: «Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan» (Lc 11,13).

Como sabemos bien, lo que es bueno cuesta. Entonces, los caminos de vida plena a los que nos guía el Maestro no serán fáciles, por eso «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mt 16,24).

Una renuncia muy importante es a la comodidad egoísta e indiferente de la situación de los demás: «Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros» (Jn 13,34).

Esta es la forma de llegar a construir un mundo a la medida de Dios: «Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes», recordándonos que él, que es el camino, nos ha dejado su ejemplo: «como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud» (Mt 20,25-28).

Esto sería un gran aporte para que, como nos enseñó a orar, venga el Reino (Mt 6,10): que sea Dios. y no el dinero (que está en la raíz de todos los males que sufre nuestra humanidad), quien reine entre nosotros. Por eso Jesús advierte que «el Reino de Dios está entre ustedes» (Lc 17,21), porque cuando hacemos parte de nuestra forma de accionar lo que aprendimos de él se puede ver a Dios reinando entre nosotros, desde nosotros.

Debido a lo anterior, son «Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados» (Mt 5,6). Teniendo presente que en ese y en todos los desafíos de la vida no estaremos solos: «Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

La explicación de esa permanencia, más allá de lo físico, está en la comunidad que busca ser fiel a sus palabras: «Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos» (Mt 18,20).


Pues bien, si nos fijamos, al comienzo de este evangelio, Jesús anuncia: «el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán». Esto puede sonar terrorífico para los que no creen o no entienden. Pero «los hijos de la luz» (Lc 16,8), quienes tratamos de dejarnos guiar por él, confiamos en la misma Palabra en que confiaba nuestro Señor: «¡Sean fuertes y valientes! […] Porque el Señor, tu Dios, te acompaña, y él no te abandonará ni te dejará desamparado» (Dt 31,6).

Por eso sabemos que, aunque «el cielo y la tierra», es decir, todo lo que creemos más firme y estable, se acaben, nada nos destruirá: el mal, el dolor, la tristeza, el miedo, la desesperanza y la muerte no tienen ni tendrán la última palabra en nuestras vidas. Porque esta es nuestra esperanza: nada «podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8,39).

No necesitamos más garantías y seguridades que esta.

 

Señor, sabemos que tienes palabras de Vida eterna. A ellas queremos aferrarnos y en ellas confiar. Por eso, te pedimos que suplas, por favor, nuestras deficiencias en la confianza y aumentes nuestra débil fe. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, las formas efectivas de confiar en la Palabra del Señor,

Miguel.

miércoles, 6 de noviembre de 2024

Un gran ejemplo de generosidad

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

10 de Noviembre de 2024                                        

Domingo de la Trigésimo Segunda Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

I Reyes 17, 8-16 / Salmo 145, 6-10 ¡Alaba al Señor, alma mía! / Hebreos 9, 24-28

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     12, 38-44


    Jesús enseñaba a la multitud:
    «Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad».
    Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre.
    Entonces Él llamó a sus discípulos y les dijo: «Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir».

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Las viudas, en tiempos antiguos, carentes de hombre proveedor, eran normalmente pobres (1L), por eso, Jesús valora tanto el aporte de una de ellas, comparado con el voluminoso de los ricos, que «daban en abundancia» (Ev). Pero, como «el Señor abre los ojos de los ciegos» (Sal), nos los abre a nosotros también para saber descubrir la auténtica generosidad, «para salvar a los que lo esperan» (2L) de la ignorancia y del egoísmo que tanto mal hacen a la humanidad.

Y una revisión que es necesario hacer.

Recientemente Jesús había alabado a un escriba, esos señores expertos en las Escrituras, en general bastante críticos de este nazareno sin mayores estudios, por su comprensión acerca de lo más importante de la fe, haciéndole el gran elogio de considerarlo "cercano al Reino" (Mc 12,34). En cambio, este día nos encontramos con una visión más crítica de estos personajes: «les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad». Fea la vanagloria, pero, peor aún, entre las conductas criticables que señala está el que despojaban de sus bienes a las viudas, teniendo presente que aquellas estaban entre las personas más pobres de su tiempo, debido a que las mujeres dependían casi exclusivamente en lo material de los hombres, por lo que el no tener uno las dejaba muy desamparadas. Entonces, el aprovecharse de ellas era una acción que merecía fuerte repudio, según el concepto de nuestro Maestro. Más aún si esto lo realizaba una persona que conocía muy bien las Escrituras, como era la situación de los escribas.

Algunos ejemplos:

«No harás daño a la viuda ni al huérfano. Si les haces daño y ellos me piden auxilio, yo escucharé su clamor. Entonces arderá mi ira, y yo los mataré a ustedes con la espada» (Ex 22,21-23).

«Dios en su santa Morada es padre de los huérfanos y defensor de las viudas» (Sal 68,6).

«¡Aprendan a hacer el bien! ¡Busquen el derecho, socorran al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan a la viuda!» (Is 1,17).

Y muchas más claras exhortaciones de los profetas de Dios al respecto...

El evangelista pone, a continuación de las palabras de Jesús, como contraste de aquella vileza, el ejemplo de aquella viuda observada y destacada por el Maestro, valorando el que «de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir». Actitud considerada heroica a sus ojos, pues, desde la perspectiva de la Buena Noticia, su aporte sobresalía por sobre el de los ricos que «daban en abundancia», pero de lo que no necesitaban.

Probablemente, Marcos buscaba remecer las conciencias de los cristianos de su época, a quienes les dirigía este evangelio, por motivos que él y ellos, pero no nosotros, conocían muy bien. Pero, si somos honestos con nosotros mismos y nuestra fe, también deberíamos sentirnos remecidos al recordar nuestras actitudes ciegas hacia el aporte que hacen en nuestras comunidades las personas más humildes, esforzándose más que otros, desde su pobreza material y de otros recursos.

En la misma línea, nuestras comunidades y la Iglesia en general, debiese estar revisándose siempre sobre el exagerado buen trato y hasta la vista gorda que se suele hacer con sus grandes aportantes (para no perder el dinero que proveen) versus el trato de subordinados y la mirada más crítica que nos brotan más fácilmente con nuestros hermanos más pobres.

Otro escritor sagrado advierte a su comunidad: «Supongamos que cuando están reunidos, entra un


hombre con un anillo de oro y vestido elegantemente, y al mismo tiempo, entra otro pobremente vestido. Si ustedes se fijan en el que está muy bien vestido y le dicen: “Siéntate aquí, en el lugar de honor”, y al pobre le dicen: “Quédate allí, de pie”, o bien: “Siéntate a mis pies”, ¿no están haciendo acaso distinciones entre ustedes y actuando como jueces malintencionados?» (Stg 2,2-4).

Puede que lo nuestro no sea tan grosero como esto, pero describe un estilo que no cuesta mucho que nos contagie, ya que es un tipo de relaciones que son de uso corriente en nuestra sociedad.

Recordemos que la preeminencia jerárquica del Reino, de nuestro Maestro, es la contraria: «invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!» (Lc 14,13-14).

 

Señor, contemplando el ejemplo de la viuda pobre del Evangelio, te pedimos que nos concedas la valentía de atrevernos a dar mirando primero la necesidad de los demás, en vez de, como nos sale más fácil, priorizar la cuenta de lo que tenemos o nos puede llegar a faltar después. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, saber ser generosos con nuestro tiempo y nuestros recursos para dar a quienes lo necesitan,

Miguel.

 

miércoles, 30 de octubre de 2024

Un solo mandamiento; un solo pecado

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

3 de Noviembre de 2024                                          

Domingo de la Trigésimo Primera Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Deuteronomio 6, 1-6 / Salmo 17, 2-4. 47. 51 Yo te amo, Señor, mi fortaleza / Hebreos 7, 23-28

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     12, 28-34


    Un escriba se acercó y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?»
    Jesús respondió: «El primero es: "Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas". El segundo es: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". No hay otro mandamiento más grande que estos».
    El escriba le dijo: «Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que Él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios».
    Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: «Tú no estás lejos del Reino de Dios».
    Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

Jesús dio al escriba la respuesta que todo judío sabe y repite varias veces al día desde niño: «Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas», que son «los preceptos y las leyes que el Señor, su Dios, ordenó que les enseñara a practicar» (1L). Corazón, alma, espíritu, fuerza pretende significar que, con todo lo que se es y se tiene, brote de nosotros un «Yo te amo, Señor, mi fuerza, Señor, mi Roca, mi fortaleza y mi libertador» (Sal). Pero Jesús añade a éste un segundo mandamiento: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo», vinculándolos tan hondamente que señala «No hay otro mandamiento más grande que estos» (Ev). Él mismo ha dado el ejemplo amando tanto a Dios que lo llamaba y enseñaba a llamarlo Padre y amándonos hasta dar la vida y aún después de su Resurrección, «ya que vive eternamente para interceder» (2L) por nosotros.

Simplifiquemos normas, apliquemos sus enseñanzas.

Los escribas eran personas que redactaban y preservaban documentos importantes, como decretos reales, registros históricos y textos legales. Eran los intelectuales en una sociedad mayoritariamente analfabeta.

Pero, además, los del tiempo de Jesús destacaban por ser quienes hacían lo mismo con la sagrada Palabra de Dios, tan relevante para su pueblo y su fe. Por su labor y conocimientos eran considerados expertos en las Escrituras, las cuales estudiaban y analizaban.

Debido a todo lo anterior, es posible que el de esta historia, habiendo oído hablar de este nuevo maestro que andaba predicando por ahí decidiera pedirle que le indicara, dentro de los 613 que existen en la Biblia «¿Cuál es el primero de los mandamientos?».

Porque, si todos los preceptos provienen de Dios, como entendían ellos, eran igual de importantes unos y otros, entonces sería muy revelador conocer la jerarquía superior entre estos, según el criterio del Maestro.

La respuesta de Jesús es recordar el comienzo de la tradicional oración que los judíos piadosos recitan dos veces al día: el llamado “Shemá”, que, a la vez contiene los primeros mandamientos del Decálogo: «Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas». Todo muy en sintonía con su tradición religiosa, por lo que nadie podría cuestionarlo hasta ahí.

Lo notable es que añade: «El segundo es: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo"». Es decir, que, para él, inmediatamente después de Dios, hay que amar a los hermanos. En eso no necesariamente estaban de acuerdo todos. Menos aún en la conclusión que añade: «No hay otro mandamiento más grande que estos». Porque, en la comprensión de Jesús ambos están profundamente ligados.

El experto en la Escrituras estuvo de acuerdo en que la síntesis de quien, después de esto, reconoce como «Maestro» era correcta: «tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que Él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios».

Recordemos que holocaustos y sacrificios eran las formas externas de manifestar la fe de su pueblo (equivalentes a la eucaristía en el catolicismo). Entiende, igual que Jesús, que amar es la forma superior de cumplir los mandamientos.

Ya lo decía siglos antes un texto de nuestro Antiguo Testamento: «¿Quiere el Señor holocaustos y sacrificios o quiere que se obedezca su voz? La obediencia vale más que el sacrificio; la docilidad, más que la grasa de carneros» (1 Sm 15,22).


Aquí Jesús y el escriba coinciden en que esa obediencia a la voluntad de Dios consiste, por sobre todo, en amar a los hermanos. Tiene sentido: si Él es un Padre amoroso, el mejor que hay (Mt 7,11) y, siendo Todopoderoso, como es (Sal 91,1), no necesita nada de nosotros, pero sabe bien que a nuestro alrededor hay muchos con necesidades apremiantes, por lo que espera que, quienes puedan y se sientan sus hijos, los auxilien.

Entonces, en línea con la enseñanza recogida de este evangelio, podemos asegurar que no es necesario complicarse en el intento de ser fieles a Dios, ya que hay un solo mandamiento: amar (a Dios y, por lo tanto, a sus hijos, nuestros prójimos). Y, en consecuencia, tampoco es necesario enumerar pecados, porque habría uno solo, que está en la raíz de todos los males que hacemos: escatimar el amor (1 Pe 4,8). Esa es la mejor forma de no estar «lejos del Reino de Dios» y, mejor aún, colaborar a que ese Reino de amor llegue cada vez a más personas que lo necesitan.

 

Que nuestro actuar cotidiano, nuestra forma de intentar ser cristianos en nuestro entorno refleje, cada vez más y cada vez mejor, que nos guiamos por tus enseñanzas de amar siempre y a todos, Señor, de tal manera de aportar a que venga a nosotros el Reino del Padre Bondadoso. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, encontrar las formas más coherentes posibles para amar a Dios y, como consecuencia a nuestros hermanos,

Miguel.

domingo, 27 de octubre de 2024

Con los ojos de Bartimeo

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR

Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo

27 de Octubre de 2024                                             

Domingo de la Trigésima Semana Durante el Año

 

Lecturas de la Misa:

Jeremías 31, 7-9 / Salmo 125, 1-6 ¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros! / Hebreos 5, 1-6

 

+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos     10, 46-52


    Cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo -Bartimeo, un mendigo ciego- estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!» Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten piedad de mí!»

    Jesús se detuvo y dijo: «Llámenlo».

    Entonces llamaron al ciego y le dijeron: «¡Animo, levántate! Él te llama».

    Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia Él. Jesús le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?»

    Él le respondió: «Maestro, que yo pueda ver».

    Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino.

Palabra del Señor.

 

MEDITACIÓN                                                                                                             

En el momento de la conversión, cuando «tu fe te ha salvado» (Ev) del mundo de tinieblas que es la sociedad consumista, competitiva y egoísta, cada uno/a puede sentir en su corazón la voz del Creador diciendo: «Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy» (2L). En esas circunstancias, es comprensible si «nuestra boca se llenó de risas y nuestros labios, de canciones» (Sal). Pero no debe quedar en una alegría interna; hay que salir, hay que comunicarlo, que mucha más gente lo sepa y se alegre: «Háganse oír, alaben y digan: ¡El Señor ha salvado a su pueblo!» (1L), salvándolo de la ceguera de no ser capaces de ver a los demás como hermanos, hijos del mismo Padre Dios y portarnos como tales entre nosotros.

Reconociendo nuestra carencia y nuestro deseo.

(Texto de Dolores Aleixandre, www.feadulta.com)

Desde la hondura de mi noche, escuché un rumor en el camino, ese camino por el que mi ceguera no me permitía aventurarme. Mi sitio era una cuneta a la salida de Jericó, un lugar marginal, una prisión en la que permanecía encadenado y ajeno a la vida que circulaba ante mí. Escuché un murmullo: -“Mirad, pasa Jesús, ese profeta galileo de quien todos hablan…”

Nunca he podido explicar después por qué supe en aquel preciso momento que la luz estaba pasando a mi lado y que había llegado para mí la ocasión única de dejarme alumbrar por ella. No tenía más instrumento que mi voz y me puse a gritar con todas mis fuerzas y a llamar al caminante “hijo de David”: quizá el nombre de un antepasado común rompiera las distancias que separaban a galileos y judíos: - “¡Ten compasión de mí!”

Mis gritos hicieron reaccionar a lo que le acompañaban que en seguida intentaron levantar ante mí un muro de recriminaciones y prohibiciones: - ¡Silencio! ¡Cállate! No nos molestes… Pero yo seguí gritando por si mi llamada alcanzaba al que estaba del otro lado del muro antes de que siguiera avanzando alejándose de mí.

De pronto, oí otra voz que ordenaba: -¡Llamadlo! y hacía saltar por los aires la distancia que nos separaba. Di un salto y corrí hacia él, abandonando el viejo manto que era mi única posesión, y llegué a tientas junto al que me había llamado. Ahora me reprochará mis pecados que son seguramente la causa de mi ceguera”, pensé. “O me hará preguntas sobre por qué vivo mendigando.

En vez de eso me preguntó: - ¿Qué quieres que haga contigo?


Algo me movió a dirigirme a él como Maestro, un título que jamás había dado a nadie, y expuse ante él el deseo más hondo de mi corazón: recobrar la vista. Miles de veces había soñado con la posibilidad de curarme y volver de nuevo a Jericó para comenzar allí una vida digna y segura.

Me quedé atónito al oírle decir: “Ve, tu fe te ha salvado” y escuchar por debajo de aquellas palabras: “Tu impotencia, reconocida y gritada, te ha hecho salir de tu noche y correr a mi encuentro, reconociendo tu carencia y tu deseo. Y es eso lo que ha abierto en ti el camino para la llegada de la salvación”.

Mis ojos se abrieron y le miré. Y supe al instante que la vida con la que antes soñaba se quedaba atrás, lo mismo que mi viejo manto: ahora que le había visto, lo único que deseaba era ser su discípulo, quedarme a su lado, hacer de su camino mi propio camino.

Y me decidí a seguirle en su subida a Jerusalén.

 

Decimos ver. Sin embargo, nuestro accionar demuestra una ceguera evidente a los sufrimientos de los favoritos de Dios: los pobres y pequeños. ¿Qué queremos que hagas por nosotros? Maestro, que podamos ver con tus ojos compasivos y misericordiosos para luego seguirte por los caminos de la solidaridad y la fraternidad del Reino. Así sea.

 

Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, estar permanentemente pidiendo al Señor que abra nuestros ojos, que purifique nuestra mirada, que cure nuestra ceguera y luego seguirlo por el camino,

Miguel.

 

Un rey de verdad

PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo 24 de Noviembre de 2024                           ...