PREPAREMOS EL PRÓXIMO DÍA DEL SEÑOR
Meditación sobre el Evangelio del próximo Domingo
24 de Noviembre de 2024
Jesucristo, Rey del Universo
Lecturas de la Misa:
Daniel 7, 13-14 / Salmo 92, 1-2. 5 ¡Reina el Señor, revestido de majestad! / Apocalipsis 1, 5-8
+Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 33-37
Pilato llamó a Jesús y le preguntó: «¿Eres Tú el rey de los judíos?»
Jesús le respondió: «¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?»
Pilato replicó: «¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?»
Jesús respondió:
«Mi realeza no es de este mundo.
Si mi realeza fuera de este mundo,
los que están a mi servicio habrían combatido
para que Yo no fuera entregado a los judíos.
Pero mi realeza no es de aquí».
Pilato le dijo: «¿Entonces Tú eres rey?»
Jesús respondió:
«Tú lo dices: Yo soy rey.
Para esto he
y he venido al mundo:
para dar testimonio de la verdad.
El que es de la verdad, escucha mi voz».
Palabra del Señor.
MEDITACIÓN
Su vida demostró que «Jesucristo es el Testigo fiel» (2L) del Padre, es decir, de su Amor y de su Misericordia para con todos. Y, creemos que, debido a esa fidelidad, «Tus testimonios, Señor, son dignos de fe» (Sal), una fe que se demuestra siendo fieles a nuestra vez, porque, dice él mismo: «El que es de la verdad, escucha mi voz» (Ev). Y, mientras más nos atrevamos, quienes creemos en su palabra y su ejemplo, a hacer lo que está en nuestras manos para que esta verdad sea efectiva, se va cumpliendo el que su reinado de amor y verdad sea «un dominio eterno que no pasará, y su reino no será destruido» (1L). Así sea.
Viviendo en la verdad del amor de Dios.
Recordemos, para comenzar, que en otro momento se nos cuenta que «Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña» (Jn 6,15). Y esto habría sucedido después de que esa multitud que lo quería como monarca había saciado su apetito en una de las multiplicaciones de los panes. Esa asociación: elevarlo porque era capaz de satisfacer necesidades materiales, estaba muy lejos de lo que Jesús quería.
¿Qué diferencia ese episodio del correspondiente a este día en que el Maestro pareciera asumirse claramente como rey?
Antes de intentar una respuesta, notemos la audacia de Jesús en este dialogo. Se encuentra frente a Pilato, representante del máximo poder terrenal de su tiempo, total e ilimitado, desde el lugar de un desvalido que arriesga una condena de muerte. Sin embargo y pese a eso, su palabra y su acción había remecido las bases del poder de su tiempo. Debido a eso el personaje tan “importante” le dedica tiempo a este poco relevante judío.
En este desigual y peligroso encuentro, el nazareno hace esta subversiva declaración: «Tú lo dices: Yo soy rey». Pero, hoy lo entendemos, su reino «no es de este mundo», porque este rey «no vino para ser servido, sino para servir» (Mt 20,28), dando «testimonio de la verdad». Inmediatamente después de esta declaración, demostrando que no entendía de qué estaba hablando su interlocutor «Pilato le preguntó: “¿Qué es la verdad?”» (Jn 18,38). Pero no esperó la respuesta, ni Jesús se gastó en dársela; no le hubiese entendido, porque desde el poder no se dice la verdad, no se actúa con la verdad, y, menos, se está al servicio de la verdad.
¿Cuál es esa verdad?
En primer lugar, tengamos presente que «Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad» (Jn 4,24).
Que «Él ha querido engendrarnos por su Palabra de verdad, para que seamos como las primicias de su creación» (Stg 1,18), por lo que Jesús puede decir «Elegí el camino de la verdad» (Sal 119,30).
Que quien se “acerca” a Dios es «El que procede rectamente y practica la justicia; el que dice la verdad de corazón y no calumnia con su lengua. El que no hace mal a su prójimo» (Sal 15,1-3), de tal manera que se nos recomienda: «no amemos solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad» (1 Jn 3,18), para nuestro propio bien, porque «la verdad los hará libres» (Jn 8,32).
Motivándonos a que «viviendo en la verdad y en el amor, crezcamos plenamente, unidos a Cristo» (Ef 4,15), ya que «el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios» (Jn 3,21), entendiendo que el amor «no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad» (1 Cor 13,6).
La gran verdad que descubrimos -que descubrió él para nosotros- es que «Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera» (Jn 3,16), sin embargo, él, que es la Palabra eterna de Dios, «Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios» (Jn 1,11-12), sin embargo, como «Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único» (Jn 1,18). Debido a eso, Jesús, su forma de vivir la relación con el Padre y de comportarse con los demás es manifestación de esa verdad (Jn 14,6). Porque, si nos fijamos en los textos propuestos, la verdad está íntimamente ligada al amor-servicio a los demás.
Pues bien, el Maestro creía en esa verdad y se había dedicado a dar testimonio de ella y a realizarla. Por eso su autoridad (su reinado) dura más allá de la muerte. Tanto que cuando nadie recuerde a Pilato, cuando ese poderoso imperio se haya desplomado, el reinado de Cristo, basado en la verdad, continuará siempre subsistiendo: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mt 24,35).
Bueno, él es Rey, pero no a la manera de los habituales, porque no tiene súbditos, sino discípulos que con libertad escuchan su voz y lo siguen voluntariamente con amor. Jesús reina sin gobernar ni dominar. Da testimonio de su verdad sin imponer, sino creando hermandad.
Los cristianos, si queremos ser consecuentes con esta denominación, debiésemos formar comunidades que sean signo de este peculiar reino que anuncia el Evangelio de la fraternidad, ya que «el que es de la verdad, escucha mi voz», es decir obedece su mandato, siendo testimonio viviente de este Rey servidor de la verdad y de los seres humanos.
Señor Jesús, humilde servidor de las mujeres y hombres de tu tiempo, impúlsanos en el camino de seguir tu misión de amar y cuidar, servir y ayudar a nuestros hermanos, hijos amados del Padre Dios, de tal manera que se manifieste que reinas en nuestro corazón y en nuestras acciones. Así sea.
Buscando, con mucha Paz, Amor y Alegría, servir al Rey de Reyes, teniendo presente que la forma correcta es hacerlo como él hacía: sirviendo a los necesitados
Miguel.